Capítulo VII.

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Dan las cuatro de la mañana cuando Atsumu llama a la puerta de Kiyoomi, dos semanas después de su último intercambio de palabras fuera de lo profesional. Sakusa duerme plácidamente, o lo hacía hasta que el golpeteo frenético en su puerta lo despertó.

Cuando observó la hora en su teléfono, maldiciendo, se percató que no había dormido más de dos horas. Había vuelto a casa cerca de las dos de la madrugada, luego de la última pelea en el gimnasio de Patrick, en donde Atsumu había dislocado el hombro de Lev, además de romperle la ceja, la cual, sinceramente le llevó bastante tiempo limpiar, el pobre a pesar de haber mejorado bastante su agilidad en comparación a la primera batalla que tuvieron estaba lejos de alcanzar las habilidades del teñido.

Los vecinos de Kiyoomi generalmente hacían tanto ruido como se les plaza, incluso a cualquier hora del día, incluyendo las madrugadas. Por ende, ante el golpeteo, asume que es algún amigo ya ebrio de su vecino. Esperando que simplemente se vayan y dejen de molestar, tira del edredón hasta tapar su barbilla. Sin embargo, vuelven a llamar, y otra vez, y otra vez, y otra vez.

Cuando le queda claro que no podrá dormir hasta que trate con quien insistentemente llama a su puerta, se levanta enojado, colocándose un polerón con capucha negro sobre su camiseta de algodón. Se queja para sí mismo en el trayecto hasta la puerta de entrada, listo para maldecir a quien quiera que se haya embriagado tanto para no recordar cuál mierda era el departamento de su vecino.

Pero cuando abre se topa con Atsumu; viéndose más o menos igual que como lo dejó en el gimnasio hace unas horas, excepto por el ojo morado que oscureció en el transcurso del tiempo. Su cabello cae salvaje y despreocupadamente sobre su frente, tapando la cicatriz que adorna su piel como un recordatorio de aquella paliza que recibió hace un tiempo.

Está vestido informal y con una expresión, como siempre, ilegible. Pero cuando sus miradas se topan, Kiyoomi puede notar algo en sus ojos; anhelo. Y cree imaginarlo, como si fuese debido a la gran cantidad de sueño que le acompaña.

—Miya, ¿qué haces aquí? —pregunta, abriendo un poco más su puerta al ver que no es un desconocido ebrio y desorientado— Son las cuatro de la mañana.

—Lo sé, lo siento —Atsumu responde, mirando por sobre su hombro como si estuviese cerciorándose de que el pelinegro está solo— ¿Puedo entrar? —la boca de Kiyoomi se abre confusamente, pero aún así da un paso atrás de la puerta, haciéndose a un lado.

—Está bien.

Atsumu entra a su departamento lentamente mientras que observa todo a su alrededor como si fuese la primera vez que entra. Kiyoomi piensa que quizá no recuerda mucho de cuando estuvo aquí por primera vez; adolorido y borracho. Aún así, no parecía estar evaluando el cómo vive, sino como si quisiera memorizar cada detalle.

—¿Te he despertado? —el boxeador pregunta despacio, como si acabara de tomar sentido a que quizá, Kiyoomi estaba durmiendo.

—¿Qué crees tú? —pregunta con una voz muerta— Sí, me despertaste. Espero que tengas alguna razón —murmura mientras lo escanea una vez más, para confirmar que no haya alguna herida de pelea que haya pasado por alto, o de algo posterior. Honestamente, con Atsumu siente que hay mil cosas que lo harían aparecer en su puerta para pedir ayuda. Y sabe que sin importar qué, lo ayudaría.

Atsumu se pasa una mano por su cabello y Kiyoomi no puede evitar preguntarse cómo sus anillos no se enganchan a su pelo. Entonces se dice a sí mismo que debe dejar de mirar sus anillos, porque si mira sus anillos, entonces mirará sus manos, y si mira sus manos...

—Mi padre se fue cuando yo era un niño —la voz de Atsumu lo desprende de sus pensamientos, Kiyoomi nota el cómo intenta abrirse revelando mucho nerviosismo en sus palabras.

Nothing fucks with my baby; sakuatsu (adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora