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                    Daniel Miller:

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                    Daniel Miller:

Era un día normal, entonces caminábamos por los pasillos despreocupados en dirección a nuestra próxima clase, hasta que los altavoces de nuestro instituto empezaron a sonar diciendo mi nombre y el de mi hermana gemela.

—Daniel y Daniela, acudan de inmediato a la oficina del director. —dijo una voz por el megáfono que sonaba urgente y demandante.

Al entrar, vimos a la directora, una señora con un semblante imponente, tenía el cabello negro recogido en una coleta. A medida que nos acercábamos, su expresión se tornó un poco cabizbaja y de inmediato supimos que no iba a ser algo bueno lo que nos iba a decir.

—Chicos, tomen asiento. —nos señaló con las manos las dos sillas de madera barnizada que había para que nos sentáramos.

Al sentarnos, recostó su espalda contra su silla de oficina ejecutiva, mientras colocaba las dos manos sobre la mesa rectangular y las movía nerviosamente.

—Sé que no es fácil lo que tengo que decirles: sus padres han tenido un accidente automovilístico y, por desgracia, han fallecido.—

Daniela y yo nos miramos sorprendidos y, al mismo tiempo, aterrorizados.

—Eso no puede ser posible... —dijo Daniela antes de que se le quebrara la voz entre sollozos.

—Directora, dígame que no es cierto y es una broma de mal gusto.—

—Lo siento, chicos, les doy mi más sentido pésame. —habló la directora en un tono de voz más bajo.

—Maldita sea... —exclamé mientras una lágrima bajaba por mi mejilla.

Lágrimas descontroladas brotaban de los ojos y recorrían las mejillas de Daniela. Tomé la mano de mi hermana y la estreché con fuerza para tranquilizarla, luego la hice levantarse del asiento para dirigirnos a la puerta. Sentí como si el mundo se desmoronara a mi alrededor, las manos de mi hermana seguían temblorosas y algo sudadas.

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En el funeral de nuestros padres, los matices se tornaron grises y el aire olía a tristeza. Se sentía como en esas películas antiguas de los años 60 que eran en blanco y negro. Les dimos la última despedida a los cuerpos que yacían dentro del ataúd de caoba brillante, mientras todos se acercaban a nosotros para darnos sus condolencias, en todo caso iban por obligación. La familia de mi padre no pudo asistir, ni siquiera mis abuelos despidieron a su hijo. La tierra caía lentamente sobre el ataúd, dando lugar a la sepultura, mientras el sacerdote realizaba la misa.

Una figura familiar se acercó a nosotros, era nuestra tía materna, Elizabeth. Vestía de negro, al igual que todos los presentes. Sus ojos amarillos, color miel, resaltaban sobre su vestimenta. Su tez blanca lechosa hacía contraste con el negro. Su cabello corto era de un marrón oscuro, oculto bajo el velo.

Misterio Bajo el Abedul ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora