Rhaenyra II

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La princesa mecía a su hermana en su regazo mientras sus damas de compañía sonreían y los maestres las rodeaban. La salud de Daena había mejorado considerablemente durante las dos semanas que habían pasado desde su nacimiento. «Por su dragón», pensó. Daemon había acertado al considerar la idea de entregarle el huevo de dragón a la pequeña.

—¿Es normal que eclosionen tan rápido? —consultó su prima Laena mientras tocaba los rizos dorados y plateados del cabello de Daena. La pequeña tenía sus ojos violetas muy abiertos, y tenía una de sus manos sujetas al vestido de su hermana.

—Los Guardianes de Dragones dicen que es inédito. Generalmente los dragones han eclosionado a meses e incluso años del nacimiento de la persona a la que han sido vinculados. Es una señal de los dioses, prima. Mi hermana ha tenido su favor. —Respondió la princesa con orgullo. El pequeño dragón era fascinante, de un precioso color amatista y escamas doradas, y había eclosionado en el séptimo día del nacimiento de su hermana. «La señal que necesitaba de que Daena es especial». Lo habían trasladado al Pozo Dragón y por petición de Rhaenyra lo llevaban a la cuna de su hermana cada dos días. —Syrax eclosionó en la séptima luna de mi nacimiento. ¿No te parece una maravillosa coincidencia?

—Lo es. Algún día montaremos a Vhagar, Syrax y al dragón de Daena las tres juntas. Podríamos hacer carreras, aunque vosotras tendréis ventaja. Vuestros dragones son más pequeños y ágiles. —dijo la joven morena sonriendo, tomando un juguete de dragón de color rojo de la mesa que se encontraba a su lado, simulando que volaba. «Tiene la forma de Caraxes. —pensó Rhaenyra con una sonrisa. —Ha sido otro regalo de Daemon». Últimamente su tío había llenado de regalo a sus dos sobrinas. A Daena le había dado todo tipo de regalos: una cuna revestida de oro y rubíes, una manta myrense, juguetes de dragones y joyería. Con Rhaenyra había sido más vanidoso, otorgándole un vestido dorado maravilloso con telas myrenses, y una tiara de jade que había pertenecido a una emperatriz, así como un collar de oro y rubíes.

Durante las dos semanas que habían transcurrido se había dedicado enteramente a pasar las noches con Daemon, paseando por la ciudad, riendo y bebiendo. Ser Harwin siempre los acompañaba, y Ser Criston aún no tenía idea de las salidas nocturnas de la princesa. Las únicas que sabían de aquello eran sus damas de compañía, las jóvenes Strong. Con Daemon incluso se colaban de noche en la habitación de Daena, ya que el tiempo que podía pasar con la pequeña era limitado. «Por orden de mi padre. Teme que me encariñe demasiado con mi hermana y luego termine en tragedia. Pero aquello no pasará. Cuando el rey Aenys I era solo un niño enfermizo, recibió a Azogue y su salud mejoró. Así mismo ha pasado con Daena», pensó con seguridad. Le gustaba ver a su hermana descansar, y sus criadas eran constantemente amenazadas por Daemon. Rhaenyra no creía que aquello fuera correcto, pero su joven tío le recordaba que de no ser así, no vería nunca a su hermana. La joven se limitaba a darle la razón. «Es lo único que me hace feliz ahora».

Desde el funeral de su madre y su hermano apenas había visto a su padre. Las pocas oportunidades que tenía para pasar con él eran durante el Consejo, debido a que servía como copera, e incluso habían disminuido la frecuencia de estas reuniones. Solían transcurrir cada tres o cuatro días, dependiendo de la agitación de la ciudad y el reino, pero en aquellas semanas apenas habían solicitado la presencia de los Consejeros en dos oportunidades. Daemon había insistido en que aquella lejanía no era falta de cariño ni de deber, sino que tal vez su padre sentía responsabilidad por la muerte de su madre y necesitaba vivir el luto. «Le recuerdas mucho a Aemma, ¿sabes?» había dicho Daemon en una oportunidad. «¿Y la solución es ignorarme, Daemon?», respondió la joven inmediatamente. Su joven tío se había quedado sin palabras.

—Princesa Rhaenyra, temo que ya es hora de hacer dormir a vuestra hermana. Habéis estado toda la tarde con ella, más de lo que el rey ha permitido. —el Maestre Mellos hablaba con temor. «Daemon lo ha amenazado una docena de veces estas semanas. No lo soporta, ni a él ni a ningún maestre, dice que son una ratas grises». Champiñón, el bufón de la Corte que solía acompañarla dio un respingo y besó la frente de su hermana Daena.

Jacaerys x DaenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora