Criston II

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Las escamas amarillentas de la dragona ya podían visualizarse en el cielo. «Los dioses son buenos. La princesa ha vuelto», pensó emitiendo un suspiro. Habían pasado diez lunas desde que la princesa Rhaenyra había sido proclamada frente a la Corte y los grandes Lords del reino como Princesa de Rocadragón, y la joven se había empecinado en pasar más tiempo volando en su dragona y acompañando a su hermana, además de asistir con regularidad a las sesiones del Concejo. «—Son un montón de imbéciles, queridas. —recordaba haber escuchado a la princesa decir a sus damas de compañía entre risas. —Daemon los culpa del asesinato de su hijo por haberlo desterrado de Rocadragón, y debo deciros que, aunque es mi sede por ser heredera, se han ganado su enemistad eterna. No creo que sea algo bueno. Y además, se ha ido a luchar a los Peldaños de Piedra, ¡quién sabe lo que ocurrirá! La Serpiente Marina emprendió el viaje a la guerra luego de saber el compromiso de Lady Alicent con mi padre, incluso mi primo Laenor está con ellos, pero el rey debería escucharme y dejar que vayamos junto a la princesa Rhaenys y mi prima Laena a luchar, al fin y al cabo, somos jinetes de dragón, ¿no?», culminaba la princesa, mientras las jóvenes se limitaban a asentir y mirarse entre sí con inseguridad. Criston no podía estar más en desacuerdo. Ni la princesa Rhaenys, ni Lady Laena ni la princesa Rhaenyra tenían experiencia en guerras, ni formación para aquello; la Triarquía podría asesinarlas, como hicieron los myrenses con el príncipe Aemon, o tomarlas fácilmente como rehenes. Los asuntos de la guerra pertenecían a los hombres, eran la oportunidad para demostrar su coraje y valía.

Su caballo se estremeció cuando la dragona aterrizó, emitiendo un leve rugido y levantando polvo por doquier. Los guardianes de dragones se acercaron a ella para tranquilizarla mientras la princesa daba un salto para desmontar. Ya estaba todo listo para que la princesa volviera a la Fortaleza Roja, y como era de costumbre, sus cinco damas de compañía se encontraban a la espera, incluso Lady Alicent, la hermosa hija de la Mano del Rey que contraería nupcias aquella misma luna con el rey Viserys, y se convertiría en madrastra de la princesa. La joven había recibido con gran júbilo la noticia, y pedía que Lady Alicent la acompañase constantemente. Sin embargo, aquel compromiso provocó la salida del Concejo de la Serpiente Marina, quien aspiraba a que su hija Laena contrajera nupcias con el rey. La princesa Rhaenyra había llorado amargamente con la marcha de su prima del Castillo. Incluso había conversado con la princesa Rhaenys para permitir a Lady Laena continuar como una de sus damas de compañía, a lo que la princesa se negó, expresando que el hogar de la joven estaba en Marcaderiva.

—Syrax crece con tanta rapidez que en unos años vais a necesitar cordeles para bajar de ella, mi princesa. —expresó Ser Criston cuando la joven caminaba hacia él, quitándose los guantes con la boca. Su pelo plateado iba peinado con una sencilla trenza, y llevaba su ropa típica para montar, un atuendo negro y desgastado con hombreras y mangas en forma de escamas de dragón y pantalones del mismo color; y unas botas sencillas de cuero marrón oscuro. Criston sintió el fuerte olor a dragón que desprendía de la joven, una mezcla de azufre y humo.

—Y será lo suficientemente grande para aceptar a un segundo jinete que me acompañe, mi querido Caballero Blanco. —la princesa rió y se dirigió hacia sus damas de compañía. —Podría ser cualquiera de vosotras, mis señoras. —expresó con un leve sarcasmo, mirándolo de reojo. Criston sonrió, y las muchachas se miraron entre sí, emitiendo risitas nerviosas.

—Creo que estamos bastante bien de esta forma, mi princesa. No tenemos el estómago de los Targaryen para soportar el vuelo. —expresó la atrevida Lady Alicent, tomando por el brazo a la princesa Rhaenyra, para luego depositar un suave beso en la mejilla de la joven. —¿Habéis disfrutado vuestro vuelo?

—Así ha sido, querida. —Lady Alicent le otorgó una sonrisa que no llegó hasta sus ojos. «No me gusta esta mujer. —pensó Criston, desconfiado por naturaleza. —Pero se convertirá en nuestra reina. No puedo juzgarla». Desde la muerte de la reina Aemma la joven Alicent se había convertido en una de las favoritas de la princesa Rhaenyra, y desde el anuncio de la boda, la joven princesa insistía en que Lady Alicent compartiera la cena junto a ella y sus damas de compañía. El grupo de jóvenes caminó hasta el gran carruaje que era arrastrado por cuatro corceles, y se sentaron con la princesa en el centro, compartiendo vino y diversos tipos de pasteles y dulces. Ser Criston emprendió la marcha delante del carruaje, y ser Harrold Westerling los seguía en la retaguardia. El caballero era increíblemente silencioso. «Como debe ser un Guardia Real, solo somos sombras blancas». El camino a la Fortaleza Roja resultó tranquilo, las risas de las jóvenes fueron constantes, y en ocasiones Ser Criston lamentó no poder escuchar lo que hablaban. Sin embargo, podía asumir de qué se trataban. En los últimos meses, la mayoría de las conversaciones de la princesa y sus damas se basaban en los hombres de la Corte, en verlos luchar, y la princesa Rhaenyra solía exhortarle a sus compañeras la historia del Viejo Rey Jaehaerys I con la Bondadosa Reina Alysanne. Criston sabía aquel relato de memoria.

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⏰ Última actualización: Jun 10, 2024 ⏰

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