Capítulo 2

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Los primeros meses después de la muerte de Fred estaba devastada. Me hundí completamente en mi soledad, motivada por la depresión y la sensación de vacío en mi pecho. No quería ir al hospital, ese lugar donde la conocí, también dejé de frecuentar a mis amigos, familiares y vecinos. Me encarcelé en mi misma. Me pasaba las noches despierta, escuchando el ruido de la ciudad viva mientras yo me sentía cada día más muerta.

Durante esos días parecía que había perdido a una parte de mí; no hablaba, no salía, comía lo más mínimo y todo lo sentía como un huracán arrasándome. Me despertaba llorando, gritando su nombre después de la misma pesadilla que me asediaba noche con noche. Dormir, comer y hasta vivir se había vuelto más difícil de lo que ya era. Me maldecía, lo maldecía por haberme dejado, por haber decidido por los dos. Quería que la tierra se abriera y me tragara.

Después de su muerte, me sentía perdida, perdida en mi misma. No me hacia la idea de despertar y no tenerlo a mi lado, de no escuchar su risa en cada rincón. Echaba de menos su presencia, su sonrisa, el tacto de sus dedos sobre mis dedos, sus labios sobre mis labios. Lo extrañaba, extrañaba todo de él.

Sin embargo, el mundo seguía existiendo, yo seguía existiendo. Veía los mensajes de mis amigos en el chat. <<Cath, lo sentimos muchísimo. Cuentas con nosotros siempre... ¿Estas bien?>> y mi respuesta practicada. <<Lo sé, gracias. Estoy bien. >> Acabé evitando las llamadas, hasta las de mi padre. Pero sabía que en algún momento todo me tenía que atacar, de nuevo. En ocasiones me preguntaba qué pasaría si Dios nos hubiera llevado a los dos, no solamente a uno, pero mientras pensaba en eso, la realidad llegaba a mí como un golpe en la cabeza: él se fue y ya no volvería.

Aquel hombre había pasado de ser un desconocido a ser parte de mi vida. Ahora solo quedaba la sombra de lo que alguna vez fue nuestro amor y por causas del destino se nos fue arrebatado.

Pasó el tiempo.

Y un día desperté para darme cuenta de que ya tenía casi tres años viviendo bajo la sombra de su recuerdo. O al menos, lo que quedaba de él. La vida me parecía tan monótona y vacía. A pesar de que yo tuve una oportunidad para seguir viviendo, aquello no se sentía como vivir. Mil veces al día lo extrañaba y le lloraba. Me resguardé en mi propio dolor.

Nunca me había sentido tan sola y devastada como en esos primeros meses. Odiaba el simple hecho de existir, pero de todas formas ¿qué podía yo hacer?

Cuando me preguntaban sobre mi estado de ánimo, solo podía dar una sonrisa como respuesta. Porque por más que me lamentara o llorara nada cambiaría.

Durante un tiempo estuve yendo a mis terapias con Eva, también viajé al lado de Ángeles. Conocí Paris, Grecia y España. Estuve asistiendo a chequeos de rutina con el doctor Walter, pero en otro hospital a petición mía. Asistí a la boda de Anna con el enfermero del piso dos, Tom, y finalmente, después de dos años y medio, me mudé junto con mi madre a Londres en un intento por convencerme de que todo iba a mejorar.

Pero, hasta el momento, nada había mejorado.

*

Estaba dando ligeros golpecillos con el lápiz sobre la butaca mientras mi vista parecía perdida en algún punto. Química no era mi materia favorita, de hecho, ni siquiera entendía porque teníamos que ver formulas y ecuaciones en la carrera de Biología.

Intentaba poner atención y entender cuál era la dichosa formula de la acetona, pero fracasé.

Parpadeé varias veces y me centré de nuevo en mi libreta, rogando porque mágicamente apareciera la solución escrita en ella. Rasqué mi cien y finalmente me rendí.

Desvié mi vista hacia un lado, y fue ahí cuando me decepcioné de mi misma. Ashley estaba resolviendo todos los ejercicios con una rapidez asombrosa, su vista no se despegaba de la libreta y su lápiz no cedía ni un solo segundo.

Entre cenizas y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora