Capítulo 8: '𝑒𝑙 𝑓𝑙𝑢𝑗𝑜 𝑑𝑒 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜...'

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Los días en el muelle de loto transcurrían serenos y armoniosos. Las visitas de los Wei se hicieron más frecuentes y prolongadas, hasta que pasaban casi más tiempo allí que viajando.

Una tarde, mientras acompañaba a Wei Ying a despedirse porque partirían al amanecer, el corazón de Jiang Cheng se estrujó con tristeza. Odiaba verla marchar una y otra vez.

—No quiero que te vayas... —murmuró cabizbajo.

Wei Ying lo miró con ojos brillantes, como si se le hubiera ocurrido una gran idea.

—Entonces, ven con nosotros.

—¿Eh?

—Le diré a mis padres que te invites. ¡Será muy divertido! Podremos explorar juntos, cazar conejos para la cena y dormir bajo las estrellas.

Jiang Cheng sintió que el corazón le daba un vuelco. Viajar libremente con Wei Ying era un sueño vuelto realidad, desde la primera que ella lo mencionó, y casi como si la promesa de su primera vida, se volviera realidad.

Para su sorpresa, convencer a sus padres resultó bastante sencillo. Jiang Fengmian accedió encantado, creyendo que la experiencia templaría el carácter de su hijo. Madam Yu se mostró más renuente al principio, pero terminó cediendo con la condición de que se comportara a la altura de su apellido.

La mañana de la partida, Jiang Cheng casi no podía contener su emoción. Cargó diligentemente sus pocas pertenencias al carromato de los Wei y subió de un salto. Wei Ying ya lo esperaba, saludándolo efusivamente.

—¡Esto será muy divertido! —exclamó, abrazándolo con fuerza—. Me alegra tanto que vengas con nosotros, A-Cheng.

El carromato avanzaba traqueteando por el camino rural, alejándose cada vez más del Muelle de Loto. Jiang Cheng contemplaba el paisaje por la pequeña ventana, maravillado por la exuberante vegetación. De vez en cuando su mirada se desviaba hacia Wei Ying, que tarareaba alegremente una canción inventada mientras trenzaba distraídamente mechones de su cabellera azabache.

Jiang Cheng sonrió para sus adentros, embriagado por la luminosidad que ella irradiaba con su sola presencia. La vida errante definitivamente era lo suyo; parecía una avecilla escapada de su jaula, regocijándose en su recuperada libertad.

Al caer la tarde acamparon a orillas de un arroyo de aguas cristalinas que serpenteaba entre los árboles. Changze empleó su espada para desbrozar el follaje cercano mientras Sanren encendía un fuego. Jiang Cheng y Wei Ying fueron enviados a recolectar leña y frutos silvestres.

Anduvieron cogidos de la mano, señalándose mutuamente plantas y animalillos interesantes en su camino. Las lisas piedras grises que conformaban el lecho del arroyo crujían bajo sus pasos.

De pronto Wei Ying soltó un grito de júbilo y salió disparada hacia un enorme árbol de ramas retorcidas. Trepó ágilmente hasta las ramas más altas y regresó con los brazos repletos de suculentos duraznos maduros.

—¡Mira cuántos encontré! Están riquísimos... prueba este —dijo acercando un durazno particularmente apetitoso a los labios entreabiertos de Jiang Cheng.

El dulce jugo invadió su boca, impregnando sus papilas con el delicioso sabor. Wei Ying observó su expresión de deleite y rio encantada, limpiando con su pulgar una gotita que resbalaba por la comisura de sus labios.

El corazón de Jiang Cheng se saltó un latido ante ese roce fugaz. Apartó la mirada para disimular su turbación y procedió a llenar su talego con ramitas y piñas secas para el fuego.

Ya de regreso en el campamento, Changze tomó la espada y se internó en el bosque para cazar el sustento de la cena. Sanren les enseñó a encender el fuego frotando rápidamente dos ramitas secas. Luego los puso a asar las presas que trajo su esposo: un par de conejos y algunos faisanes.

El Loto y La Luna; ChengXianFem!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora