Capítulo 9: La puerta

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—No os vais a ir a ningún sitio

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—No os vais a ir a ningún sitio...—Añadió  amenazadora una  mujer surgiendo de las sombras.

—¿Tía Elroy...?

La interpelada esbozó una sonrisa diabólica. 

—Olvidas querido, que soy una bruja. Y aunque esta maldición también me limite, todavía puedo hacer algunas cosas. Ese grimorio me pertenece, así que déjalo en su sitio... Y vete por donde has venido. Ya sabes que no me gusta que andes husmeando entre  mis cosas.—Le reprendió mientras clavaba sus ojos oscuros en mi. 

Yo me la quedé mirando. Parecía salida de otra época y era evidente que ella también era un ser sobrenatural aunque no parecía compartir la misma naturaleza que su sobrino nieto.  Llevaba puesto un lujoso  vestido gris eduardiano que se ajustaba perfectamente a su talle esbelto pero robusto.  Un extraordinario camafeo de cornalina y marfil rodeado de brillantes adornaba el cuello de  su blusa de encaje. Los puños estaban rematados con encaje de chantilly  y  remataba su indumentaria un extraordinario chal de lana entretejida con los vivos  colores del tartán de un clan escocés. Una extraña luminiscencia azul fluctuaba entorno suyo, como un aura y eso me hizo pensar en el orbe azul que había visto fluctuando entorno a la lámpara de la la sala instantes antes.

—Perdona, no quería molestarte... —Repuso Albert intentando buscar la excusa adecuada.

La tía Elroy hizo un chasquido con los dedos y las luces de la habitación se encendieron iluminando la estancia.

 Resultó ser bastante agradable y amplia. También tenía una pequeña claraboya en el techo por donde se colaba la luz de las estrellas.
Había una enorme estantería llena de libros. Matraces, crisoles, tubos de ensayo, numerosos botes de cristal que contenían raros ingredientes para elaborar sus pociones y conjuros estaban pulcramente ordenados en las estanterías que llenaban las paredes. Algunas plantas puestas a secar colgaban de alcayatas que habían sido clavadas en una tabla de madera que colgaba de la pared. Había también una polvorienta  mesa de trabajo donde descansaban muchos libros en un montón desordenado. Algunos abiertos, otros cerrados...parecía haber transcurrido mucho tiempo desde que alguien había puesto algo de orden en aquel caos. Si es que alguien había llegado a ordenar algo en aquel cuarto.

Ella había extendido su mano huesuda en dirección a Albert quien reticente, le había acabado por entregar el libro mágico que habíamos venido a buscar. En la chimenea descansaba un enorme caldero sobre leños carbonizados y sobre la repisa había una polvorienta bola de cristal. Comprendí la delirante  realidad  y me quedé sin palabras.

Pero ¿para qué clase de familia estaba trabajando yo? Me invadió la urgente necesidad de irme de allí porque para mí nada de aquello tenía ningún sentido.

Albert detectó mi aprensión y preocupado, me tomó de la mano para tratar de infundirme valor. No podría distinguir cual de los dos hechos me estaba resultando más inquietante ahora: el que un inmortal me tomara de  la mano o ver con mis propios ojos a una auténtica bruja.

Ven a mí... [Parte I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora