Para Eunice

Declaración

Sábado 16 de agosto de 1980

Querida Señora.

¿Por qué te escribo? ¿Puedes creer que ni yo encuentro la respuesta? ¿Puedes tú encontrarla? Quisiera que tú la encontraras. Sí, eso quisiera. ¿Pero de verdad puedes averiguarlo? ¿Eres capaz? Eso espero porque, ¿sabes algo?, yo no tengo idea del origen de mi impulso por escribirte. ¿Qué será? Sé que lo sabes, ¿o me equivoco? ¿Me equivoco de verdad? Tengo miedo a eso porque, de otra forma, ¿cómo sabré cuál es la razón por la que escribo?

Estoy confundiéndote, ¿no es cierto?

En realidad no me importa lo que pienses, aunque tengas la respuesta que deseo. ¿Es esto muy difícil de entender? ¿Lo es?

Pues presta, ahora, atención a mis palabras porque quiero decirte algo de suma importancia.

Te odio.

Sí, te odio. Pero no te preocupes. Ya me voy. Me iré lejos y no tendrás que batallar conmigo, ya no más. Sé que, de hecho, no debí siquiera pensar en escribirte. Esto sólo puede empeorar las cosas, pero como te odio, ya no me importa. Ni un poquito. Y te lo repito. Me voy.

No te preocupes por ti. Después de todo soy yo quien sufrirá ahora las consecuencias, ¿verdad?

Me despido, señora mía. Escribiré en cuanto tenga tiempo, por supuesto.

Dulces sueños.