No te vayas

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Las lágrimas no tardaron en salir de los ojos azules, intentó pararlas pero ya había perdido el control sobre ellas. Sentía como mojaban todo a su paso, aterrizando en la almohada. Satoru giró todo su cuerpo, a pesar del dolor, para quedar acostado sobre su lado izquierdo, mirando a los restos de la energía maldita que el pelinegro había dejado, siendo el último rastro de su presencia. Buscó algo de consuelo abrazándose a sí mismo, pero solo provocó que aumentara el dolor de su cuerpo. Quizás lo estaba haciendo queriendo, pensó mientras clavaba las uñas en sus brazos. No sabía qué hacer con ese sentimiento, con esa sensación de tener el corazón apretado y un nudo en su garganta que le invitaba a gritar todo lo que llevaba dentro. Al final cedió, y el sollozo resonó en toda la habitación. No era la primera vez que lloraba así, pero, hasta a él mismo le había sorprendido la falta de control. Solía aguantar hasta asegurarse de estar solo, en cambio esta vez había perdido el control de sus emociones en el momento. Lo admitía, estaba acostumbrado a conseguir lo que quería y no se esperaba que Suguru se negara. Lo necesitaba, necesitaba el calor de su cuerpo, la suavidad de sus manos y la tranquilidad de su sonrisa. Cuando lo perdió por primera vez, se le hizo insoportable. Pero lo afrontó como solía hacerlo siempre, entrenando y yendo a misiones sin descanso, hundiéndose en un mar de responsabilidades que le distrajeran de su realidad y le dieran un falso sentimiento de validación que nunca sería suficiente. Y ahora lo había perdido por segunda vez, y no podía hacer nada.

Al cerrar la puerta, Suguru se quedó inmóvil. Hacía tiempo que había dejado de sentir tristeza, todos sus sentimientos se habían convertido en vacío. Sus ojos ardían pero estaban secos, no lloraba, no estaba triste. La desesperación que llenó su vida hacía unos años lo había consumido por completo hasta provocarle una desconexión con sus emociones.

Mentía, si las sentía.

Odio.

Y satisfacción, al ver como su plan estaba avanzando exitosamente.

Pero, cuando volvía al pasado, revivía aquella soledad emocional. Se quedó apoyado en la puerta, mirando a un punto fijo en la pared intentando asimilar todo lo ocurrido y lo que le estaba provocando. Sintió su mandíbula apretarse al notar que estaba igual que aquellos días en la escuela tras la muerte de Riko, cuando se quedaba paralizado en las duchas y no podía comer ni dormir. Sintió tanto en tan poco que su corazón acabó apagándose y fue el cerebro quien tomó las riendas de todo.

Sin embargo, si así era, ¿por qué no podía irse? Ya lo había hecho una vez, esta vez debería ser más fácil. Se mandaba a sí mismo moverse. Y lo hizo, cuando escuchó el sollozo de Satoru, se movió.

Dejó la bandeja en el suelo, lentamente. Cuando se puso en pie, volvió a escucharlo. Y otra vez, y otro y otro. ¿Cuándo había empezado a llorar él también? Un momento, ¿estaba llorando? Creía que ya había gastado sus lágrimas. No supo si él había actuado con rapidez o lo vivió así, pero, cogió aire antes de volver a entrar, y para cuando lo volvió a soltar ya estaba abrazando al albino.

En aquel momento, con la cabeza apoyada sobre la cabellera blanca y agarrando al dueño de esta tan fuerte que sentía que podrían fusionarse, volvió a sentir algo que no era fruto del odio. Alivio, consuelo, o, calidez, no sabría definirlo. Pero no le hacía falta, porque ya tenía todo lo que necesitaba entre sus brazos.

Esta vez, no se fue. Ni siquiera cuando notó que Gojo se había dormido. No quería soltarlo, creía que si lo dejaba escapar no podría volver a abrazarlo nunca más, que no se atrevería a volver. Optó por recostarse en la cama, por encima de las mantas -con aquella vestimenta de sacerdote y el cuerpo del albino cerca estaba más que abrigado- y sirviendo de almohada para el chico que, por fin, descansaba.

Cerró los ojos, pero no tenía sueño. Solo quería sentir y estar presente, sin pensar en lo que vendría después. Quería disfrutar del peso de la cabeza en su pecho, de cómo su brazo le agarraba por la cintura, temiendo que se escapara. Aunque quisiera irse, no podría. Pasó la mano derecha por la nuca del hechicero, enredándola en su pelo y notó como este se acurrucó aún más. ¿De dónde sacaría las fuerzas para renunciar a aquello? Quizás era para quedarse para lo que necesitaría las fuerzas. De hecho, si. Porque quedarse junto a él implicaría vivir en aquella espiral de exorcizar y consumir, un mundo en que le impedía reír desde el fondo de su corazón.

"Puedo escucharte pensar." Un susurro le sacó de sus pensamientos. ¿No estaba dormido? Espera, ¿cuánto tiempo había pasado? Miro por la ventana, y era de día. Se había pasado la noche hundido en su cabeza, a pesar de haberse prometido disfrutar del momento. "Te has pasado toda la noche despierto, ¿verdad?"

"¿Cómo estás?" Sonrió, sintiendo su cara hinchada. Ah, es cierto, había llorado.

"No me cambies el tema." Dejó de notar el peso del cuerpo del otro, Satoru se había incorporado sin soltar ningún quejido, lo cual era una buena noticia.

"Deberías comer algo." Dijo, sentándose en la cama y quedando frente a frente con el más alto.

"Te he dicho que no me cambies el tema."

"Y tomarte otra pastilla, ya han pasado las ocho horas."

"Por favor." Satoru le agarró de la mano cuando se levantó, impidiendo que se fuera. No le faltaban fuerzas para irse si no para quedarse. "Otra vez no, déjame ayudarte."

"Si he dormido, ahora suéltame."

"No te creo, no esta vez."

"¿Acaso me creíste la primera vez?" Su expresión se ensombreció y Gojo pudo sentir un escalofrío. "¿Me ignoraste o era más fácil mirar para otro lado?"

"Yo..." No le dejó terminar. Movió su brazo con fuerza, soltándose del agarre del otro para poder irse. Abrió la puerta, apartando de una patada la bandeja que dejó al otro lado la noche anterior, y la cerró intentando hacer el mayor ruido posible.

"Cálmate, no te pueden ver así." Se dijo, respirando hondo para volver a su usual gentil sonrisa.

Gojo nunca fue de los que se acobardaban, mucho menos de lo que se rendían. Si el brujo creía que con aquel portazo le había dejado claro que estaba enfadado y que no quería que lo siguieran, estaba muy equivocado. No iba a quedarse en la cama lloriqueando, la noche anterior se había desahogado y ahora era el momento de actuar. Aún tenía el cuerpo adolorido, pero mucho menos que las horas anteriores y su fiebre había bajado. Con pasos torpes, debido a las piernas entumecidas de tanto días en la cama, pero firmes, abrió la puerta y agarró a Suguru, quien se encontraba con la cabeza y manos apoyadas en la pared, por las espalda. El cuerpo del pelinegro temblaba, quizás de rabia, y su respiración consistía en resoplidos fuertes. Intentó apartarle, y lo consiguió. Satoru cayó al suelo, pero con las mismas se levantó y volvió a abrazarle. La acción se repitió varias veces: el hechicero le abrazaba, el brujo lo tiraba, pero se levantaba y volvía a abrazarle.

"¡Ya! ¡Déjame en paz!" Estalló, girándose y agarrando al albino por las muñecas.

"No." Declaró, serio. Poniéndose firme pero sin soltar el agarre. Suguru sintió que toda aquella rabia iba a rebosarle el cuerpo.

"¡No hay nada que puedas hacer, joder! ¡Nada! ¡No puedes ayudarme, solo me haces más daño!" La voz comenzó a sonar quebrada. Efectivamente, estaba rebosando rabia, pero no como él creía que iba a salir. Le estaba saliendo en forma de lágrimas. "¿es que no lo entiendes?" Soltó el agarre, no tenía fuerzas ni para mantenerse en pie. Cuando cayó sobre sus rodillas, el más alto también lo hizo. Le miraba con aflicción.

"Explícamelo entonces, por favor, Suguru. Eres mi único a-"

"No termines esa frase. Solo déjame, vete. ¿Por qué... Por qué no te vas? De-"

"Porque te quiero."

"Joder." Se quedó sin respiración, incrédulo. Satoru lo dijo sin pensar, como muchas otras cosas. Cuando fue consciente de lo que había hecho y de la reacción de su amigo, deseó que la tierra se lo tragara. Pero ese no era el momento de sentirse mal, tenía que tranquilizar a su amigo e impedir que le echara. Su cerebro afrontó la situación como la hacía siempre: con una broma.

"Bueno, entre todas las cosas que me esperaba esta no estab-" No pudo terminar la frase. El pelinegro se acercó, aún con los ojos en el suelo. "Em...". Los levantó, y el azul se encontró con las iris castañas. En algún momento del forcejeo, las gafas habían caído al suelo y ahora no había nada que impidiese ver aquella mirada de confusión y rejillas encendidas del albino.

Cuando Suguru se aseguro de que iba enserio, tras mirar de un ojo izquierdo al derecho repetidas veces, lo cual fue una tortura para el dueño de estos, le besó. Juntó sus labios, y unos segundos más tarde, fue Gojo quien los abrió para poder encontrarse con su lengua. Las manos de Suguru atraparon la cabeza de cabellos blancos, con suavidad. Ahora no te vayas, le indicó el gesto. Y el más alto lo entendió, subiendo sus brazos para atrapar los del contrario. No me iré, quiso decirle. 

Motion Sickness (Satosugu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora