veintiuno

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El orfanato se sentía extraño.

Estaba prácticamente vacío, para empezar, a excepción de los muebles y ellos. No quedaba nadie allí que estuviese vivo, puesto que todos los niños que allí residían habían sido llevados a otros establecimientos, establecimientos que no eran escenas de un crimen.

Las investigaciones policiales habían cerrado la tarde anterior, lo que significaba que las Griffin estaban siendo retenidas y su juicio iniciaría dentro de las semanas siguientes y, también, que ahora el lugar estaba disponible para continuar lo que habían empezado.

Drew instaló la última cámara antes de levantar la mirada, encontrándose con los ojos de Elle ya en él. Le sonrió, y la pelinegra lo hizo también, aunque su sonrisa era más bien forzada.

La entendía. Estaba devuelta en el lugar en donde no solo habían sido abusivos con ella, sino que también —y esta era la razón más traumática de las dos— había encontrado los cuerpos de cinco niños metidos en sacos.

Se había estado quedando en casa de los Warren y de Sophie, intercalando entre ambas cada que se sentía como que estaba siendo un estorbo, por lo que esta era su primera vez en el orfanato desde la madrugada en que hizo el descubrimiento.

La vio caminar lentamente hasta subir las escaleras y, cuando la perdió de vista, soltó un suspiro. Se sentía mal por ella, pero sabía que expresarlo no haría más que hacer que ella se sintiese mal también. No le gustaba generar lástima en la gente.

Aunque lo que él sentía no era lástima, y podía decírselo, pero no serviría de mucho. Eleanor tenía esa tendencia, una vez que pensaba algo ya no había forma de cambiarlo, por lo que si ella creía que le tenían lástima, nadie podría convencerla de lo contrario.

Y tampoco quería ponerla en esa posición, lo único que deseaba era que se sintiera lo suficientemente cómodo con él como para desahogarse y buscar refugio de forma voluntaria.

Hasta que eso sucediera, solo podía cuidarla cuando fuera estrictamente necesario, y hacerle saber que estaba ahí para ella.

Ella lo sabía.

Eleanor llegó al segundo piso y caminó lentamente por el pasillo, deteniéndose fuera del baño donde el pequeño del saco la había atacado por primera vez.

Aún habían manchas de sangre en la cortina de la ducha. El recuerdo la hizo tocarse la cabeza delicadamente con las yemas de los dedos, recordando el golpe que se había dado al caer en la tina, como había, con su mano ensangrentada tras casi partirse el dedo, intentado agarrarse de algo para evitarlo, fallando desastrosamente.

Escuchó a Ed, Lorraine y Drew hablando en el piso inferior y cerró los ojos por un momento para ordenar sus pensamientos. Se acercó al lavamanos y giró la llave, tomando un poco de agua con sus palmas y llevándosela al rostro, repitiendo la acción un par de veces hasta sentirse tanto despejada como satisfecha.

Dejó atrás el baño y se encaminó a su —o más bien, ex— habitación, sonriendo levemente mientras se recargaba en el marco de la puerta, viendo los muñecos de los niños en sus camas correspondientes.

Un escalofrío le recorrió la espalda cuando sus ojos dieron con el muñeco cuya cabeza se escondía bajo un saco. Lo tomó con especial cuidado y regresó por donde había venido, descendiendo las escaleras y regresando al salón, donde todos la esperaban.

eleanor rigby ○ el conjuro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora