capitolo sete

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Yeonjun gimió al sentir como era bruscamente despojado de sus prendas y lanzado a una cama con ósábanas de seda

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Yeonjun gimió al sentir como era bruscamente despojado de sus prendas y lanzado a una cama con ósábanas de seda.

—Lamento si soy muy brusco, hagamos algo—. Se sentó sobre la cama y palmeó sus piernas un par de veces, él al instante comenzó a gatear hasta quedar sentado en su regazo—. Tengamos una clave, ¿Quieres?

Yeon asintió—. ¿Como que?

—¿Que tal una fruta o algo de esas estupideces?— yeon asintió nuevamente.
—. Bueno...elige una, yo no tengo nada en mente.

—Sandía—. Soltó a referencia del día en el que estaba en el hospital. El pelirubio solo asintió y delicadamente depósito al chico sobre la cama, sin perder un segundo besó sus labios, disfrutando de cada sabor que entre sus labios sentían, poco a poco bajó hacia el cuello decorandolo con marcas y mordidas que al ver sonrió orgulloso—. Narcisista—. Acusó con una sonrisa socarrona.

—Reemplazaré esa sonrisa por gritos—. Soltó y Yeonjun soltó una risa.

—Hazlo, sorprendeme, muerte—. En voz baja gimió y se despojó de su capucha, dejando a la vista su cuerpo trabajado—. ¿Sueles ejercitarte? — Él negó.—Ahg, ventajas de ser un dios.

—Semidiós, tal vez—. Murmuró y se acercó al chico para continuar probando cada parte de su cuerpo, endulzado sus oídos con cada sonido que escapaba de sus labios y cada movimiento que hacía cada que se estremecía.
Sin esfuerzo le quitó los pantalones y abrió sus piernas, colocándose entre estas.
Se detuvo un momento a observar el cuerpo de su amante, piel levemente más oscura que la suya, tanto labio inferior como superior eran gruesos y de un color carmesí debido a la fuerza que sus dientes ejercían, sus mejillas cubiertas de un intenso rubor, al igual que sus orejas y ojos, su cintura era diminuta y lisa, su piel era suave y a sus labios era dulce, sus piernas eran largas y níveas, su pecho estaba decorado con dos botones rosados de los que en seguida se encargaría, sintió su miembro apretar en el pantalón que traía.
—No pensé que un humano pudiera verse así—. El impaciente chico enredó sus brazos en el cuello del hombre y lo acercó a sí.

Regla número trece; Nunca ser punto de interés de la muerte.

Regla número trece; Nunca ser punto de interés de la muerte

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𝓛𝓮  𝓜𝓸𝓻𝓽𝓲Donde viven las historias. Descúbrelo ahora