Camino de vida de una mujer

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A los cinco años de edad perdió a su padre. Su madre, que quedó viuda muy joven, volvió a la casa de sus padres, cuando tenía dieciocho años de edad. Entonces, la pequeña Toya, para no quedar desamparada, fue recogida por la abuela paterna que la educó con ternura y amor.De joven, a los quince años de edad, se enamoró por primera vez de un muchacho de dieciséis años. Al año siguiente de haberse conocido, se casaron por la ley civil. A los dieciocho años tuvieron una hija de nombre Camila. A los veintiún años de edad muere su esposo y como sucedió con su madre, a 10temprana edad, también ella quedó viuda. Algunos años después, conocerá a Epifanio, su esposo, con quien realizará matrimonio civil el 28 de diciembre de mil novecientos sesenta, en Queropalca y religioso el siete de junio de mil novecientos sesenta y dos, en la ciudad de La Oroya. Desde entonces compartirá su amor para toda la vida y harán florecer una familia de cinco hijos más. Doña Victoria Trujillo Pardavé, más conocida como mama Toya, había nacido el 29 de diciembre de mil novecientos treinta y cinco, en el distrito de Queropalca, perteneciente anteriormente a la provincia de Dos de Mayo y actualmente a la provincia de Lauricocha.Sus viajes fluctuaban entre Queropalca y Huánuco; hasta que, de un momento a otro, apareció en La Oroya, el mes de abril de mil novecientos cincuenta y cinco, con el único propósito de quedarse, al menos una semana, asistiendo a su prima hermana, hija de la hermana mayor de papá, que estaba enferma y vivía en la parte antigua de la ciudad de La Oroya. 11La prima, que prolongó su enfermedad, le pidió que se quedara un tiempo más a su lado; así, ese breve tiempo, se transformó en un largo tiempo que terminó instalándose en La Oroya, ciudad de clima frío, pero de corazón cálido y acogedor.Don Epifanio, que trabajaba en el complejo metalúrgico de La Oroya, se instaló con su familia en el Club Peruano, un campamento que albergó generaciones y generaciones de vida laboral y familiar. Mama Toya y su hija Yolanda recordaban nostálgicas aquel pedazo de terreno que habilitaron para hacer su pequeño jardín donde plantaban papa, maíz y geranios, a pesar de la estrechez del espacio y el hacinamiento poblacional. En mil novecientos ochenta y cinco, como fruto de una deuda que tenía la comunidad campesina de Santa Rosa de Sacco con don Epifanio, trabajador de la empresa minera Cerro de Pasco Cooper Corporation, acordaron ceder un pedazo de terreno en el anexo de Villa el Sol. Desde entonces, mama Toya, a los cincuenta años de edad, con toda su familia, se asentó en el lugar y viven allí hasta el día de hoy.12Mama Toya, al ver que tenía un gran espacio de terrero, empezó a sembrar plantas para embellecer su hogar, junto con sus hijos. Entre tantas flores, nunca olvidaron aquel geranio que trasladaron desde el Club Peruano y sigue multiplicando sus flores hasta ahora en Villa el Sol.A los pocos años, su jardín familiar estaba repleto de flores que con los colores primaverales alegraban la vida de sus hijos, vecinos y familiares. Todo aquel que pasaba por el lugar admiraba todo lo que la naturaleza reflejaba desde la interioridad hasta la exterioridad porque todo lo que estaba por dentro se reflejaba también por fuera. Esta mujer, desde el amanecer hasta el atardecer, hablaba con cada flor, susurrándole, con voz de candor, su gran amor. Tener un jardín era un sueño, postergado desde su juventud que, al haberse cumplido, sembró cada planta con mucha pasión como en los jardines primaverales de su natal Huánuco, una de las ciudades con el mejor clima del mundo. El cinco de setiembre de mil novecientos ochenta y cinco, bien guardada tenía el recuerdo en su memoria, sembró papa en el 13jardín de su casa y luego fue extendiéndose por el campo que, poco a poco, fue acrecentando el cariño por la pachamama; a la vez que fue asumiendo el reto de hacer producir la tierra, abandonada por los pensamientos negativos y fatalistas de aquellos que decían que no era el terrero ni el clima propicio para la producción agrícola. Lo que para algunos era imposible, ella lo hizo posible. Así empezó una manera diferente de ver el mundo.Aquellos años, ya se hablaba de la situación crítica que atravesaba el planeta y los dolores de parto que exclamaba la pachamama por los efectos del cambio climático. Desde entonces, la realidad planetaria fue agudizándose y convirtiéndose en un pregón que pocos pusieron atención. Ante esta situación, mama Toya escuchó el grito de la madre tierra y despertó la conciencia de protección del ambiente. De esta manera, encontró, como anillo al dedo, el espacio propicio para cooperar con la mitigación de las catástrofes climáticas que se anunciaban. Entonces, ella misma asumió la responsabilidad de trabajar en la forestación del campo de Villa el Sol. Era 14un lunar singular en medio de un inmenso lugar.La experiencia que había empezado en su hogar con la siembra doméstica del eucalipto, pino, ciprés, quinual y otros más, fue trasladada a la comunidad, por invitación de una organización del Ministerio de Agricultura. Encontró una motivación más de poder expandir su misión.Tal es así que en mil novecientos ochenta y ocho, el Programa Nacional de Manejo de Cuencas Hidrográficas y Conservación de Suelos del Estado peruano, creado en mil novecientos ochenta y uno, invitó organizarse a los vecinos para la forestación del campo y así mitigar los avances acelerados del calentamiento global.Ante la invitación, los vecinos, que sufrían los azotes desgarradores de la pobreza y terrorismo de aquellos años, sólo deseaban trabajar para ganarse un pan con el sudor de su frente y llevar a la mesa de sus hogares, la rechazaron. Ante la negativa, la organización del Estado peruano incentivó la participación mediante la donación de víveres. Así, se juntaron veintiún personas que, al verificar el intercambio de trabajo por 15víveres, fueron aumentando los voluntarios interesados y a la vez disminuyendo porque el trabajo del campo era duro y rudo que se tenía que estar convencido y enamorado para perseverar en la misión.Ante el desánimo, mama Toya se encargó de persuadir a los vecinos a participar del proyecto de forestación. Asumió el desafío de ir a sembrar y plantar solo con el apoyo de su familia; así también, se dedicó a embellecer el parque del anexo de Villa el Sol, de manera voluntaria, sin recibir nada a cambio, y trabajar por el futuro del planeta. Entonces, ya se anunciaban eventos climáticos catastróficos, ocasionados por calentamiento global, del cual hoy somos testigos.El liderazgo de mama Toya fue prominente que se comprometió con el ambiente al punto de sostener, en toda circunstancia y junto a su hija Yolanda, el Comité Conservacionista del anexo de Villa el Sol, creada con la finalidad de realizar trabajos de recuperación vegetal, rescate y puesta en práctica de tecnologías ancestrales como habilitación de andenes y zanjas de infiltración a través del nivel A o 16teodolito cholo.Esta lideresa que siempre quiso sacar adelante su familia y su comunidad, disfrutaba de la vida a través de la danza que, hasta ahora, teniendo ochenta y ocho años de edad, sigue danzando, aunque con pasos más lentos, el cuerpo encorvado y la cabellera blanca como la nieve. No ha dejado de danzar y cuando se vaya de este mundo seguirá danzando para Dios y seguirá siendo inspiración para las generaciones futuras porque nada es imposible para aquel que se propone hacer, aunque demande cansancio y tiempo. Lo esencial en la vida es perseverar disciplinadamente.Ha sido reconocida por las autoridades como mujer y como personaje del distrito de Santa Rosa de Sacco, de la provincia de La Oroya y la región Junín

Proyecto de libro: Mama ToyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora