Don y misterio de la naturaleza

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Pasó la impaciente pandemia, regresó la calma del alma y los hombres retomaron frenéticamente sus costumbres como si se les hubiese quitado pedazos de tiempos atesorados. Sucedieron cambios abruptos en el ritmo de vida, pero, los guardianes del campo nunca perdieron la brújula y cuando se dieron cuenta que les estaban desviando el sentido del camino de la vida, inmediatamente volvían al campo, recargados, para seguir trabajando la tierra hasta el día en que les tocara descansar eternamente en el regazo de la pachamama. La contaminación aumentó por la emisión de gases de efecto invernadero que se emitían en el ambiente, provenientes del uso de combustibles fósiles. Empezó el desabastecimiento alimentario debido a la ausencia o retraso de las lluvias por lo que los trabajares del campo prefirieron vender sus terrenos. El agua escaseaba, cada vez más, por la desglaciación de los nevados y la contaminación de los ríos, al punto de ser comparados con los desaguaderos. Los animales que andaban prófugos y desplazados de su hábitat terminaban extinguiéndose porque no encontraban ni siquiera un lugar para sobrevivir. Las plantas eran atacadas por plagas que la extinguían y los bosques eran exterminados por plagas humanas.Mama Toya, una mujer que sostenía los años vividos en su cuerpo como un bagaje de grandes aprendizajes, cargadas en sus espaldas, y con la mirada encorvada hacía la tierra, caminaba lentamente, con pasos trastabillantes, sosegados por los años, observaba, a pesar de los nubarrones oscuros que nublaban sus ojos, las huellas dejadas por los hombres, a través de la historia. Caminaba sostenida por un peculiar bastón. —¡Tienes un lazarillo peculiar! —Santiago, un amigo que le apreciaba mucho, elogió su bastón—. ¿Tiene alguna razón, haberla extraído de este lugar? —preguntó porque una mujer sabia, diseñada por la experiencia de vida, hace las cosas por algo y tienen su razón de ser.—Lo que para la gente es inservible, que hoy en día se deja llevar por la cultura descartable de usar y botar, para mí sirve de mucho y para rato —respondió mama Toya.—¡Claro! —Santiago prolongó su asentimiento—. ¡Tienes razón! —confirmó lo que pensaba para sí mismo.—Él sostiene mi cuerpo como Dios hace con mi vida —guardó silencio y después continuó— cuando voy por caminos parados, accidentados, enfangados y oscuros me guía y me sostiene —comentó sabiamente.Lo curioso del bastón que le sostenía consistía en una rama caída de un arbusto de quinual que alguien lo había arrancado.Caminaron por el campo, donde ella y los guardianes de la pachamama habían sembrado. No le interesaba que sus pasos, en otoño, fueran borrados por el viento, en verano, ahogados por el calor abrazador, en invierno, arrasados por la lluvia y en primavera, florecidos como las plantas silvestres que sanan el cuerpo y el alma. Lo único que le interesaba era dejar el pulmón de la ciudad en buen estado para que sus hijos y los hijos de sus hijos respiren el aire puro que, cada vez más, cuesta tenerla. Era consciente pensar que cuidar el mundo que nos acoge era cuidar de nosotros mismos.Cuando pasaba por caminos empedrados, hacía un guiño a cada uno de los arbustos que encontraba a su paso, bien los conocía desde la cuna que hasta los habían hecho nacer como si fuera la comadrona, alimentados como si fueran la nodriza, protegidos como si fueran sus polluelos, dispuesta como el águila a tender sus alas y hacerlas crecer muy alto. En sus guiños, les transmitían la energía de aliento de que nunca se dieran por vencidos.Después de una hora de camino, se sentó en una roca para descansar; con sus manos, acariciaba tiernamente las hierbas que crecían al borde del camino. Antes de arrancarlas, pedía permiso a las plantas diciendo que solo cogería una rama y una flor y empeñaba el compromiso de proteger las demás plantas; luego describía las propiedades curativas que tenía la manzanilla, el diente de león, la ramilla, el paico, el ñuchqo y muchas otros más que crecían en el campo de la Villa donde el sol se sobreponía. Desde la sabiduría, adquirida a través de la experiencia, vivida en medio de la madre naturaleza, contemplaba la vida, especialmente en tiempo de crisis, e invitaba a ser resilientes. Decía que somos como la planta que nacemos para este mundo. Todos empezamos como semilla, pero, también debemos ser conscientes de que tantas cuantas veces sean posibles puede caer al suelo; caer al suelo no quiere decir lamentación, sufrimiento y dolor sino el renacer de una nueva vida; eso enseñan las plantas que han renacido a partir de un tallo cortado por la tijera para renacer como arbustos; y también como las hierbas silvestres que, a pesar de haber sido pisoteadas, se ponen a un lado del camino y empiezan a crecer hasta volverse sanadoras. Decía también que si las plantas, para florecer, tuvieron que vencer las tempestades de las estaciones, así el hombre está llamado a superar las adversidades de la vida a través del perdón, gratitud, amor y alegría. Sentirse vencidos y haberlo perdido todo en la vida, invita a dirigir la mirada a los arbustos y hierbas del campo que después de haber perdido sus hojas cada año siguen erguidos, dispuestos a multiplicar sus hojas y celebran la vida en cada flor.Mama Toya se paró, sostenida por el bastón, se dirigió a un árbol de ciprés, lo abrazó por un momento, le dio gracias por el oxígeno que alimentaba su respiración, le agradeció por la misión que cumplía al absorber el dióxido y monóxido de carbono de la contaminación. Después de abrazar al escamoso ciprés, regresó a casa, recargada de energía positiva. Se trataba de un intercambio energético.Terminaba diciendo que el planeta está en emergencia, debido a los efectos ocasionados por el cambio climático. Antes se hablaba de manera complicada, entre tantas teorías de la extinción de los dinosaurios y transformación planetaria, como la destrucción ocasionada por asteroides, meteoros o eventos climáticos destructivos; hoy, de manera sencilla, se tendría que decir que los asteroides o meteros que podrían destruir la tierra, nuestro hogar, son los mimos hombres. —Es momento de reconectar el hombre con el ambiente, es tiempo de volver a armonizar el hombre con la pachamama, es tiempo de volver a vivir un experiencia amorosa y apasionante del hombre con la naturaleza —sentenció mama Toya.Mama Toya, una anciana de ochenta y nueve años de edad al dos mil veinticuatro, consciente de tener el tiempo limitado de recorrer sus pasos aquí en la tierra, camina con la esperanza de que los guardianes del planeta, como ella y compañía, no se extinguirán sino más bien aumentarán.Mama Toya y Santiago se retiraron del lugar. Mientras regresaban a casa de mama Toya, ella en el camino le decía que estaba muy agradecida por la vida y el trabajo realizado en el campo. En sus palabras, se reflejaban, algún momento, lo poco que pudo haber hecho, pero, también la grandeza de la esperanza que permanecía en su corazón al ceder la posta a las generaciones futuras de trabajar hoy en la siembra de vida y dejar para mañana un mundo mejor para todos. Recuerda que la gratitud es la flor más bella que brota en el alma de los hombres y la expresión más generosa que brota de las entrañas de la pachamama.

Proyecto de libro: Mama ToyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora