Capítulo 17

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A los doce años Tony por fin pudo dibujar un plano decente de protipo de robots con datos concretos. Sin embargo, esos planos estarían guardados por otro par de años más cuando el adolescente finalmente aprendería a programar.

A sus catorce años, el castaño ya se había graduado de primaria y secundaria. Actualmente se encontraba atravesando su último año de preparatoria, mientras esperaba ser aceptado en el MIT para estudiar Ingeniería Mecánica, la misma carrera que estudió su padre.

Desde muy pequeño, Tony quiso seguir los pasos de Howard, pero si le preguntaban a este sobre su hijo menor, el pelinegro podía responder a ciencia cierta que su muchacho no sólo lo había alcanzado sino también lo había dejado atrás desde hace mucho tiempo.

El orgulloso padre podía contar varios logros en su vida. La construcción de vehículos tanto aéreos como terrestres, sin mencionar la gran cantidad de armas que había elaborado, su participación en el proyecto renacimiento y también estaba el proyecto Manhattan.

Howard sabía que su más grande hazaña fue haberse quedado junto a Peggy y haber dejado atrás una vida de casanova. Enamorarse y casarse con la mujer que sólo consideraba su mejor amiga y haber formado un hermosa familia a su lado.

Sí, su mayor hazaña fue entregarse con toda su alma y a través de los años haber aprendido a amar a la castaña con todo su corazón. Ese mismo amor que los había llevado a tener tres hijos maravillosos. Su familia, ese era su logro y orgullo más grande.

Sin embargo, a nivel profesional como ingeniero e inventor su mayor logro fue ayudar a la creación de un súper soldado que hiciera el bien al mundo, pues la mayoría de sus creaciones sólo causaban destrucción como sus armas o incluso la bomba atómica.

Replicar el suero del súper soldado en memoria de Steve Rogers y para probarse a sí mismo que podía hacer el bien con sus inventos era el plan. Un plan que había estado ejecutando en secreto por años y al fin lo había conseguido.

Sin duda, Howard Stark estaba orgulloso. Lamentablemente, era un proyecto secreto y no tenía a nadie con quien compartirlo, quizá mañana en Shield podría decírselo a su amigo Arnie. Por ahora decidió ir por una botella de vino y brindar por sumar otra gran hazaña.

Peggy, por su parte había despertado una vez más sintiendo la soledad en su cama como tantas noches. Estaba preocupada por Howard que solía desvelarse en sus proyectos de los que no hablaba con nadie. Cansada de tanto secretismo decidió levantarse y buscar al pelinegro.

— ¿Howard? — Peggy se asomó por el taller.

— Cariño — Sonrió el hombre invitándola a sentarse junto a él — Ven, estoy celebrando — Sirvió dos copas de vino.

— ¿Qué estamos celebrando? — Quiso saber extrañada ante la actitud de su esposo.

— Mira que tengo aquí — Dijo animado tomando una de las muestras del suero azulado que se hallaba en un tubo de ensayo.

— ¿Qué es esa co... — Peggy guardó silencio al reconocer la azulada fórmula.

— Sí, así es — Confirmó Howard como si le hubiera leído el pensamiento. Sin embargo, la lágrima que rodó por la mejilla de la castaña lo desconcertó — ¿Qué sucede mi amor? — El pelinegro guardó el tubo de ensayo en una gradilla y se acercó a la mujer — ¿Estás bien? — Preguntó.

Howard estaba preocupado. Y quiso golpearse por haber enseñado a Peggy el suero del súper soldado sin ninguna delicadeza, pues aunque le doliera sabía que Steve Rogers era un tema complicado para su mujer, por lo que prefería ignorarlo y no hablar sobre eso.

Sin embargo, al ver a su esposa contarle las historias del Capitán América con tanto entusiasmo a su hijo Tony, pensó que la castaña finalmente había enterrado su recuerdo, amor y dolor que le causaba el nombre de Steve Rogers.

Un Futuro DiferenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora