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Viernes

Por la noche

KEVIN SE SENTÓ EN SU SILLA RECLINABLE, esperando con impaciencia a Samantha, pasando de un canal a otro para oír las varias versiones del «coche bomba», como lo estaban llamando. Tenía una 7UP en la mano izquierda y miraba el reloj de la pared. Nueve en punto... habían pasado casi cinco horas desde que saliera de Sacramento.

—Vamos, Samantha —farfulló suavemente—. ¿Dónde estás?

Ella lo había llamado a mitad de camino; él le contó lo del perro y le rogó que se apurara. Ella dijo que venía casi a ciento treinta.

Kevin volvió a la televisión. Ellos conocían la identidad de Kevin, y una docena de periodistas habrían rastreado su número telefónico. El no había hecho caso a las llamadas, por sugerencia de Milton. De todos modos no tenía nada que agregar; las teorías de ellos eran tan buenas como las de él. La que más le interesó fue la teoría del canal nueve de que el atentado pudo haber sido obra de un fugitivo muy conocido apodado Asesino de las Adivinanzas. Este asesino había matado a cinco personas en Sacramento y despareció tres meses atrás. No daban más detalles, pero la especulación era suficiente para que se le hiciera a Kevin un nudo en la garganta. Las imágenes de los restos carbonizados, tomadas desde lo alto, eran sensacionales... o aterradoras, dependiendo de cómo se las planteara. Ya estaría muerto si hubiera estado cerca del objeto cuando explotó. Igual que el perro. 

Después de la llamada de Slater se obligó a volver al patio trasero y explicar la situación a Balinda, pero ella ni siquiera le respondería. Ella ya había dejado atrás el asunto por orden ejecutiva. El pobre Bob se convencería de algún modo de que Damon estaba vivito y coleando, que solo se había ido. Balinda tendría que explicar su carrera inicial gritando a través de la ceniza después de la explosión, desde luego, pero era experta en explicar lo inexplicable. La única vez que le respondió a Kevin fue cuando él sugirió que no llamaran a la policía.

—Por supuesto que no. No tenemos nada que informar. El perro está bien. ¿Ves algún perro muerto?

No, no lo había. Eugene ya lo había tirado al tonel ardiendo y lo había quemado. Desapareció. ¿Qué eran unas cuantas cenizas más?

La mente de Kevin se desvió a la llamada de Slater. ¿Qué muchacho? Slater ni siquiera parecía saber de ningún muchacho. ¿Qué muchacho? La clave de su pecado se hallaba en las adivinanzas. Hasta donde él podía ver, las adivinanzas no tenían nada que ver con el muchacho. Entonces Slater no podía ser el muchacho. Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios. Lo mejor era dejar algunos secretos enterrados para siempre.

El timbre de la puerta repicó. Kevin dejó su 7UP y se levantó de la silla. Se detuvo ante el espejo del corredor para echarse una rápida mirada. Rostro demacrado. Camiseta manchada. Se rascó la parte alta de la cabeza. El timbre volvió a repicar.

—Voy.

Kevin corrió a la mirilla, observó, vio que era Samantha, y quitó el cerrojo a la puerta. Habían pasado diez años desde que la besara en la mejilla y le deseara que le fuera bien en su conquista del gran mundo malo. Su cabello seguía siendo rubio y largo, y sus ojos azules seguían chispeando como estrellas. Tenía uno de esos rostros que parecían lozanos todo el tiempo, incluso sin nada de maquillaje. Mejillas suavemente redondeadas y labios un tanto vueltos hacia arriba, cejas muy arqueadas y una suave nariz puntiaguda. La más hermosa chica que alguna vez vio. Por supuesto, él no veía muchas chicas en esos días.

Kevin trató torpemente de abrir la puerta. Samantha estaba de pie bajo la luz del porche, vestida con jeans y sonriendo de manera cálida. Pensaba en ella miles de veces desde que se fue, pero los ojos de su mente nunca se pudieron preparar para verla ahora, en la carne. Él había visto muchas chicas en los últimos cinco años, y Sam seguía siendo la más hermosa que sus ojos contemplaran. Sin excepción.

Tr3s.Ted Dekker.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora