•Capitulo 11•

11 4 0
                                    

Kayden Bruns

Me levanté súper temprano, podía oír pasos por el pasillo, supuse que era la Tita de Astrid así que no me preocupe, había instituto hoy, pero aún es temprano. Pero aún seguía procesando todo lo que pasó ayer.

Y si, habló de la parte donde le cuento todo a astrid y terminamos más calientes qué el sol en la tarde aquí en México.

Miento si digo qué no me encantó ese pequeño momento con ella, Vamos había extrañado mucho tenerla así de cerca, es la tercera vez qué estábamos así de cerca. Estoy seguro que hubiera terminado en otros términos de no ser que estábamos en un salón a oscuras en la casa de su abuela.

Le caí bien a Tita, es una buena noticia si pienso conquistar a su nieta, tengo luz verde de su parte. Me ayudó contándome algunos datos qué pondrían servir para la conquista y comi muchísimas galletas. Que son increíbles por cierto.

Contarle lo que pasó con mi madre y el parecido qué tiene con ella, pues me sirvió mucho para desahogarme. Llevaba días queriendo decirle eso, me gusta que le haya parecido lindo y qué sepa estás cosas de mí.

Me acomodo en la cama y veo por la ventana un rayo de sol pasar y darme justo en mi cara. Intentó taparme con la cobija de la cama, cuando escucho pasos venir hacia la habitación, hasta que dan pequeños toques a mi puerta.

—Kayden, debemos ir al instituto—escucho a astrid a lo lejos, me levanto tal vez un poco más rápido de lo usual y abro la puerta de prisa.

Y ahí la ví.

Astrid, mi querida y hermosa vecina.

Tenía puesto unos jeans botas anchas azul, un top rosa junto a una chaqueta blanca que la hacía ver muy bien. Unas converse y su lindo cabello castaño atado en un moño alto, sin hablar de que no estaba usando maquillaje. Astrid es el tipo de persona que se ve preciosa sin necesidad de utilizar maquillaje. Sus pecas y lindas pestañas era más qué suficiente para hacerla ver prefecta.

Sus ojos azules me miraron con diversión, mire hacia mis pies y vi que estaba usando las pantuflas qué encontré en el closet, eran unas lindas pantuflas de patos color azul chillón. Levanté mi mirada hacia cierta señorita que no hacía nada para ocultar que le habia dado gracia verme así.

Pero por alguna razón, me gustaba mucho más esta versión de astrid.

—Son cómodas—digo y ella niega divertida.

—Tengo unas iguales, mi tita deja una en cada habitación—me explica—dice qué todos necesitamos unas pantuflas cómodas para un buen descanso.

Cada vez me caía mejor su Tita.

—Necesito comprar mis propias pantuflas—astrid ríe.

Estaba comenzando a tomarle mucho cariño a la astrid alegre y lo mejor era poder oír su risa.

—Puedes llevarte esas—señala mis pies—ahora son todas tuyas.

Sonrió.

—Gracias, prometo usarlas siempre.

Y esa promesa la cumpliría.

—En el closet debe haber algo mejor para que uses hoy en el instituto—dice, entrando a la habitación y deteniéndose frente al gran closet—veamos.

La miró mientras revisaba todo el closet con determinación, me siento sobre la cama para poder observar mejor todo lo que hace.

Veo como lanza varias camisetas al suelo y más de unos jeans. Al parecer ninguno la convencía, no entiendo qué tanto escándalo por como vaya vestido. Yo si pudiera fuera en bermudas y creo que hasta con estás mismas pantuflas.

Mi Vecina Me OdiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora