Capítulo 8

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Llegué al aeropuerto de Australia después de dieciséis horas de vuelo directo. Al pisar tierra firme, lo primero que hice fue tomar mi maleta y dirigirme en busca de Vanessa, quien iría a mi encuentro.

—¡Catherine! —gritaron a mis espaldas. Giré y era ella con un gran cartel que decía "bienvenida"

—¡Hola, Van!

Antes de poder decir otra cosa me vi embestida en un fuerte y duradero abrazo. Casi no podía respirar.

—¡Pero mírate, que bonita estas! —dijo separándose de mí—. ¿Cómo estás?

—Bien... pero tú también. Has crecido mucho, pequeña.

Y era verdad. Vanessa en poco tiempo iba a cumplir veinte años y, aunque era más chica que yo en edad, ya me rebasaba en altura. Sus ojos, nariz y boca eran iguales a las de su hermano y sus manías solo se fueron pareciendo más con el paso de los años.

Nuestra siguiente parada fue el estacionamiento del aeropuerto, desde donde un taxi nos llevó a la nueva casa de los Myers. Vanessa no paraba de decir lo feliz que estaba de verme y lo contenta que se pondría su mamá al recibirme.

Unos diez minutos después nos hallábamos frente a la residencia. Me quede de pie frente a la puerta mientras Vanessa me hacia el favor de meter mi maleta y llamar a su madre.

—¡Pasa, Cath. En un momento estamos contigo! —escuche la voz de Van desde el segundo piso.

Dubitativa, hice lo que me dijo y me senté en un sofá de la sala al lado del ventanal. Me quedé ahí, en silencio y observando la casa. Era algo grande para que solo vivieran tres personas. Entonces recordé que era nueva y que él jamás había estado en ella.

Me levanté y caminé a pasos lentos por el pasillo principal, donde había unos cuadros con fotografías. Me detuve y analicé a detalle cada una. Tenían polvo, como si no se hubiesen limpiado después de la mudanza.

En algunas fotografías se encontraba la madre de Fred cuando era joven al lado de un señor algo parecido a ella, supuse que era su padre. En otras estaba una niña pequeña y sonriente mirando hacia la cámara con chupete y las siguientes eran similares pero en edad más avanzada.

Seguí caminando y observando, pero me arrepentí cuando me topé con fotografías de Myers. En todas estaba sonriente, irradiando luz y contagiando su felicidad aunque fuera por un simple retrato. Se veía aún más joven que cuando lo conocí, unos quince o diecisiete años quizá.

En seguida, aparecía él en su última etapa. Tan... destrozado. Estaba sufriendo y no me di cuenta, ¿cómo no me di cuenta? Pero aun así, nunca perdió esa sonrisa característica de la cual me había enamorado.

Seguía siendo Fred a pesar de las adversidades.

—¡Cath, linda! —La voz de Sandra resonó en mis oídos como un eco constante—. ¡Qué grande y hermosa estas!

—Es lo mismo que le dije yo, mamá —mencionó Van.

—Pero dime —Sandra me tomó de las mejillas, apretándolas un poco—. ¿Ya comiste? ¿Tienes hambre, sueño? ¿Algo?

Reí un poco incomoda por su amabilidad.

—No, gracias. Estoy bien.

Me soltó, sonriendo.

—Muy bien, bonita —respondió—. ¿Quieres que te muestre tu habitación?

—Sí, gracias—Antes de seguirla, lo pensé unos segundos y hablé—. Disculpe...

La madre de Fred se giró, dejando atrás a su hija. Me miró confusa para después regalarme un gesto de cordialidad.

—¿Qué sucede, Cath?

—Mmm...—Aclaré mi garganta y seguí—. ¿Cree que después pueda darme una copia de esa fotografía? —señalé el cuadro donde Myers tenia entre catorce y quince años y su rostro reflejaba la más pura felicidad.

Sandra volteó a ver la fotografía con los ojos cristalizados y asintió en un leve murmullo.

—Por supuesto, querida. Ahora vamos arriba para que puedas descansar.

*

En la tarde, cuando desperté de mi siesta, tomé mi celular y le marqué a Ángeles para avisarle que estaba de visita en la ciudad.

—Hola perdida —dijo su voz al contestar.

Reí.

—Seré breve —respiré hondo y lo solté—. Estoy en Sídney.

Guardó silencio durante incontables segundos. Luego, su grito casi reventó mis oídos.

—¿QUEEEEEEEEEEE?

—¡Cálmate!—pedí.

—¿Cómo quieres que me calme si mi mejor amiga no me avisa cuando viene a la ciudad después de tenerme abandonada por saber cuánto tiempo? —dramatizó—. Eso no se hace, ¿eh? Catherine Hawkins. ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—Hoy acabo de llegar —le expliqué—. No había tenido tiempo. Todo fue muy rápido.

—¿En dónde estás?

Miré a mi alrededor y respondí.

—En la casa de los Myers.

Rechino los dientes.

—¿Y cómo te encuentras? —me cuestionó.

—Bien...—exhale—. Demasiado bien a lo que imaginé. ¿Cuándo nos vemos?

—Por mí, ahora mismo.

Reí.

—¿Te parece mañana por la tarde? —le dije.

—Claro, pero ¿por qué en la tarde?

Mordí la comisura de mis labios.

—Porque antes quiero ir a ver y visitar ciertos lugares —musité. Ella seguía en silencio—. Quiero ir al cementerio.


Entre cenizas y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora