CAPÍTULO 3

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La mañana siguiente fue mi primer día de trabajo en el hostal. Nunca me había percatado lo ajetreado que podía ser trabajar en un sitio de hospedaje, hasta que lo viví en primera persona. Cada dos por tres, Rob me mandaba una nueva tarea y apenas podía descansar, porque tenía que desplazarme por todo el edificio de cuatro plantas.

Y para colmo, cuando me sentaba dos minutos para respirar, Rob descubría mi cuartada y volvía a enviarme tareas.

En general, cambié millones de sábanas, limpié las habitaciones de abajo arriba, fui camarera para el desayuno, atendí en la recepción... Y con suerte esos eran los trabajitos fáciles, según Rob.

Mientras estaba sentada en el puesto de Rob en la recepción, no apartaba mi vista del reloj. Esperaba con ansia a que la aguja grande marcara las doce, lo que implicaba mi descanso para comer.

- ¡Emma! ¡Tienes a un par de huéspedes en cola!

Rob apareció en la sala con un humor de perros. Sin embargo, le ignoré porque seguí contemplando mi reloj.

- ¡Espera! Un evento espectacular está a punto de ocurrir.

- ¿Qué?

Cuando la aguja se movió para dar las doce en punto, me levanté sin mirar atrás.

- Es mi tiempo libre. ¡Adiós Rob!

Así, pude escabullirme y dejar esa inmensa cola de huéspedes pesados a Rob. Me encaminé hacia una habitación que Riley me había enseñado esa misma mañana. Era única para el empleado del hostal, pero solamente la utilizaba ella cuando los chicos venían a visitarla.

Entré y me tiré al suelo dramáticamente. Entonces, me di cuenta de lo reconfortante que era la suave alfombra. Riley se rio desde el sofá y dejó de chatear por el móvil para conversar conmigo.

- ¿Necesitas algo? – se ofreció.

- Oh, sí. Dos Coca-colas, una almohada, un bol de palomitas, una chaqueta y la jubilación.

- No me puedo creer que tengas frío después de haber trabajado toda la mañana.

- ¡Pues claro que tengo frío! Pero estoy acostumbrada al calor de España y no me traje mucha ropa abrigada porque es... VERANO. Se supone que en verano hay Sol, pero hace tanto que mis ojos no lo ven, que creo que me estoy volviendo vampiro.

- O... puede que estés en Irlanda. Aquí que el Sol aparezca es un milagro.

Me envolví entre mis brazos para ofrecerme calor. Poco después, Riley regresó con un par de bebidas y estuvimos descansando. Ella continuó contándome más acerca de su vida, sobre todo cotilleos amorosos sobre el grupo. Yo, como buena chismosa, no perdí ni un solo detalle del hilo de la conversación.

Finalmente, las horas se nos echaron encima y teníamos que volver al trabajo. Por suerte, ese día no teníamos muchas tareas por la tarde, así que Rob me dio horas libres, las cuales pensé aprovechar en comprar algo de ropa por el centro de Dublín.

Ciertamente, antes Rob me ofreció pintar el cobertizo de la jardinería, porque según él, era demasiado viejo para subirse a una escalera. Lo que era es un perezoso con pocas ganas de vivir. Y no lo culpo, odiaba pintar paredes. Más aún un cobertizo entero. Así que me negué rotundamente, a lo que él respondió malhumorado.

Deseé que Riley me acompañara en una tarde de chicas; sin embargo, me confesó que esa tarde iba a cenar con sus padres y no podía cancelar la cita.

Eso no iba a ser un obstáculo que me impidiera en gastarme dinero y ser una consumista de mierda. Así que, sobre las cuatro cogí una mochila, la única chaqueta calentita que tenía y me puse rumbo a la estación de autobuses.

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