Capítulo 8: Heliolita

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Desperté con una sacudida y el destello de la luz. La respiración me falló y la confusión era un fantasma dando vueltas en mi mente. ¿Que había pasado? ¿Dónde estaba? Al sentarme percibí el cuadro que sujetaba con fuerza. Steve aún estaba ahí, con los colores vivos, pero a diferencia de antes la pintura se veía fresca.

El señor Vision.

Alcé la cabeza y me quedé atónito ante la vista: árboles, arbustos, pasto fresco y verde. Flores y el sonido de aves cantando. Me levanté de un salto que incluso sentí un mareo. No podía ser, ese lugar ¿era un sueño? Di vueltas sobre mis talones y todo era lo mismo, árboles gigantescas y una naturaleza jamás vista. ¿Cómo había llegado ahí? Lo último que recordaba era al señor Vision y el lienzo en blanco.

Y me había desmayado. Y luego estaba ahí.

¿El señor Vision me había abandado en ese lugar? Miré el cuadro de Steve de nuevo. Era tonto seguir escapando de la verdad.

Me había pasado lo mismo que Steve. Ahora estaba encerrado en un lienzo, quizá vivo y soñando con ese paisaje, quizá muerto en un mundo imposible.

Di unos primeros paso hasta volverse constante, el lugar parecía interminable, por un momento pensé estar en una especie de mundo pequeño como una película que ví junto Steve, pero nada me decía si estaba caminado en círculos o adentrándome a un bosque infinito.

Pasado las horas, aunque no estaba seguro por como el sol aún brillaba, encontré un arrollo dónde pude descanzar y saciar la sed. Pronto encontré una moras y las comí, sabían saladas y me di cuenta de que era por mis lágrimas. ¿Que iba hacer? ¿Cómo ayudaría a Steve? Una avalancha de negatividad me cubrió y terminó por derrumbarme hasta convertirme en una bola de huesos y piel. Me quedé así, sujetando el cuadro, desiando dormir y despertar en casa; con Steve sugiriendo ir a pasear en bicicleta y olvidar que nuestros padres adoptivos eran todo menos familia.

Cuando volví a despertar todo estaba en penumbras, el cielo estaba lleno de estrellas y una brillante luna. Diferente. Era celeste y azul, hermosa como nunca pensé que existiría. Me inundadó unas terribles ganas de llorar. Me quedaría ahí, solo.

Y Steve también, en algún lugar en ese cuadro al cual sostenía.

No.

Tenía que hacer algo, tenía que salvar a Steve.

Tenía que escapar de ahí.

Y tan pronto como el pensamiento cruzó mi mente, el mundo se tiñó de escarlata.

Mi mente debía haber empezado a fallar.

La luna, las estrellas, el río. Todo. Los colores pueden ser una guía y la oscuridad puede perdernos hasta hacerte creer que en realidad no estás vivo, pero ahí, con las cosas de un color que ardían en mis ojos, todo se redujo a confusión. Hasta que, como encenderse un fósforo en la oscuridad, la imagen se dió a la luz.

Podía haber pasado años, pero aquella imagen era imposible de desparecer de mi mente, menos cuando lo tenía en mis pesadillas. Pues en medio de un mundo escarlata, el edificio de fuego reinaba como el sol.

***

No había nada diferente ese día. Regresaba de mis clases en kinder, solo como había aprendido a andar por las calles de la pequeña ciudad. Saludé al portero como era costumbre, y subí al asesor. Fue cuando me encontré aquel hombre. Apoyado en el rincón de ese espacio, estaba por prender un cigarrillo con un encendedor brillante. Me quedé observándolo como una polilla a la luz.

-¿Eres de este edificio, niño? -preguntó el hombre, y soltó una bocada de humo.

Asentí, mi madre me había dicho que jamás hable con desconocidos, y yo conocía a casi todos en ese edificio. Había aprendido sus nombres, la de sus mascotas y las de los niños. Pero de ese hombre, de ese hombre solo pude conocer como el encendedor se elevaba y caía en su mano.

Luego las puertas se abrieron en mi piso.

-Hey, no le digas a nadie que estaba fumando -dijo aquel hombre con una sonrisa cuando empecé a salir.

Había visto al señor Artie fumar, aveces mi madre fumaba. Ambos solían usar fósforos, nunca un encendedor.

Nunca algo tan brillante.

El hombre volvió a soltar humo de la boca y desapareció tras cerrarse las puertas del ascensor.

Lo demás está en tinieblas, como si ese humo hubiera cubierto todas esas escenas de mi mente. Hasta que llegue a casa y encontré a mi mamá.

Tenía que ser una tarde cualquiera, una en la que la abrazaba al saludarla, nos contábamos sobre nuestro día y mientras ella hacia la cena, yo hacia mis tareas.

Cenamos fideos rojos, hablamos sobre las vacaciones y la idea de ir a la playa. La playa quedaba lejos, pero deseaba verlo en persona.

-Podemos ir el fin de mes -dijo mi madre después de una larga charla.

Le pregunté si podíamos ir con Natasha, mi mejor amiga en el edificio, y su abuela.

-Porsupuesto -respondió ella con una gran sonrisa.

Estaba tan feliz, tanto que abrace a mi madre antes de echarme a dormir.

Y luego, los gritos.

Fue como despertar de una pesadilla, no podía respirar y cuando me di cuenta, estaba en los brazos de mi madre.

-Tranquilo, vamos a salir de aquí -me prometió.

Había demasiada gente, se apretaban uno a los otros en un pequeño espacio que iba hacia abajo. Las escaleras. Empecé a tocer y parpadear. Lágrimas se derramaron. Era humo, junto al calor y el llanto. Pero de alguna forma, entre empujones y la asfixia, mi madre nos saco de ahí.

-Esta bien, hijo, solo respira despacio -me dijo tras dejarme en el suelo, sobre su hombro el destello era grande y violento.

Jamás había creído ver un fuego tan alto, un fuego que rodeó todo el edificio.

-¡Los bomberos no llegan! -gritó alguien.

Mi madre miró de un lado a otro y luego sobre mi cabeza.

-Winnie, ¿has visto a Natasha?

Mi madre negó.

-No puede ser, seguirá dentro, tengo que ir.

La señora Romanov comenzó a correr, pero mi madre la sujetó con fuerza del brazo.

-Los bomberos no tardarán en llegar.

-No, no, yo la dejé por esa tonta reunión, ¡es mi culpa, es mi culpa! -Nunca la había escuchado gritar. No así, no como si el fuego la hubiera alcanzado.

Miré hacía el edificio en llamas. Natasha era fuerte, era ágil, debió haber salido de alguna manera. El corazón me golpeó: no, ella...

-Bucky -mi madre me atrapó-. Necesito que te quedes con la señora Romanov, buscaré a Natasha, espera aquí, no te muevas.

Y no me moví. Mi madre se levantó, se dió vuelta hacia el edificio.

Lo pude sentir, el grito formándose en el hueco del estómago, fuerte, potente, pero incapaz de salir. Fue algo en mí, algo que detuvo la palabra en mi garganta "Mamá". Hubiera gritado: Mamá.
Pero nada salió y ella desapareció.

Despareció para siempre y, sin embargo, el edificio había vuelto como un Dios del sol.

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⏰ Última actualización: Aug 24 ⏰

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