Rhaenyra I

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La princesa daba vuelta con furia los anillos de sus manos. Rhaenyra había amado los torneos desde que tenía memoria, pero este en su cabeza no tenía sentido. Su padre, el rey Viserys, aseguraba que era el Torneo del Heredero, pues entre aquellos días nacería quien lo sucedería en el Trono de Hierro. «Pero tendré una hermana y las mujeres estúpidamente no podemos ser reinas sin un rey», pensó la joven mientras miraba a otro jinete ser descabalgado por un hombre de la casa Marbrand. A su lado estaba Lady Alicent Hightower, la hija de Lord Otto Hightower, la Mano del Rey, vestida con un precioso vestido celeste y con detalles dorados. En un escalón más alto se ubicaban la princesa Rhaenys Targaryen y su esposo, Lord Corlys Velaryon; y a su lado estaban sus hijos, Laena y Laenor, que también eran primos de Rhaenyra. Ella les sonrió rápidamente, y su prima Laena hizo un gesto de saludo. En la parte superior del estrado estaba su padre, el rey Viserys acompañado por los miembros del Consejo y rodeado por su Guardia Real, incluido ser Criston Cole, su escudo juramentado. «Mi caballero blanco», pensó la princesa. De pronto, Lady Alicent la miró con una sonrisa.

—Princesa, os habéis perdido lo mejor. Han dicho que vuestro tío, el príncipe Daemon elegirá a un contendiente final para triunfar en las lizas. Se asume que triunfará como siempre. —expresó mientras tocaba delicadamente el cabello de Rhaenyra. Ella se sonrojó.

Rhaenyra era feliz y amaba a sus padres, pero era su tío a quien quería más que a cualquier otra persona en el mundo. Siempre la llenaba de regalos, joyas y todo lo que ella pudiera imaginar. Cuando veía la sombra inclemente de Caraxes en el cielo, su corazón daba un vuelco: su tío estaba de regreso, y podrían volar a Rocadragón, comer pasteles y escuchar sus hazañas al otro lado del Mar Angosto. Él le narraba los paisajes y maravillas de Lys, Tyrosh, incluso de Asshai. También conocía Meereen, Astapor y Yunkai, las viles ciudades esclavistas. «Me dice que hay hombres de todos los colores, algunos tienen tanto cabello como los animales, y hay todo tipo de artes y hechizos. Cuando sea mayor, volaré a esas ciudades junto a Syrax y Daemon, como alguna vez Jaenara Belaerys, jinete del dragón Terrax, voló a Sothoryos —pensó con entusiasmo. —Él podría enseñarme el mundo entero, y sería una excusa para no casarme ni tener hijos nunca».

—Mi tío ganará las justas, como siempre. —dijo ella con el orgullo propio de una princesa. Se acercó lentamente a Lady Alicent y susurró a su oído. —¿Creéis que dejará la corona de laureles sobre mi regazo, Lady Alicent? —la joven sonrió levemente y arregló el tocado dorado con rubíes de la princesa.

—No hay joven más bella que vos en los Siete Reinos, mi princesa. El príncipe siempre os lo hace saber. Os coronará como lo ha hecho en todos los Torneos desde que nacisteis.

Rhaenyra sonrió y giró su mirada para concentrarse en las justas. Su tío se veía espléndido en su armadura negra y roja, con detalles propios de su casa y su yelmo con forma de dragón en honor a Caraxes. Desmontaba a todos los jinetes que se atravesaban, y nobles y plebeyos gritaban por igual el nombre del Príncipe Pícaro, como solían llamarlo. Al momento de comenzar la última justa, llamó a su prima, Lady Laena para que las acompañase. La joven se veía preciosa en un vestido azul y celeste, y con una preciosa joyería de oro y plata. Rhaenyra tomó su mano y le sonrió con dulzura.

Al desmontar a Gwayne Hightower, el hermano de Lady Alicent, la multitud rompió en gritos y aplausos, y Rhaenyra puso una de sus manos en el hombro de la joven, mientras miraba a Lady Laena fruncir el ceño. Fue en ese momento cuando las risas cesaron en el estrado. Su caballero blanco, ser Criston Cole la tomó por el hombro y la llevó por el brazo a la salida del estrado para decirle algo. Su rostro palideció, y Rhaenyra sintió un dolor en el vientre.

Cuando ser Criston le dio la noticia, sintió náuseas y un dolor fuerte en el pecho. «Mi madre». La joven se desvaneció en los brazos del caballero, y sintió el tacto de su prima Laena y la agitación de sus doncellas. «Tengo a mi pequeña hermana, pero nunca más tendré a mi madre», pensó horas más tarde cuando se encontraba en sus aposentos, siendo consolada por sus doncellas quienes cepillaban su cabello para tranquilizarla. Ni siquiera recordaba el momento en el que se había cambiado de vestido. El hermoso vestido rojo y dorado con encajes myrenses que había llevado para el Torneo había sido reemplazado por un vestido negro con escamas de dragón y largas mangas rojas. «El único vestido negro que tengo», pensó con tristeza.

Jacaerys x DaenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora