Una jornada diferente

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Amaneció el seis de enero de 2019. Mama Toya se levantó muy temprano, como era su costumbre, se dirigió a la habitación de Vilma, su hija menor, tocó la puerta y le dijo:—Vamos a Huancayo.—¿Por qué? ¿Qué pasó? —preguntó impresionada, pues le pareció un baldazo de agua que despertó inmediatamente todos sus sentidos.La noche antes se fueron a descansar sin haber planificado viaje alguno. —Ojalá fuera una realidad—acrecentó el misterio.Vilma estaba totalmente desconcertada al no tener una respuesta inmediata.—¿Qué cosa? —preguntó ansiosa.—Tu padre—dijo mama Toya.—Tu esposo—correspondió Vilma.—Lo sé—asintió, gimoteó y suspiró suave y prolongadamente.—¿Y el viaje? —Vilma apeló.—Extraño a mi Epicho—así llamaba a su esposo Epifanio, su amor de toda la vida.—Me hubieras anticipado mamá—expresó Vilma—. Tengo asuntos pendientes programados para este día —se justificó.—Entonces, iré sola —sentenció mama Toya—. Pensé que me acompañarías —dijo pesarosa.Mientras mama Toya regresaba a su habitación, a paso lento, para emprender su viaje, Vilma la abordó y dijo que la acompañaría.Emprendieron el viaje a la ciudad de Huancayo, allí donde estaban enterrados los restos mortales de don Epifanio.Mama Toya, en el camino, explicó el sueño a su hija Vilma. En el principio, tenía la dificultad de ordenar sus explicaciones, pues no sabía cómo empezar. Lo primero que hizo fue recordar a su hija que aquel día se celebraba su onomástico que si estuviera vivo cumpliría ochenta y cinco años.La hija, como si fuera un resorte, de lo que tenía la espalda reposada en el espaldar del asiento, se tiró hacia adelante para dar su asentimiento y unirse automáticamente a la memoria festiva.Mama Toya, justificó su sueño diciendo que tal vez ese era el motivo. Empezó a detallar su encuentro en el campo de Villa el Sol donde ella y su compañía trabajaban la tierra. Recordó, que, en aquel lugar, aquella fecha que le renovó su amor, en la primavera de su juventud, no había árbol alguno y que cuando empezó a sembrar, plantó un quinual en su honor. Fue precisamente en ese mismo lugar donde Toya volvió a encontrar a su amado esposo, aunque solamente en sueño. Contó a su hija que se sentaron juntos, debajo de aquel quinual frondoso, tomados de la mano, como si fuera aquel día en el que se declararon el amor. Fue la oportunidad de confesarle. Epifanio, agradecido por tan hermoso gesto, suspiró, le miró a los ojos y con un beso dijo que la amaba tanto y que en el cielo no había dejado de pensar en ella.Después de algunos instantes de silencio y cruces de miradas apasionadas, se pusieron de pie y caminaron por el lugar que dejaron huellas, desde su juventud. En el camino, recordaron algunas chacras que encontraron excepcionalmente en el lugar donde solo crecía ichu y corría el viento. Recordaron los cerros, testigos de su nuevo encuentro, que no habían cambiado, a pesar del tiempo.Epifanio, disfrutaba del precioso lugar. Estaba orgulloso de que su esposa había transformado la puna en un vergel que inclusive la comparaba con el cielo. Mama Toya, siguió comentando a su hija que rieron mucho, recordando momentos gratificantes y lloraron juntos por los tragos amargos que tuvieron que beber. Al despedirse, se dieron un abrazo prolongado, así como lo hicieron de jóvenes cuando no querían despegar la unidad de sus corazones enamorados. Así terminó la narración de su sueño.Su viaje a Huancayo duró dos horas de viaje, aproximadamente. En el camino, se pusieron en contacto con algunos familiares que vivían en la ciudad de Huancayo para encontrarse en el camposanto donde reposaban los restos mortales de don Epifanio.Llegado a la ciudad, tomaron taxi para dirigirse inmediatamente al camposanto. Cuando llegaron, se acercaron a la tumba y como regalo de cumpleaños le ofrecieron un ramillete de flores amarillas y una ofrenda floral llena de rosas rojas.Mama Toya se sentó frente a la tumba de su esposo y oró en silencio. Su oración se prolongó por más de quince minutos.Mientras rezaba, se acercaron tres mariposas monarcas, aquellas que estaban en peligro de extinción, tal vez trayendo la buena noticia de que ya no lo estaban, revoloteaban por encima de las ofrendas florales y luego se posaban sobre las manos de mama Toya, como si quisieran unir el lazo de unidad con su esposo hasta la eternidad. Ella, dirigió una mirada a las mariposas dándole gracias con un gesto de reverencia. Las mariposas, siguieron volando hacia lo alto, a pesar de los pocos días que les quedaba por vivir.Una vez incorporado al grupo de familiares que la acompañaban, rompieron el silencio y cantaron el acostumbrado happy birthday to you por el día de su onomástico; luego, entonaron la canción que a él tanto gustaba: "Ojos de cielo", de Víctor Heredia. La primera canción desató en ella la alegría de seguir cantando a su esposo por el día de su nacimiento para este mundo, aunque ya no estaba físicamente. En la segunda canción, derramó lágrimas porque recordó los momentos que cantaban juntos, especialmente en las postrimerías de la vida de Epicho. Alina, otra de sus hijas, que esperó en la puerta del cementerio, recobró el momento de alegría, animó a cambiar de espacio, invitándoles el almuerzo en un recreo campestre. Eran las doce del mediodía y se fueron rumbo a la pachamanca.La pachamanca, que significa literalmente olla de tierra o comida de la tierra, es una comida típica de nuestros antepasados, compuesto básicamente de la papa, habas, humitas de choclo y diversos tipos de carne. Le gustaba esta comida porque recordaba las veces que sembraron en el campo para después compartir su comida con los guardianes de la naturaleza. Le recordaba la generosidad de la pachamama que con tan solo echar la semilla en su regazo se encargaba de hacer crecer y multiplicar sus frutos. El modo de preparación requería la participación de la comunidad. Cada vez que se hacía la pachamanca, la comunidad rebosaba de alegría porque más que comer en abundancia todos participaban. Era la comida del reencuentro familiar donde algunos se encargaban de preparar el horno de piedra, otros de atizar el fuego, otros de acumular la leña, otros de lavar la papa y las habas, otros de preparar las humitas, otros de sazonar la carne, otros de enterrar la pachamanca, otros de cantar y otros de contar chistes.Esta oportunidad, fueron a un recreo y la comida fue servida en mesa.Mama Toya, mientras comía con tanto agrado, comparaba la papa, las habas y el choclo que ella producía en el campo. Todo lo que hacía relacionaba con el campo, como una madre en medio de la naturaleza. Donde iba y donde se encontraba no hacía más que reconocer la grandeza de la naturaleza. Lo hacía hasta en la comida. A pesar de hablar de muchas cosas en la vida, todo lo que decía comparaba con la madre tierra y los frutos que producía. Aún en las comparaciones de la vida, siempre se dirigía a una planta, un árbol, un arbusto, una flor y hasta las hierbas silvestres que sin haberlas plantado ni cuidado crecían en abundancia.Así terminó su viaje sorpresivo.  

Proyecto de libro: Mama ToyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora