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Su padre no era fan de convivir en familia, no lo trataba mal, en serio había cariño paternal genuino, pero no sabía cómo demostrarlo y mejor prefería evitar pasar tiempo con él, y lo comprendía. Debió de ser estresante que un niño apareciera de la nada y que al mismo tiempo creciera cada día con demasiada rapidez, además de que no tenía ni un conocimiento sobre cuidar niños, y siempre parecía estar asustado de tratarlo.

— Japón. — Ambos se encontraban comiendo en el katatsu. Le gustaba esa casa, era la antigua casa de su padre, muy tradicional y con largos pasillos y muchos cuartos donde podía jugar el solo.

Recuerda el rostro de su padre cuando levanto con curiosidad su rostro. Siempre era muy serio y le evitaba la mirada, justo como ahora.

— Tienes comida en tu mejilla. — Por fin le dirigió la mirada, señalando el lugar mencionado para después limpiar con cuidado con una servilleta.

— Gracias. — Le sonrió ampliamente, comenzando a mover su cola con entusiasmo. Lo que más le gustaba de su reacciones involuntarias era que su padre sonreía y eso le hacía feliz a él. Era la forma de demostrarle a su padre que lo quería sin importar que no hablarán mucho, y sabía que lo entendía pues después de eso siempre le acariciaba las orejas con cariño.

Era extraño como al mayor se le dificultaba cualquier afecto verbal, y no era muy bueno con el afecto físico, lo intentaba y eso contaba. Pero aquel habito de acariciarle las orejas era algo que hasta a él mismo imperio le calmaba, como aquella noche en dónde le vio espiandole.

Había noches en que su padre lloraba, lo escuchaba por detrás de la puerta de su cuarto. No es como si las paredes fueran muy gruesas. Siempre repetía que lo sentía y pronunciaba dos nombres con mucha insistencia, R#ich e Italia, al parecer eran dos amigos muy cercanos, sobretodo el último pues, por lo que suponía, su padre estaba enamorado del dichoso Italia.

Esa noche no fue la excepción. Había comenzado como siempre, unos pequeños sollozos que nunca pasaban de eso, como si él no se permitiera llorar, acallando su llanto con su mano. Por su parte él se encontraba asomándose por la puerta corrediza mientras trataba de no hacer ruido. Podía ver qué estaba frente al espejo que ahora estaba roto, respirando pesado y muy agotado, repitiendo las mismas palabras de perdón de siempre.

Parecía ser una de esas noches largas para su padre, y hubiera sido solo para este si no fuera por su pie que se resbalo cuando quiso dar media vuelta, y terminó abriendo la puerta por completo.

— ¿Japón? — Se limpió las lágrimas con prisa, yendo rápidamente a auxiliar a su hijo. — ¿Qué estás haciendo aquí? Tu no deberías...no debes espiarme.

— Es que estabas llorando. — Tomo la manga de su pijama para secar el rastro de lágrimas que aún tenía su padre, viendo la expresión de sorpresa en él. — No me gusta escucharte llorar en las noches.

— Suspiro cansado, tomo al menor de la mano para llevarlo a su cuarto. — ¿Desde cuándo me escuchas en las noches?

El menor levantó los hombros sin saber que responder, fue hace tanto la primera vez que le escucho que ya no recordaba cuando había ocurrido.

— ¿Los extrañas mucho? — Pregunto cuando entraron a su cuarto, llendo directamente a acostarse.

Su padre no solía acurrucarle, solo lo acompañaba a la puerta de su cuarto y apagaba la luz. Nunca se quejo o exigió que le cobijará o mínimo un beso de buenas noches, no sentía esa necesidad. Pero esa noche su padre se sentó a la orilla de la cama, mirándole con una expresión triste que nunca volvería a ver, le acaricio las orejas, peinando su cabello con sus dedos.

— Los extraño demasiado, pero no hay mucho que pueda hacer para recuperarlos. — Tomó la cobija para cubrir a su hijo, procurando que está le tapara hasta los hombros. — Uno se fue y no puede volver, y el otro...solo no me quiere ver en su vida, y siendo sincero, yo tampoco quiero verlo.

— Pero ¿Por qué no te quiere ver? Él es muy tonto, no se que razones tuvo para irse, pero estoy seguro que debe de arrepentirse. — Sonrió al ver que su padre también sonreía, y con eso bastaba para él. Si su padre estaba bien, el también lo estaría. — Además, tu eras un buen papá, sabes muchas cosas, y cocinas muy rico, si un día me caso quiero estar con alguien como tú.

— No cariño, tienes que estar con alguien mejor que yo.

Recibió un pequeño beso en la frente, y una última sonrisa. Pensó que su padre ya se marcharía, pero en cambio vio como levantaba las cobijas para acostarse junto a él. Le abrazo con delicadeza, cobijando correctamente a ambos.

La primera vez que durmieron juntos como padre e hijo, se sintió tan cálido y le alegro ya no escucharle llorar. Ni una sola noche más lloro por aquellos dos países, y las pijamas con su padre fueron más frecuentes.

Supuso que a veces los padres son los que ocupan dormir con sus hijos para no tener miedo.























Público para que vean que sigo viva.

Si dios quiere está semana público el capítulo de Anorexic.

Si satanás quiero, lo público mañana.

Japón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora