Capítulo 7

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En el momento en el que ocurrió el golpe, Marinette sintió cómo se le helaba la sangre en las venas. Verlo inerte y hundiéndose le provocó un agudo dolor en el pecho, uno que ella no se explicaba de forma lógica, dado que no conocía al humano, pero en ese momento su parte lógica estaba bastante callada.

Marinette llegó a él justo en el momento en el que comenzaba a salir un pequeño hilo de sangre desde la herida que le había provocado el golpe en la cabeza. Con mucho cuidado, para evitar que se volviera a golpear con el remo o con la quilla del bote, Marinette nadó con él hasta la superficie.

Lamentablemente el panorama allí no era mucho mejor que bajo el agua. Disponía de luz a escasos momentos cuando los relámpagos hacían su aparición, y a eso había que sumarle el viento helado. Las olas eran enormes y el joven no tenía autonomía para moverse por su cuenta. Además de ello, el bote se bamboleaba peligrosamente alejándose de ellos y, teniendo en cuenta el peligro que había corrido aquel humano para salvar al animalito peludo, ella no lo iba a abandonar.

El problema era que no conseguiría llegar a tiempo, no nadando con el joven inconsciente a cuestas.

—Realmente me sorprendo de que seas mi amiga. Me metes en cada lío.

—¡ALYA! —la voz de su amiga nunca había sido más bienvenida ni su aparición más oportuna.

—Dime qué hago, porque tienes un plan, ¿cierto?

—Ahora mismo no.

—Marinette...—dijo Alya con exasperación.

—Sabes que pienso rápido y mejor bajo presión —trató de tranquilizarla Marinette, aunque ella misma no las tenía todas consigo. Nunca había estado en una situación similar. — Estamos ahora mismo bajo bastante presión.

Marinette buscó la costa con la vista. Al detectarla se percató de que no estaba tan cerca como le hubiese gustado, pero tampoco tan lejos que no lo lograrían a tiempo.

Ahora sí tenía un plan.

—Alya, escúchame —Marinette intentaba hacerse oír por encima del rugido del viento y los truenos—, alcanza el bote. En él está el animalito peludo que este humano trataba de salvar. Yo voy a llevarlo a él —señaló con un movimiento en dirección a su hombro, donde descansaba la cabeza del joven— a la orilla. Dirígete hacia la derecha de la playa. Allí hay algunas cuevas. Podemos refugiarlos en alguna.

—Hecho.

Y con esa única palabra, Alya se alejó como un borrón naranja hacia donde el oleaje enviaba el bote.

Marinette entonces, confiada de que su amiga ayudaría al animalito, se concentró en nadar hacia la costa. El trayecto, cargando con el peso del joven, que permanecía inconsciente, se hacía cada vez más difícil. Tener que enfrentarse al frío, las olas indetenibles y la lluvia que le golpeaba la cara como si fueran miles de pequeñas espinas ya era lo bastante complicado de por sí, sin embargo, a todo eso se le sumaba la preocupación por el hecho de que el humano no dejaba de sangrar y no recuperaba el sentido.

El trayecto hasta la orilla le llevó más tiempo del que a Marinette le hubiese gustado, pero lo prioritario era mantener al joven a flote. Cuando faltaban sólo unos metros para tocar la arena, Marinette volvió a concentrarse en el panorama, buscando la cueva que mejor se adaptara a las necesidades del momento.

La encontró cuando, observando hacia la derecha de la costa, vio dos cavernas. Una la descartó de inmediato. Era demasiado estrecha la entrada como para que lograse entrar el bote.

Sin embargo, adyacente a esta, pudo ver otra, algo escondida pero perfecta para sus propósitos, así que, combatiendo la fuerza del oleaje que golpeaba con saña la costa, nadó hacia la gruta.

La Sirenita. Luchando por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora