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LA AGENTE ESPECIAL DEL FBI JENNIFER PETERS corrió por el pasillo, el pulso le martillaba con una urgencia que no había sentido

en tres meses. El informe de la bomba en Long Beach había llegado varias horas antes, pero no se lo comunicaron a ella. ¿Por qué? Dobló al final del pasillo y atravesó la puerta abierta del jefe de la agencia de Los Ángeles.

Frank Longmont estaba sentado en su escritorio, con el teléfono presionado al oído. No se molestó en mirarla. Él lo sabía, ¿verdad? Aquella comadreja se entretenía deliberadamente.

- ¿Señor?

Frank levantó la mano. Jennifer cruzó los brazos mientras el jefe seguía hablando. Solo entonces notó otros dos agentes, a quienes no reconoció, sentados en la mesita de conferencias a su izquierda. Se parecían a los almidonados de la Costa Este. Ellos la miraron por largo rato. Ella no les hizo caso y serenó su respiración.

El uniforme azul de Jennifer solo tenía una abertura muy pequeña por encima de su pierna izquierda, pero no se podía quitar de la mente la certeza de que era decente, incluso conservadora, aunque atrajera frecuentes miradas de hombres. Su cabello era oscuro, hasta los hombros, y sus ojos eran de un suave color avellana. Tenía la clase de rostro que otras podrían pasar toda la vida tratando de imitar: simétrico, con piel suave y color intenso. No había disfraz en su belleza física. La belleza es un regalo, solía decir su padre. Solo que no debes ostentarla. Un regalo. A menudo Jennifer había encontrado la belleza como una desventaja. Muchas personas de ambos géneros tenían dificultad para aceptar belleza y talento en el mismo individuo.

Para compensar, ella hacía todo lo posible por hacer caso omiso a su apariencia y en vez de eso centrarse en el talento. La inteligencia también es un regalo, solía decir su padre. Y Dios no había sido mezquino con ella. A sus treinta años Jennifer estaba considerada como una de las mejores sicólogas forenses de la Costa Oeste.

Pero al final no importaba. Su talento no le sirvió para salvar a su hermano. ¿Qué le quedaba entonces? Una mujer hermosa que estaba más interesada en ser inteligente que hermosa, pero que después de todo no era tan avispada. Un cero. Un cero cuyo fracaso había matado a su hermano. Y ahora un cero al que el jefe de su agencia no tenía en cuenta.

Frank bajó su teléfono y se volvió a los dos hombres en la mesa.

-Discúlpennos por un momento, caballeros.

Los dos agentes intercambiaron miradas, se levantaron y salieron. Jennifer esperó el clic en el pasador de la puerta antes de hablar.

- ¿Por qué no me informaron?

-Es evidente que lo hicieron -contestó Frank extendiendo las manos.

- ¡Han pasado cinco horas! -exclamó ella mirándolo de frente-. Yo ya debería estar en Long Beach.

-He estado en el teléfono con el jefe de policía de Long Beach. Estaremos allá a primera hora en la mañana.

Tr3s.Ted Dekker.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora