Cuando nos perdimos.

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No sé porque decidimos tratarnos como si no nos hubiésemos querido nunca.

Como si la mera presencia del otro no nos hubiese provocado una galaxia de luz en los ojos.

Como si nunca nos hubiésemos regalado una sonrisa entre beso y beso.

No sé quién tuvo la culpa.

No sé quién tomó la decisión.

Pero no me gusta.

No me gusta fingir que no recuerdo cómo nos mirábamos cada vez que alguien pronuncia tú nombre.

No me gusta saber que te amé, contra todo pronóstico, por encima de todo. Pero si me preguntan, finjo que no recuerdo el nombre de tu perro, y que esa amnesia puramente temporal y actuada, no me tortura.

No me gusta mentir pero tengo que hacerlo cuando me preguntan si ya no me duele.

¿Porqué he pasado tantos meses ocultando un dolor que era tan natural como evidente?

Un dolor procedente del autoengaño.

De superar por fin todo lo que fuimos y aceptar todo lo que nunca seremos,  pero no soportar lo que sí somos hoy; cenizas, polvo y destrucción de una guerra a dos bandas donde los soldados, lejos de odiarse, se amaban sin un ápice de cordura.

Otras maneras de utilizar la valentía que el alma aguarda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora