Capítulo 6

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Marinette adoraba subir a la superficie.

Las noches le encantaban. Cuando había poco viento, simplemente flotaba mientras las suaves olas la acunaban y cantaban una melodía que ella no era capaz de entender, pero que no por eso dejaba de adorar. Este era su lugar favorito en el mundo, y también lo era aquel otro, un poco más cerca de la orilla, desde donde veía la tierra y a sus habitantes, sin que ellos repararan nunca en ella. Y los veía felices, y deseaba algún día, poder pasear entre ellos como una más.

No es que ella no fuese feliz con su familia, pero su corazón deseaba algo innombrable para ella, pero que definitivamente se encontraba en el mundo humano. Era algo completamente imposible para ella siendo, como era, una sirena, pero era un sueño hermoso que solo confesaba a las estrellas que adornaban el firmamento.

Pero la realidad era que, se ubicara donde se ubicara, Marinette adoraba la superficie. Y le encantaba, especialmente, el sitio donde se encontraba ahora. Sólo allí podía observar algo maravilloso. En el punto donde el cielo y el mar se conectan, era posible apreciar el precioso espectáculo de colores que el sol creaba a su salida en las mañanas o cuando descansaba en las noches, como ocurría justo en ese momento.

Le hubiera encantado subir a contemplar el atardecer el día antes, pero su peligrosa excursión al Arrecife de los Tiburones unido al sermón de su padre y a la conversación con su madre habían agotado sus energías y había preferido descansar esa noche. Sin embargo, no podía alejarse mucho tiempo de la belleza del momento en el que el sol despedía el día para dar paso a la noche.

Dedicada como estaba a la contemplación del paisaje, Marinette no reparó en que no estaba sola hasta que una voz, a todas luces masculina, la sacó bruscamente de su ensimismamiento.

Lo sabía, sabía que sería maravilloso.

Solo había sido una simple frase, pero esa voz atrajo a Marinette con la fuerza que los humanos esgrimían que tenía el canto de una sirena.

Sin embargo, el sentido común no la había abandonado del todo y, dado que había escuchado la voz peligrosamente cerca de ella, interrumpió su admiración del atardecer para hundirse rápidamente con temor a haber sido vista.

Con el paso de los minutos no vio nada que sugiriera que la hubieran descubierto y, una vez desaparecida la urgencia, volvió aquella voz a sus recuerdos. Mientras nadaba cerca de la superficie observaba la quilla del bote desde el que había provenido la voz, a la que no pudo evitar acercarse, estimulada por la curiosidad que esa voz había hecho nacer en ella. Se aseguró de ocultarse bien tras algunos peñascos amplios que se alzaban del fondo marino antes de asomarse un poco y apreciar aquello que había llamado tan poderosamente su atención y que haría, aunque ella no lo supiera en ese momento, que su vida cambiara para siempre.

Él era alto, mucho más que los humanos que solía ver trabajando en la orilla de la playa y joven, tal vez algo mayor que ella, pero no mucho más. Dada la posición en la que se encontraba, solo conseguía verle la amplia espalda, cubierta por una fina camisa. Se encontraba sentado en un bote pequeño, de los destinados para el uso de dos personas, pero él se encontraba solo. O bueno, completamente solo no, porque cuando Marinette cambió de posición para observarlo desde otro ángulo, se lo encontró acunando dulcemente un animal peludo negro como la noche y que tenía unas orejas graciosas y puntiagudas.

Sin embargo, al cambiar nuevamente de posición, Marinette pudo apreciar su rostro y quedó completamente extasiada. Ahora sabía lo que era considerar a un hombre guapo porque hasta ese momento, aunque algunos de sus amigos le parecieran atractivos o agradables, ninguno de ellos había provocado en ella una sensación tan instantánea como el joven del bote. Se sentía como si no pudiese dejar de mirarlo, como si cada vez que pestañeaba descubría un nuevo matiz.

La Sirenita. Luchando por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora