Miércoles 6 de abril de 1988
Querida Eunice,
Espero que te encuentres bien. Siento no haberte escrito antes. Soy tan descarada que me atreví a pasar otro año sin contactarte desde mi última carta. Poniendo en juego todo el tiempo que he pasado sin verte. Han pasado ya ocho años. ¡Tengo veinticuatro! ¿Lo puedes creer?
Creo que es costumbre mía escribirte una nueva carta cada cierto lapso de tiempo indefinido y largo, por supuesto.
¿Sabes algo bueno que ha pasado durante todos estos años? He aprendido a madurar. Me he ganado la vida por mí misma -con ayuda de Antonio-, sin ser un parásito para ti y padre. Creo que ya he pasado por bastantes cosas y experimentado tantas veces la muerte, sabes a lo que me refiero. He crecido lo bastante para seguir adelante. Pero lo que sí no he podido es que aún no puedo estar a tu nivel, no puedo ser como tú, ni como madre ni como mujer.
¿Por qué me cuesta tanto?
Madre. Te necesito. A papá lo necesito también. Lo que me hace pensar que estoy contradiciéndome. Porque aún sin ustedes estoy siguiendo adelante. ¿Qué piensas tú?
Lo que creo que piensas es: Aún si no puedes verme ni sentir mi presencia contigo, yo estaré orando por ti, intervendré ante Dios a tu favor, como la Virgen Madre de Dios.
Si así fuera, entiendo por qué sigo viva. Trataré de cumplir mi promesa, quiero verte.
Madre, ¿sigues ahí donde te dejé?
Porque voy a ti, aguanta un rato más, veré la forma de llegar a casa.
Quiero saber cómo están en casa. No te estoy pidiendo que busques la forma de decírmelo pero más vale que las cosas por allá sigan estupendas o mejor que cuando yo me fui. ¿Qué dices? Es una buena idea, ¿no crees?
¿Cómo lo están llevando todo por allá?
Espero volver a verte algún día de nuestras vidas.
Cuídate y cuida a papá.
Dulces sueños.
