Capítulo 5

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—¿Has entendido? —me preguntó Ryan.

Negué mordiéndome los labios.

—¿Qué no entendiste?

Suspiré.

—Todo —respondí.

Bufé cuando Ryan de nuevo me acercó su libreta, explicándome. Mis ojos se quedaron fijos en su perfecta caligrafía plasmada con tinta indeleble. Después alcé la vista a su rostro y él hizo lo mismo, sonriéndome.

Me rendí.

—No es por ser grosera —repetí sus primeras palabras—, pero ya me dio asco ver tanto número. ¿Podemos descansar?

—Claro —dijo con un gesto de comprensión.

Empezamos a guardar nuestras cosas con lentitud.

—Nos perdimos francés —recordó él.

—¡Ay, mierda! —no había pensado en la clase.

—No te preocupes, cada semestre nos dan puntos extra si vamos a ver una película de idioma al cinema que está aquí a unas cuadras —comentó. Lo miré—. Si quieres, solo si quieres, podemos ir.

—¿Juntos? —susurre, pero Ryan me alcanzó a escuchar.

—Si —sonrió sin mostrar los dientes—. ¿Te parece?

Regresé mi vista a sus ojos oscuros y pensé.

Me quedé un segundo en silencio procesando toda la información. ¿Quiera ir? Tal vez. Sin embargo, aun sentía demasiada vergüenza y algo cohibida ante él. Su presencia me hacía sentir rara y fuera de mi zona de confort.

—Será agradable, lo prometo —su voz me sacó de mis pensamientos.

—Sí, está bien.

Rendida acepté y sintiendo como el calor me comenzaba a teñir las mejillas, giré sobre mis talones con él tras de mí.

Lo escuché reír. Sabía que, al igual que yo, estaba sonriendo.

*

Pensé en decirle a mamá que saldría con un chico, pero no lo hice. Solo le dije que iría a ver una película con una nueva amiga de la universidad al cinema que estaba a veinte minutos de casa y estuvo de acuerdo.

—Te hará bien salir —me dijo.

Lavé los platos de la cena y fui a mi recamara a alistarme. Me cambié de ropa una infinidad de veces y finalmente me decidí por unos jeans y una playera de ColdPlay en su gira A Head Full Of Dreams. Fui a uno de sus conciertos en España, era uno de mis sueños. Como siempre, lo tuve presente a él y fue magnifico al igual que conmovedor. Esa playera era mi favorita aunque ya estuviera deslavada y deshilachada, cosa que la hacía más suave y tersa al contacto con mi piel.

Me revisé en el espejo del cuarto y salí con mi bolso en mano.

—Regreso a las ocho —grité.

—Ni un minuto más tarde. Ah, y sin cafeína, Cath.

A la mayoría de los padres les preocupaba que sus hijos fumaran mariguana, tomaran alcohol o quedaran embarazadas a temprana edad. A mi madre le preocupaba que tomara café o cualquier otra cosa que me provocara taquicardias.

—Sí, aja. Te quiero, adiós.

—Adiós, cielo —la oí gritar desde el interior de la casa.

En el taxi, me pregunté si debía escribirle a Ryan para advertirle que ya iba en camino, pero me arrepentí. Como fuera, era mejor que pensara que no estaba tan al pendiente, aunque después de años me hubiese maquillado, aunque hubiese desempolvado mi camiseta favorita y esperaba que preguntara por ella. Contar que la había adquirido en un concierto de una banda, aquella que conocí más a profundidad gracias a un ex amor fallecido. Aquel que me dio su corazón para que yo siguiera viviendo. Ese amor que me enseñó lo bueno y lo malo, que fue mi talón de Aquiles. Aquel que construyó en mí un bonito castillo que luego la tormenta se llevó consigo.

Si, bueno, tal vez no le contaría todo eso por una camiseta. ¿O sí?

Cerré los ojos.

"Eres fuerte. Has sido fuerte". Me dije y suspiré.

El taxi se estacionó justo al frente del cinema y, antes de salir, lo vi acercarse. Durante tres años estuve evitando el aproximamiento con cualquier hombre y ahora me parecía casi imposible.

Tomó la manilla y me abrió la puerta.

—Hola —su voz resonó en mis oídos. Me dio la mano y me ayudo a bajar del auto.

Aunque me rehusé, pagó la tarifa al chofer y este se marchó.

Caminamos en silencio hasta la entrada.

—¿Ya has visto la cartelera? —le pregunté para romper el hielo.

—Sí, y ya he elegido la película, si no te molesta —confesó—. Es una a blanco y negro que trata sobre una conspiración.

—Vaya.

La película si trataba sobre una conspiración, pero no de las que imaginaba. Era un tipo que recibía cartas bajo el seudónimo de El Cuervo en los que se le exige que rompa su relación con su esposa, un tipo de triángulo amoroso y asesinatos en serie. Ryan y yo conformábamos una tercera parte de la sala del cine. De pronto me aburrí y ya no le preste mucha atención a la película. Cedí y me permití observar a mi compañero de asientos. No iba más allá de una simple mirada. No iba a tocarlo.

Su cabello negro estaba peinado perfectamente hacia atrás. Llevaba unos pantalones cafés y una camisa blanca. Sus pupilas brillaban bajo la luz de la pantalla y sus labios estaban ligeramente curveados hacia la izquierda. Llevó una de sus manos al reposabrazos y ladeó su cabeza, descansándola en el respaldo.

Alzó la vista y me sonrió. Me sonroje, de nuevo.

No podía seguir haciendo eso, así que lo abandoné y pensé en otras cosas. Pensé en Fred, en su familia y en estos tres años sin él. Pero mi mente no dejaba de regresar a la persona que estaba a mi lado. Estaba justo ahí, al lado de mi culpa y curiosidad. Sin embargo, al final de la película algo ocurrió; las luces se encendieron y nos pusimos de pie. Al salir del cinema, Ryan me preguntó si quería ir por un helado a La Plaza.

Acepté.

Las calles estaban solitarias. Cruzamos la avenida y caminamos por un callejón.

—Esa fue la película más aburrida de mi vida—me dijo.

—A mí me gusto —repliqué.

—¿De verdad?

—No. Ni siquiera le entendí.

Reímos.

En realidad, me la estaba pasando bien y eso me comenzaba a poner nerviosa. Intenté resistirme a ese nuevo sentimiento que se estaba apoderando de mí, pero fallé. Tal vez me estaba fallando a mí, le estaba fallando a Fred, al único chico que había dado todo por mí. Tal vez no lo merecía, tal vez estaba siendo débil. Pero cuando Ryan estaba pidiendo nuestros helados parecía que nada de eso me importaba. Tal vez era posible salir a tomar un helado sin ningún compromiso de por medio.

Ryan detuvo el debate que se llevaba dentro de mi cabeza al preguntar de qué sabor quería mi helado.

—Ay, perdón. Fresa —le dije.

Asintió y dos minutos después me entrego mi helado.

Sonreí avergonzada.

Ambos nos quedamos en silencio, solamente mirándonos con nuestros helados en mano. El de él era de vainilla y el mío de fresa con chocolate. A veces lo observaba a los ojos, otras a las mejillas o a su sonrisa. Tenía una sonrisa hermosa, debía admitirlo.

—Me gusta tu sonrisa —admití, un poco tímida ante mi propia confesión.

Enarcó sus cejas, sorprendido. Después ensanchó aún más los labios.

—Gracias, Catherine —musitó con un semblante tranquilo. Miró su reloj y se sobresaltó—. Ya es tarde. ¿Gustas que te deje en tu casa?

—Si no es molestia.

—Para nada.

Le sonreí a modo de agradecimiento. Nos pusimos de pie y avancé primero hacia la puerta de la heladería, pero antes de salir su voz me detuvo.

—Te ves muy linda con esa playera.


Entre cenizas y estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora