Intentar sanar mis heridas, cruel tormento,
mientras me rehúso a dejar de tocarlas,
es como un abismo en mi cuerpo, mi lamento,
un ciclo vicioso que en mi alma se enreda.
Me sumerjo en recuerdos, en pasados marchitos,
buscando respuestas donde solo hay dolor,
me aferró a las heridas, negándome a ser libre,
pues el sufrimiento se ha vuelto mi único amor.
Mis manos desgastadas acarician las cicatrices,
como si así pudiera cambiar el final,
pero las marcas siguen ahí, recuerdos infelices,
por más que intente borrarlas, no hay cómo curar.
La nostalgia se agazapa en cada caricia,
llorando silente su triste melodía,
me hunde en un abismo, en una oscura desgracia,
y cadenas invisibles me atan.
¿Por qué me rehuso a dejar de tocar mis heridas abiertas que no quieren sanar?
Quizás es el miedo a soltar,
y enfrentar la vida sin mirar hacia atrás.
Pero hoy me doy cuenta, en la quietud de mi esencia,
que sanar no es tocar, sino dejar que se curen,
dejar que el tiempo sea mi única presencia,
y permitir que la luz del perdón me asegure.
Aprendo a aceptar las heridas como parte de mí,
como lecciones que me llevan más allá,
no serán eternas, no me dominarán así,
ahora me levanto, en mi libertad hallaré paz.