Cuando entré en la casa sabía exactamente dónde encontrarlo. Pero por prudencia, dejé que un empleado suyo me guiara hacia donde me esperaba la persona que me iba a entrevistar. Era un hombre moreno, atractivo, bastante alto. Su expresión era estoica y su aspecto elegante me inspiró confianza. Sus ojos negros transmitían calma y seguridad. Me indicó con un inglés de acento extranjero que le acompañara hasta el despacho donde me esperaba su jefe.
La luz de la mañana entraba por la espléndida estancia, decorada con numerosos y ajados retratos de personas ataviadas con ropajes de otras épocas, sin duda más prósperas y felices que esta. Mi entrevistador estaba sentado de espaldas, mirando hacia el jardín en una hermosa silla que me llamó poderosamente la atención, era antigua, de fina manufactura y valiosa, no cabía duda. La alfombra, deslucida y espléndida en otro tiempo, mostraba un intrincado diseño floral que reproducía con fidelidad un hermoso e inmenso ramo de rosas rojas.
—Bienvenida, señorita Candice...—Dijo la persona levantándose de la silla.
—Oh...—Dije sin poder evitarlo.
Mi corazón empezó a latir agitadamente. No era posible. Lo reconocí de inmediato. Su voz...algo dentro de mí se conmovió sin poder evitarlo. Era la misma voz del chico que me llamaba desde lo alto de la colina de mi visión.
El hombre se dio la vuelta y sentí que me fallaban las piernas. Se me cortó el aliento. Aquello era mucho peor: él era la viva imagen del retrato que había visto en la hemeroteca ¿Cómo era posible?
Sentí que la sangre se me iba del rostro.
—¿Está usted bien? ¿No quiere una taza de té?— preguntó al ver la expresión de mi cara.
Yo intentaba desesperadamente dominar mis emociones. Tratar de que el tono de mi voz no delatase mis sentimientos se volvió una tarea imposible.
—No se preocupe...Es sólo que su cara, su voz. Yo...yo debo parecerle ridícula. No me haga caso, por favor.— Dije riéndome, intentando disimular mi creciente nerviosismo.
—Comprendo. Deduzco que ha estado investigado sobre nosotros.—Me dijo con una mueca sarcástica.—No puedo culparla. Como puede ver, la casa ya no es lo que era. Por desgracia, tampoco lo es nuestra fortuna.—Suspiró.
Aquellos ojos parecían querer atravesarme. Era como si pudiesen leer mis pensamientos.
—Bien, entonces...Vamos a ocuparnos del asunto que la ha traído hasta aquí. Tome asiento, por favor. — Dijo señalándome una elegante silla.
Vi maravillada que habían dispuesto un pequeño servicio encima de la mesa y la boca se me hizo agua al pensar en hincarle el diente a uno de aquellos apetitosos dulces. Con las prisas, no había desayunado.
El joven entrecerró los ojos mirándome. Parecía divertirle mucho la expresión golosa que se adivinó en mi cara.
— Puede servirse los que quiera, señorita Etwih.—Dijo riendo.
—Oh...no se moleste, de verdad. Sólo tomaré algo de té si le parece bien.—Dije intentando contener mi glotonería.
El joven se levantó y me sirvió una generosa taza mientras retomaba la conversación:
—Se preguntará usted por qué la he hecho venir...— Dijo mientras juntaba los dedos de las manos y me miraba intensamente.
Yo tragué saliva. ¿De dónde había salido aquel tipo? Me fascinaba, me atraía tanto como la luz a las polillas. Y eso me hacía sentir extraña, molesta conmigo misma.
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Ven a mí... [Parte I]
FanfictionCandice Etwih es una enfermera recién diplomada sin trabajo que recibe el extraño encargo de cuidar de un viejo en un caserón a las afueras de Chicago. La paga es generosa y decide aceptar el empleo...pero las cosas no son lo que parecen. Pronto emp...