Eventide.

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Eventide: the end of the day.

A Chuya le gustaba el anochecer. Usualmente, en ese momento del día, ya había terminado con los deberes propios de su edad y comenzaba su rato de ocio, normalmente dedicado a su pasión por la literatura. Pero esa noche tenía algo de especial. Su velada no la dedicaría a los poetas europeos con los que solía compartir el tiempo. Esta vez, leería a un inesperado contemporáneo suyo: Osamu Dazai, con quien compartía clase.

No sería la primera vez que pensaba sobre el castaño. A decir verdad, Chuya ya había notado su existencia. Cómo no hacerlo, si su aura lúgubre destacaba demasiado, para mal en el caso del resto de sus compañeros que decían crueldades a su espalda, pero para Chuya solo despertaba una genuina curiosidad. Había querido acercarse a él desde antes, pero no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Intuía que, de llegar y presentarse cordialmente, solo recibiría una mirada de rechazo, como si fuera indigno de siquiera dirigirle la palabra. Para su buena suerte, su profesor de literatura le había regalado la oportunidad perfecta de hablar con el chico que rechazaba todo a su alrededor.

Era vergonzoso, pues sentía que había atraído la oportunidad. Para él, la poesía significaba una manera de liberar lo que existía en el interior de uno. Tal vez por eso en el poema que presentó para el concurso escolar incluyó un personaje que, una vez terminó de escribir y revisó su texto, inevitablemente le recordó a Dazai. Solitario, lúgubre, con una sonrisa que no parecía pertenecer a alguien vivo.

Por eso estaba emocionado de leer el texto que ese día se había llevado a casa, impaciente por descubrir más de tan extravagante persona. Desde el estado descuidado de las páginas, sintió una emoción infantil recorrerlo. Dazai parecía muy orgulloso de su escrito, tanto como para reclamar el primer lugar. Entonces, ¿Por qué las páginas estaban tan maltratadas, como si no le importara?

Casi en cuanto empezó a leer el texto, lo comprendió. Ya se figuraba que la personalidad de su compañero era sombría, pero no se imaginó hasta qué punto. Era una persona que sentía mucho, pero también sentía vergüenza de sus sentimientos, aterrorizándolo tanto que prefería ponerse una máscara absurda para actuar sobre ella hasta el final. Probablemente eso pasó con su texto: estaba orgulloso de él, pero al no querer estarlo dejó que las páginas se maltrataran para hacer parecer como que no le importaba.

Conforme avanzó en su lectura, sus sospechas se confirmaron. Quería ser natural, quería ser genuino, pero no sabía cómo serlo y por eso se decantaba por el uso exagerado de expresiones, que de alguna manera trataban de lidiar con sus apasionados sentimientos, aunque él mismo creyera que su personalidad era una mentira, como si de esa manera pudiera protegerse. Chuya suspiró. Ya le parecía que su reacción al haber quedado empatado con él era un poco exagerada, pero ahora comprendía de dónde venía.

La noche se hacía más profunda, y Chuya sabía que tenía que irse a descansar para poder rendir en la escuela al día siguiente. Pero no podía dejar de leer. Era una sensación extraña: se sentía fascinado por el texto, pero también le provocaba una pena profunda. No conocía lo suficiente a su compañero (de hecho, ese día era la primera vez que tenían una conversación), pero no podía imaginar que fuera una persona tan horrible como parecía describirse a sí mismo a través de su protagonista.

Incluso cuando terminó de leer el manuscrito, se quedó un largo rato reflexionando sobre lo que acababa de leer. Pensó en lo increíble que era la literatura como medio, permitiéndole a un alma que parecía estar tan torturada expresarse con la libertad que probablemente pensaba que carecía su vida. Pero, tan fascinante como le pareciera la literatura, no dejaba de ser solo un medio. Por lo que dirigió sus pensamientos en preguntarse lo que quiso decir su compañero con el texto.

Flair. (Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora