Cansados pero contentos

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Emprendieron la segunda parte de la jornada. Recompusieron sus fuerzas con una buena alimentación. A una sola voz, se alzaron para seguir sembrando los arbustos que habían sido separados para la jornada. Se dirigieron a los lugares de trabajo para continuar con la faena.Antes de sembrar en la tierra, durante la mañana, se encargaron de preparar, como ellos dicen, la cama donde cómodamente puedan estar, echar raíces, crecer, fructificar y luego regalar oxígeno.Para eso, removieron la tierra firme, con pico y barreta, por una profundidad de cuarenta a cincuenta centímetros. Sacaron las piedras para amontonar en un determinado lugar y luego tenderlas en las pendientes para adecuar el espacio para la siembra y de paso adornaban los caminos y escalinatas del paisajista lugar.Una vez que la planta haya sido puesta en el hueco, con los sustratos orgánicos que rodeaba la planta, regaban con el agua que llevaban en botellas de plástico de dos y tres litros, recuperadas de la basura. Tenían un vivero donde hacían nacer las plantas como si fueran sus cunas, preparaban la tierra como su fuera la casa, cargaban entre sus espaldas como fueran criaturas, le hablaban con ternura para transmitirles su amor, cuidaban de ellas como a las niñas de sus ojos, acompañaban a dar los primeros pasos y las alimentaban. Eran las cinco de la tarde, en la medida que terminaban las plantaciones, lanzaban alaridos al viento como señal de victoria por haber cumplido la meta. En esta oportunidad, todos culminaron sin dificultad. En otras oportunidades, si alguien sentía cansancio y se atrasaba, los que terminaban primero se acercaban a ayudar. Nadie presionaba con ningún tipo de juicio por no tratarse de una competencia sino más bien se animaban y ayudaban a cumplir la meta. No era una competencia sino una preciosa experiencia de vida.Era un equipo sólido de ancianos, jóvenes y niños que empezaban contentos la jornada y terminaban más contentos todavía. De pronto, parvadas de pájaros llegaron del vuelo que hicieron durante el día, muy lejos del lugar, para agradecer y despedir el noble gesto de las manos humanas que habían labrado la tierra y poblado la casa con vida que cada vez iba en aumento. Las aves cansadas y contentas se posaban sobre las ramas de los árboles y arbustos. Allí tenían sus nidos. Había lugar para todas. Paradas entre las ramas de los árboles y arbustos, cantaban y estiraban sus alas, despidiendo a los guardianes del planeta.El movimiento de las aves, a su llegada, era un espectáculo que la madre naturaleza retribuía a la humanidad porque en ellas se expresaba su voz de contento y su gesto de agradecimiento.Las aves como los gorriones que cantaban en lo alto de las ramas de los arbustos hacían resonar dulcemente su eco en el ambiente; los chihuacos, pícaros mensajeros de los dioses andinos del mundo divino con el mundo terrestre, trajeron entre sus picos vestigios del sabor agridulce de las frutas del campo que habían degustado; el picaflor volaba de rama en rama, enamorando las flores que embellecían el ambiente; los pitus que con sus poderes sanadores, donde antes eran forasteros por este lugar, hicieron su casa en las ramas de los arbustos que estaban cerca de los cerros; los quillinchos que hacía carroña de los pichones que las arrancaban de sus nidos, mientra sus madres iban en busca de comida, también habitaban en el lugar; los tucos o buhos, guardianes de la noche, conocidos como aves de mal agüero y otras veces acompañantes de duelos, tristeza y dolor, se preparaban observando desde la parte más alta de las ramas del pino y ciprés, esperando la oscuridad que hoy en día anuncian la tragedia del mundo por las consecuencias del cambio climático; el halcón, peregrino que hace del lugar un hogar placentero, aunque de momento, que luego tendrá que volar, también se preparaba para descansar porque tenía que continuar su caminar.También estaban los yanavicos, llamados cuervos de puna, que vuelan desde los humedales para pasar momentos de descanso en el lugar; las huachuas, de plumajes blancos y largos, disfrutaban de la vegetación de este lugar; las perdices, también aves migratorias, que corrían por doquier, a media altura se posaban en las ramas de los arbustos para hacer sus nidos y reproducir sus huevos.Era un panorama diferente que ahora sí se podía hablar de las aves que habían hecho de las ramas su hogar. El campo se había convertido en un pulmón de la ciudad y también en el hogar donde las aves podían habitar.—Me encanta el chillido de las aves —dijo Abel Ramos, uno de los jóvenes que fueron a trabajar ese día.Luego, se puso a imitar los chillidos de las aves con sus silbidos. Parecía que quería ser un ave, pero no era más que una palomillada. Sus silbidos, tal vez sea por el cansancio o por la voz, algunas veces se asemejaban a la de las aves que quedaban confundidas y otras terminaban desafinadas, mas las aves continuaban con sus cánticos afinados, ritmo incansable y estilo peculiar que parecía una orquesta sinfónica con los melodiosos cantares de la naturaleza que deleitaban a los guardianes del planeta y la pachamama. Una experiencia de correspondencia amorosa.—Esos chillidos de los gorriones, chihuacos y picaflores expresan la alegría de su vuelta a casa —dijo mama Toya a Abel—. Están contentos de su hábitat. No se preocupan por dar explicación alguna sino demostrar su felicidad a través de sus cantos melodiosos, piruetas en sus vuelos y sobre todo la ilusión de vivir un mundo mejor. Al menos, en este lugar, está garantizado —la anciana reflexionó con el joven.—Tienes razón mama Toya —dijo Abel.—Es cierto —asintió Janeth—. Después de trabajar este día y ver crecer la extensión de nuestra casa, digo que sólo podemos compartir con los demás lo que tenemos dentro de nosotros —reflexionó la señorita que también formaba parte del equipo de guardianes que asistieron aquel día.Yolanda, al escuchar las palabras reflexivas de la señorita Janeth, preguntó:—¿Qué hay dentro de tu corazón?—Amor por la naturaleza, amor por las plantas, amor por las aves, amor por el planeta y sobre todo amor por los hombres que viven con nosotros y comparten la vida en este mundo y por los que vendrán —Janeth López respondió contenta en cada gesto. Janeth era una chica que había despertado la conciencia de amor y responsabilidad de vivir en un ambiente sano y saludable para el hombre y la diversidad biológica. —¿Cuántas aves, el día de hoy, al volver a casa, no encontrarán nada? —Pablo, hermano de Janeth, preguntó.—¿Cuántas aves que hoy, al volver a casa, no encontrarán serenidad y tranquilidad? —dijo Abel Ramos, otro joven que estaba en el redondel. Con esta conversación, a pesar de haber estado todo el día en el trabajo rudo, olvidaron el cansancio porque se dieron cuenta que existían otros motivos más para volver a trabajar.Llegada la hora de retirarse del lugar, cerca de las seis de la tarde, agradecieron. Esta vez, Valentina Nieto, se encargó:—Gracias, Padre mío, por las maravillas de tu creación —decía mirando al cielo—. Gracias, pachamama por tanta generosidad —se inclinó lentamente y acarició la tierra dando tres tiernas palmadas.Dejaron el hogar común que estaban construyendo y retornaron al hogar familiar para descansar. ¿Qué es lo que entusiasmaba tanto a estos valientes caudillos de la naturaleza que han dedicado, dedican y dedicarán su cansancio amoroso al planeta sin remuneración alguna? ¿Qué es lo que sostiene la labor perseverante, década a décadas, de estos quijotes de la naturaleza? ¿Qué es lo que une a estos reclutas del planeta que pareciera que su labor agrícola 61formara parte de su naturaleza humana? ¿Cuál será la recompensa que recibirán? 

Proyecto de libro: Mama ToyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora