El chisme

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Rosé estuvo inquieta todo el camino, pero no fue sino hasta que estuvieron a un kilómetro de distancia que comenzó a sentir el llamado en su pecho.

Un aullido bajo, lleno de pena.

Sabía que no era su loba, y que era de Lisa.

Al entrar a la casa no vio mucho más allá de la puerta de la sala, importándole muy poco el mundo.

Podía sentir el olor de Lisa, cerca, fuerte.

Se olvidó de todo, del dolor de su cuerpo, o de su cabeza, su cansancio pareció desparecer, sólo recordó al gruñido que le había dedicado a otra chica que olía un poco a Lisa, pero no le dio mucha importancia.

Tenía que ir con su omega.

Pareció que hubiera estado ciega todo el camino hacia aquella habitación, porque no fue sino hasta que vio la cama, y el bulto en esta, que reaccionó.

Sus ojos se aguaron.

—Alfa...

Rosé se apresuró, casi corriendo hacia la cama, hasta subirse en ella, y en un movimiento rápido, tomando el cuerpo de Lisa, abrazándola con fuerza contra sí.

Rosé lloraba, de alivio, de alegría. Llevó su nariz hasta el cuello de Lisa, aspirando su dulce olor.

La omega hizo lo mismo, con las mejillas húmedas y una sonrisa, frotando su rostro en el cuello de la mayor, dejando pequeños besos, embriagandose en su aroma.

Lisa dejó de sentir frío, calentándose con a presencia de su alfa y su abrazo, como si de una estufa se tratara. Rió un poco, con alegría, y eso hizo sonreír a la rubia, quien se apartó un poco para mirar su rostro, su sonrisa, sus ojos, besó su frente, sus mejillas, su nariz y sus labios, con gusto algo salado por las lágrimas, pero lleno de felicidad.

Las manos de Rosé bajaron al cuello de Manoban, preguntando con la mirada.

—Sí —dijo, con seguridad—, sí, por favor...

Rosé dejó un casto beso en sus labios antes de mirar la curva entre su cuello y hombro, libre, ya sin ningún collar en el medio, dejó un par de besos hasta llegar allí, quería darle el cariño que se merecía y hacerla suya al mismo tiempo, abrió su boca, acomodando sus caninos sobre la piel.

Sintió a Lisa tomar aire, buscó su mano y la apretó, al mismo tiempo que enterraba sus dientes en la omega.

Escuchó un jadeo, con algo de dolor en ella, sostuvo su mano más fuerte, el sabor metálico de la sangre la hizo asquearse un poco.

Pero por fin estaba pasando, y no podía sentirse mejor, la felicidad tapó ese sabor.

Sus corazones comenzaron a latir al mismo ritmo, sus pechos se llenaron de la mezcla de emociones, de alegría, de alivio, de paz, de amor, de ambas.

Rosé desenterró sus dientes, lamiendo varias veces la marca, hasta que esta dejó de sangrar.

Miró a Lisa a los ojos, tomando las sonrojadas mejillas, amando su sonrisa, dándole una, besando sus labios con intensidad.

Ahora compartían todo, ahora estaban completas, sus miradas lo confirmaban, y la marca del lazo también.

—Te amo —declaró Park, sintiendo en su pecho tanto su amor, como el sentimiento correspondiente de Lisa.

—Te amo —repitió la omega.

***

Aún segundos después de que aquella pálida entrara al cuarto de Lalisa Manoban, Jennie seguía en el mismo lugar, sin saber porqué ese gruñido la había intimidado tanto.

Delta | ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora