Dos días después, Jiang Cheng y Wei Ying se preparaban sigilosamente para abandonar la Secta Lan bajo el manto de la noche. Con movimientos cautelosos pero diligentes, empacaron sólo lo esencial en unas mochilas ligeras. Wei Ying ató su cabello en una coleta alta y se caló su sombrero de cultivadora, ocultando su identidad femenina.
—Es hora —murmuró Jiang Cheng—. Debemos partir cuanto antes si queremos llegar a Yummeng antes del anochecer.
Salieron al pasillo en absoluto silencio, atentos a cualquier sonido que delatara la presencia de los discípulos Lan haciendo sus rondas.
Tras echar un vistazo para asegurarse de que no había nadie, Jiang Cheng tomó la mano de Wei Ying y la guió con sigilo por los intrincados corredores hasta alcanzar la salida trasera de las dependencias Lan. La luna llena coronaba el cielo despejado, iluminando sus pasos con su resplandor argénteo.
Una vez afuera, montaron en sus respectivas espadas y se elevaron entre las sombras en dirección sur, rumbo al Muelle de Loto. Wei Ying iba delante, su melena azabache ondeando al viento mientras su rostro dejaba esa sombra que cubría sus ojos. Salir de ese lugar era exponerse a los peligros. Ambos sabían eso, es más Jiang Cheng prefería encerrarla para que nada ocurriera, aunque eso no garantizaba nada.
Sobrevolaron por horas interminables, atravesando un océano de nubes algodonosas que los envolvía en un manto de sueños. En esas alturas, todo parecía irreal y distante, ajeno a las turbulencias que los aguardaban en tierra.
Finalmente, tras una eternidad suspendida en el aire, las luces del Muelle de Loto se vislumbraron en la distancia, como cientos de luciérnagas danzantes reflejadas sobre las aguas del lago. Con un nuevo impulso de energía renovada, Jiang Cheng aceleró el vuelo, deseoso de pisar cuanto antes suelo seguro.
En cuestión de minutos, aterrizaron en uno de los embarcaderos privados de la residencia. Todo parecía en calma, ni un alma a la vista, como si el tiempo se hubiera detenido. Jiang Cheng guió a Wei Ying a través de los jardines y pasillos serpenteantes, los veloces latidos de su corazón la única señal de su agitación interior.
Al final del sendero principal, las imponentes puertas del salón de audiencias se alzaban ante ellos, aparentemente cerradas a cal y canto. Wei Ying se detuvo un instante y miró a Jiang Cheng con una ceja arqueada. Llegar sin avisar teniendo en cuenta la situación de la secta, podría llevarlos a tener una severa reprendida de su madre. Ya la podía escuchar sus gritos mientras los padres de Wei ying buscarían calmarla por completo.
—¿Seguro que no nos meteremos en problemas por llegar así sin avisar? —inquirió en un murmullo.
Jiang Cheng depositó un suave beso en su frente antes de responder con un asentimiento sereno.
—Mi padre entenderá nuestras razones. Lo importante es que estemos a salvo aquí —susurró contra su piel, aspirando su aroma floral—. Ven, entremos y aclaremos esto de una vez.
Empujó la pesada puerta, permitiendo que la luz de las antorchas del interior los bañara con su resplandor dorado. Un orondo sirviente se apresuró a recibirlos, sus diminutos ojos abriéndose de par en par al reconocerlos, parecía más aterrado que alegre.
—¡Joven Maestro Jiang! ¡Señorita Wei! —exclamó atropelladamente.
Lo escuchó tartamudear mientras le explicaba donde se hallaban todos. Jiang cheng lo intuyó, era preferible estar pensando en posibles escenarios antes los Wen, lo fue en su momento con la campaña con el sol, y lo era ahora contra Wei Changze. El sirviente seguía viendo a los lados de manera nerviosa, como si temieran que ellos fueran vistos, pero ¿De qué valía que se escondieran?
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El Loto y La Luna; ChengXianFem!
Hayran KurguPerdió lo que más amaba en manos de otros, y el querer venganza suena poco para todo lo que paso su familia. Jiang Wanyin quiere una oportunidad, y él no duda en dársela, con la única opción de que la proteja. Wei Wuxian es el todo, y él cumpliría...