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• 019 •

Hasta el último respiro y Haerin se había tomado aquello muy en serio.

— Haerin, por favor, dime qué estás aquí.— La respiración de la australiana se entrecortaba y se ahogaba en llanto al ver aquella escena.— ¡¡Haerin dime dónde estás!!— La australiana corría por aquellas oscuras calles, pasando por los parques que antes visitaba con Haerin.

Danielle notó como había un bolsito cartera en el pasto, se acercó para mirarlo mejor y su corazón se frenó.

Era el bolsito que le había regalado a la chica de ojos gatunos.

El bolso estaba pisoteado y roto, también estaba lleno de barro por aquella lluvia que caía de golpe esa noche, mezclándose con las lágrimas saladas y llenas de preocupación que corrían por las mejillas de la australiana.

Un grito a lo lejos fué lo que hizo que Danielle quisiera morirse en esos momentos, luego el sonido de unas patrullas la hicieron salir de su trance.

Así que corrió con todas sus pocas fuerzas que le quedaban y llegó al sitio donde estaba un montón de gente mirando aquello que parecía ser un accidente.

Encontrándose con la chica que más amaba tirada en el piso inconsciente, llena de sangre y tierra, sus ojitos cerrados suavemente como si estuviese durmiendo, su piel estaba pálida, con manchas moradas y tonalidades verdes, eran moretones. Ella estaba ahí, acostada en el suelo, con su vestidito rosado que la australiana le había comprado, también estaba dañado y lleno de un montón de cosas sucias, pero aún así Haerin se veía como una princesa, una linda princesa la cuál había sido cruelmente torturada. Ahí Danielle cayó en cuenta de aquella situación, sin pensarlo más comenzó a gritar con dolor, el shock que había tenido al ver esa imagen había reprimido sus lágrimas y gritos, ahora se desquitaba de aquello, tirándose al piso para abrazar a su pobre gatito, la cuál estaba fría y pálida, era muy tarde y Danielle no lo sabía.

— ¡Danielle! ¿¡Hija, que sucede?! Despierta, ¿Por qué lloras?— Ahí Danielle le agradeció a la vida que su padre siempre la despertara temprano para ir a desayunar.

Su papá estaba sentado en la orilla de la cama, mirando con preocupación a Dani, limpiando sus lágrimas y acariciando sus mejillas para calmarla.

— Una pesadilla papá, fué horrible.

— ¿Que soñaste?— Preguntó su papá dándole a la australiana sus pastillas diarias.

— Soñé que Haerin había muerto...

El papá de Danielle se tensó, luego su mirada de preocupación cambió a una de tristeza y lastima, tragó saliva y habló con una voz suave.

— Dani, ella ya no está con nosotros, acéptalo, debes dejarla ir, ya han pasado dos meses desde el accidente, cielo.

Y otra vez el mundo de Danielle se desmoronó... O eso pensó, hasta que escuchó la voz de su hermana. Ahora sí se había despertado de aquella doble pesadilla.

— ¡Dani! ¡Dice papá que te despiertes!— Aquella niña pequeña sacudía a su hermana con rapidez y con una linda sonrisa.

— Está bien, Olivia, ya voy...

No estaba segura de que diablos era aquello que le había ocurrido en sus sueños, pero el simple hecho de ver a Haerin tirada en el suelo sin vida le causaba escalofríos y un dolor inexplicable en el pecho.

Aquella pesadilla había sido terrible, sentía que quería morir.

Ahora quería ver a Haerin lo más pronto posible, decirle que la amaba, que era perfecta y preciosa, decirle todo lo que sentía y demás.

Agradecía al universo que hoy fuese el día de su primera cita, hoy la vería, hoy vería esos lindos ojos gatunos que no la dejaban dormir y que siempre la hacían sentir cosas inexplicables cuando sus ojos chocaban miradas entre sí.

Hoy Danielle le diría a Haerin lo mucho que la amaba.

Le pediría que fuesen novias. Y que aquel accidente solo fuese un sueño, una pesadilla, y que en realidad Haerin estaría esperándola para darle un besito como siempre lo hacía.

Eso esperaba Danielle.