Capitulo 4: Esmeralda

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Aquella noche soñé con una habitación oscura cuyo centro había una única luz. Y en algún lugar una voz silbaba palabras incomprensibles.
Desperté con el reflejo de la luna en el techo y la voz de Steve preguntando si estaba bien. Volví a dormir con el sonido de mi respiración agitada.

A la mañana siguiente, Steve se encargó de preparar el desayuno y yo de lavar los trastes. Limpiamos la casa y luego nos dedicamos a nuestras respectivas tareas escolares. Por la noche, Steve hizo la cena, arroz con verduras que acompañó con té de menta, y nos sentamos en la sala para ver películas al azar.

Meses atrás, había sido imposible que almenos me sentará a su lado, pero con el tiempo aprendido a dejar la incomodidad y el pensamiento repetitivo. El agua no solo caía, empezaba a tomar curso.

-¿Sabes? No solía creer mucho en las historias sobre superación -dijo Steve en medio de una película.

Trataba sobre una mujer que soñaba ser chef, empero tenía pocos recursos para serlo, hasta que fué convocada por un prestigioso restaurant.

-Muchas películas y libros hablaban de ello, de lograr tus sueños y, no sé en que momento me volví cínico, estaba seguro de que todo eran puras patrañas.

Lo miré y alcé ambas cejas.

-Ya lo sé, era como el protagonista de un cuento de Navidad. Incluso odiaba la navidad y todo -suspiró-. Si me hubieras conocido en ese entonces, seguro de que me odiarias más.

¿Odiarlo más? ¿Hablaba en serio? Quizá sí o quizá solo bromeaba, sin embargo aquellas palabras abrieron un cerrojo en mí, y de pronto algo se derramó como agua del grifo. Primero solo un resoplido y luego risas secas. Hasta que fueron risas de verdad.

Estaba riendo.

-Oh dios mío -Steve casi cayó del sillón.

Lo miré con el ceño fruncido, él parecía como si hubiera visto un fantasma. Luego sonrió. Y reímos juntos.

Al final la película no terminó como se supone lo hacen las historias sobre alcanzar los sueños, no obstante vimos otra en la que u basquetbolista o el entrenador de este si logro alcanzarlos.

-Quizá es como tirar una moneda -dijo Steve durante los créditos-. ¿Cuál dará la mia?

Inclinó su cabeza hacia atrás, casi dándose un golpe en el respalda, y permaneció en silencio.

-James, hay algo que no le he dicho a padre y madre. Algo que se supone que ya está dicho y hecho -expresó aún con la vista hacia arriba-. Sé que tengo talento en el arte. Madre dijo que era perfecto para ayudar con el negocio de los cuadros. Dijo que podríamos abrir una galería o algo así. Y sí, suena maravilloso: terminar la preparatoria, ir a la escuela de arte del pueblo vecino y abrir la galería. Suena como un sueño.

Luego hubo otro silencio. Cruzamos miradas y se volvió a sentar con la vista fija en el televisor.

-Pero la cosa es que yo nunca soñé con ser un artista.

Los dados fueron lanzados y Steve esperó mi reacción. Me acomodé en el sillón, con la cabeza en el respaldar. Él me miró.

-No sé cómo decirles sin que los decepcione.

Crucé los brazos.

-Sí, lo he pensado. Se que es posible que acepten cualquier cosa que elija, quizá hasta se muestren felices. Pero aún así terminaré rompiendo sus planes.

Sacudí los hombros y miré el televisión. ¿Que más daba si los decepcionaba? Eso de no caber en las espectativas de los padres pasaba siempre. Era el mismo cuento de todas las películas y libros.

-Es cierto. Talvez al final no importa demasiado, sería peor si les mintiera sobre lo que quiero hacer.

Lo miré con una ceja alzada por el rabillo del ojo y él se quejó alegando sobre lo correcto e importante de la familia.

Familia. Podía entender el porqué Steve le tenía tanta estima a su familia, después de todo él no sabía cómo era perderla.

Más tarde, después de limpiar, fuimos a nuestra habitación. Cómo se había convertido en nuestro ritual, nos turnamos para usar el baño y dejamos la lámpara encendida por un tiempo más. Mientras yo leía algún libro y el escribía a sus amigos por chat. Aquel silencio duró poco, porque al alzar la mirada me encontré con la de él.

-¿Sabes, James? Se los diré mañana cuando regresen y sea cuál sea su reacción haré les diré lo que realmente quiero. -Se dió cuenta y río-. Es verdad, no te dije que es lo quiero. Verás, siempre he querido ayudar a los niños como nosotros, no lo sé, para que no tengan tantos problemas. Podría ser psicólogo o trabajador social. He pensado bastante en lo último. Mi trabajador social era bueno, se llamaba Sam Wilson, pero hace tiempo que no he contactado con él. Quizá si lo encuentro pueda pedirle consejos de dónde estudiar y como seguir sus pasos.

Mientras contaba sus planes, me dí cuenta de que era diferente a cuando traía sus pinturas a casa o ganaba algún premio. Sus ojos brillaban como pirata tras encontrar un tesoro.

-James, si quizá debo ir a estudiar a Nueva York u otro estado, y me preguntaba -vaciló, pero aún sonreía-. ¿Tú quisieras venir conmigo?

De repente se calló. El silencio absoluto solo fue opacado por el sonido de notificaciones del celular, sin embargo Steve tenía la vista fija en puerta.

-¿Escuchaste eso? -dijo como si la luna hubiera caído en la tierra.

El lienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora