Capítulo 4: Un día libre

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Pit-Pat no cruzaba velozmente la ciudad. No corría, no saltaba, no volaba, no brincaba. Nadie huía despavorido. Nadie perseguía y nadie era perseguido. No había ningún atemorizador ataque de villano, ninguna invasión alienígena, ningún ejército de animales mutantes.

Era un día tranquilo, y Pit-Pat estaba descansando en el tronco de un árbol.

Hasta los héroes tienen que tomarse días de descanso. Difícilmente van a salvar a nadie si no cuidan su salud mental en primer lugar. Y en la ciudad con más superhéroes per cápita del mundo, Pit-Pat podía permitirse no salir a patrullar cada día sin falta. Sí, era cierto que su velocidad y movilidad le daban una gran ventaja para ello frente al resto de héroes a pie de calle, pero a la ciudad le iba bien antes de que él llegase.

Quizás el resto de héroes no pudiesen recorrer Nueva York con la misma facilidad que él, al menos no sin llamar la atención más de la cuenta, pero por eso mismo la mayoría de ellos solían quedarse en sus propias zonas. Daredevil patrullaba Hell's Kitchen, Moon Girl rara vez salía del Lower East Side, y el hombre de las sombras era el misterioso protector de Harlem. Entre todos eran más que suficientes para cubrir la ciudad, así que Pit-Pat podía permitirse descansar un poco de vez en cuando, si no había ninguna emergencia.

O por lo menos, eso tenía entendido.

La cuestión es que, de una forma u otra, Pit-Pat estaba descansando dentro del tronco de un árbol, tumbado bocarriba en medio de un montón de bellotas. No llevaba sus habituales telas. Ni siquiera sus alas se extendían entre sus patas. Aún no tenía del todo claro cómo las generaba de forma natural, pero podía deshacerse de ellas con la misma facilidad. Así que cuando era menester, podía desprenderse de sus sedas y mezclarse con el resto de ardillas. Por supuesto, cualquier ardilla que le conociese le reconocería sin problemas, pero la mayor parte de los humanos eran sorprendentemente negados a la hora de distinguir ardillas entre sí, con lo que podía andar por el parque sin llamar la atención ni atraer multitudes.

Y bueno, ya que podía hacerlo, habría que aprovecharlo, ¿no?

Pit-Pat se llevó una bellota a la boca y salió del árbol de un salto mientras la roía. Correteó por el parque pensando con qué podría entretenerse, saludando a las ardillas que se encontraba. Algo llamó su atención: un frisbee verde chillón estaba atascado en las ramas de un árbol. A sus pies, un niño humano de unos diez años, quizás menos, estiraba el brazo inútilmente intentando alcanzarlo, a pesar de que para lograrlo probablemente tendría que haber sido el doble de alto. Su pelo era castaño y llevaba una camiseta del mismo color verde que su frisbee. Se estaba apoyando en unas muletas y no parecía poder sostenerse con la pierna derecha, pero aún así intentaba bajar el juguete, poniéndose a sí mismo en precario equilibrio.

—Bueno —dijo Pit-Pat para sí—, supongo que no se necesita disfraz para hacer un poco el bien.

Trepó por el tronco de un árbol cercano al que había aprisionado el juguete en su copa y saltó entre las ramas hasta alcanzar al árbol culpable. Poniendo su mejor cara de "no tengo ni idea de lo que estoy haciendo", agarró el frisbee con la boca, y bajó del árbol hasta quedar a los pies del niño.

—Me... ¿me lo das? —preguntó el infante, viendo como Pit-Pat le extendía el frisbee—. ¡Muchas gracias, ardillita!

—¡Billy! ¡Por fin te encuentro! —un hombre llegó corriendo y le puso la mano en el hombro al niño—. ¡Te he dicho mil veces que no te alejes mientras estoy comprando el periódico! De verdad, a veces pienso que si pudieras correr acabarías llegando hasta el Bronx antes de que me diese cuenta de que te hubieras ido.

El hombre aparentaba unos treintaicinco y parecía una versión adulta del niño. Pese a que intentaba que sus palabras fueran una reprimenda, en su voz no sonaba sino alivio.

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