diecinueve

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Creía sentir el corazón latiéndole en la garganta, garganta que tenía seca. Sus manos temblorosas y un sudor frío bajándole por la espalda.

Negó, riendo despacio. No. ¿En qué estaba pensando? Era imposible que hubiese una relación entre la búsqueda del tesoro y aquellas calderas. Lo del azúcar no había sido más que una coincidencia, una desagradable y desafortunada coincidencia.

Apretó la llave en su puño, tirando la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, contando hasta diez en su cabeza como intento desesperado de relajarse. Sus largas bocanadas de aire solo logrando secarle aún más la garganta.

Decidió que no perdía nada con intentarlo. Pondría la llave en el candado y, cuando comprobara que no coincidía, simplemente seguiría su camino devuelta al orfanato y olvidaría que esa idea había siquiera cruzado su mente.

Se agachó frente a la primera caldera, llevándose ambas manos detrás del cuello para quitarse la cadena. Acercó la llave al candado y, tras cerrar los ojos nuevamente y esta vez contar hasta cinco, lo hizo.

Puso la llave dentro del candado y, para su terror, logró hacerla girar.

El candado se abrió, dándole la oportunidad de abrir también la caldera. No quería seguir. Sentía que sabía lo que encontraría.

Tragó seco y levantó nuevamente la mano, sus dedos tocando con delicadeza la puertecilla antes de abrir la caldera por completo. Con la mano izquierda tomó el platito con la vela y la acercó a sí, iluminando el interior.

Era normal. Como el interior de cualquier caldera o chimenea grande. Estaba lleno de polvo y cenizas, un par de piezas de madera a medio quemar pudriéndose al costado. Y, también, un saco gris.

Metió ambas manos y, con fuerza que no sabía que tenía, jaló el saco hasta lograr sacarlo, dejándolo en el suelo por los segundos que le tomó calmarse y recobrar el aliento.

Lo abrió lentamente, casi rogando para que algo o alguien la detuviera, no queriendo tener que hacer lo que sabía que debía hacer.

Suspiró aliviada cuando vio en el interior lo que parecían ser tan solo un montón de aserrín y cenizas, una corta risa incrédula dejando sus labios, aliviada de que no hubiese sido más que una idea boba en su cabeza.

De todas formas y, contra su mejor juicio, volteó el saco y vació sus contenidos a los pies de la caldera, algo en su interior haciéndola querer asegurarse.

Dió un salto que la hizo caerse hacia atrás, levantando algo del polvo y las cenizas a su alrededor. Miró fijamente lo que la había asustado, unas cuencas vacías devolviendole la mirada.

Ahogó un grito, procesando lo que estaba viendo y reconociendo ante ella un cráneo y otros huesos repartidos entre los demás contenidos del saco. Se tocó la cara desesperada y sollozó cuando sintió sus dedos llenos de ceniza, haciéndola ahogar una arcada.

Se puso de pie entonces y, llevada por pura adrenalina, siguió los mismos pasos, abriendo cada una de las cuatro calderas restantes y encontrando en cada una de ellas un saco de huesos.

Contó cinco cráneos.

No se dió cuenta de que estaba llorando hasta que acabó y se dejó caer en el suelo. Estaba cubierta de cenizas y polvo y se sentía a sí misma agitarse con cada sollozo que dejaba su boca. Le dolía la garganta y asumía que estaba gritando, pero parecía que el shock la había dejado sorda, porque no escuchaba más que un constante zumbido en sus oídos.

Pero lo comprobó, al parecer si había gritado. Sus sollozos habían sido tan crudos y desesperados que las luces del orfanato se habían encendido nuevamente y, pronto, la puerta de la pequeña casita había vuelto a abrirse.

—Dios mío.

Eleanor no le prestó atención, miraba sus manos cubiertas de polvo y lloraba, pero la mujer que había abierto la puerta ahora corría devuelta a la casa.

Se trataba de una de las cuidadoras más jovenes, la que se encarbaba de los niños pequeños. Estaba en la cocina, llamando por teléfono a la policía mientras intentaba, con gestos de las manos, explicar a las demás cuidadoras lo que estaba pasando.

Para cuando Griffin bajó las escaleras cubriéndose con una bata ya todas las trabajadoras hablaban consternadas entre sí, ya habiéndose apresurado a devolver a los pocos niños que se habían levantado a la cama.

Mary Griffin las miró y ellas la miraron devuelta, y entonces lo supo.

Pero ya era demasiado tarde; para cuando la mujer descendió el último escalon ya se escuchaban las sirenas y todas podían ver luces azules y rojas por la ventana.

Eleanor seguía llorando en el suelo de la despensa.

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Drew se estacionó a unos metros de la parada de autobús para esperar a Elle. Ya se había hecho parte de su rutina diaria el llevarla a la escuela cada mañana, escuchando música juntos mientras se tomaban un café en el camino.

La esperó un buen rato y, cuando miró su reloj y se dió cuenta de que estarían atrasados, se preocupó. Decidió que iría por ella directamente al orfanato. Quizá había enfermado y no iría, o tal vez se había quedado dormida. No lo sabía, solo sabía que tenía que averiguarlo si quería continuar tranquilo con su día.

Entró al pasaje donde estaba el orfanato y sintió un nudo formarse en su garganta. Habían varias patrullas de policía y habían bloqueado el camino con cintas amarillas, un montón de personas alrededor.

Vio a las Griffin siendo interrogadas por dos policías y decidió bajar del auto, caminando al límite creado con la cinta. Sus ojos buscaron con especial atención la cabellera oscura de Eleanor, encontrándola hablando suavemente con un detective a un costado de la entrada.

—¡Elle! —la llamó, levantando el brazo para que la joven lo viera. La chica lo hizo; se giró en cuanto escuchó su nombre y, cuando lo vio, corrió en su dirección.

Drew se apresuró en pasar bajo la cinta y la recibió en sus brazos, la chica abrazando su torso y escondiendo el rostro en su pecho, los dedos de él enredándose automáticamente en su cabello.

—¿Qué pasó? —murmuró Drew, moviéndose tan solo unos centímetros hacía atrás para poder mirarla sin separarse— ¿Estás bien?

Los ojos de Eleanor se llenaron de lágrimas otra vez y se sintió hiperventilar. Intentó explicar, pero las palabras no salían de su boca. Lo único que pasaba por su mente siendo las imagines de los cráneos y demás huesos que había encontrado.

Drew comenzó a limpiar sus lágrimas con el pulgar, ayudándola a volver a respirar con normalidad al guiar su respiración y, cuando logró calmarla, solo le susurró cosas al azar que pudieran distraerla.

—Señorita —los interrumpieron, ambos girando para ver a un policía más— ¿Hay alguien a quién podamos llamar por usted?

—Ed y Lorraine —respondió automaticamente ella, medio en shock aún.

El agente miró a Drew en busca de una respuesta detallada y él asintió, abriendo la boca para decir:

—Ed y Lorraine Warren.

2/3 maratón halloween ♡

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eleanor rigby ○ el conjuro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora