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Descubrí que Lucien Meimuna no era de la Tierra cuando lo vi caer del cielo. Fue una locura. Estaba viendo el firmamento desde mi telescopio, cuando observé algo que descendía a gran velocidad y partía las nubes a su paso. Me emocionó la idea de creer que era un meteorito y que tendría mi propio meteorito para adornar mi cuarto. Salí corriendo, con miedo de ser regañado con mucha dureza, tomé la motocicleta de mi hermana, la que me enseñó a manejar un poco, y seguí el rastro de la estela. Me salté un par de semáforos y casi atropellé a un mocoso que cruzó la calle sin mirar. Tuve que dejar la motocicleta de mi hermana estacionada, cuando descubrí que el supuesto meteorito cayó en uno de los cerros poblados de coníferas, los que rodeaban el pueblo donde vivía. Subí corriendo el cerro, agitado y resbalando en un par de ocasiones a causa del follaje mojado que alfombraba el suelo. Si no hubiera sido por la enorme luna llena que alumbraba el bosque, no hubiera tenido el valor de adentrarme. La luz azulada iluminaba de manera presuntuosa el entorno, era como si la luna tuviera largos dedos hechos de luz y acariciara los coníferos azulados e ignorara a los pocos arces de la zona, por tener un espeso follaje anaranjado y brillar con luz propia. Como era otoño, en el ambiente se paseaba un pacífico silencio que lograba arrullarme. Visualicé a la distancia una luz magnífica, era similar a un pequeño sol. Tomé una bocanada de aire y me apresuré a ver que provocaba esa iluminación. Escuché un canto extraño, parecía una canción de cuna entonada en un idioma desconocido por la humanidad. Era un cántico tierno y a la vez triste, me provocó una extraña sensación que agitaba mi pecho. Las lágrimas salieron de mi rostro y empañaron mis lentes. La luz se fue acercando, me paralicé de miedo y me encandilé. Aquella esfera de luz dio vueltas alrededor de mí, no podía ver con claridad. Cerré mis ojos por un momento, cuando los volví a abrir, me encontré con una figura humanoide pequeña que contenía la luz y parecía hecha de cristal. La iluminación amarillenta disminuyó y se volvió una aurora boreal que se encontraba dentro del pequeño, esbelto y ágil humanoide que giraba alrededor de mí y cantaba.
El miedo desapareció, quedó en su lugar asombro. Era lo más hermoso que había visto en mi vida, tan increíble que dudé de su veracidad y comencé a creer que se trataba de un sueño. La figura humanoide se detuvo y caminó hacia donde me encontraba. Noté que llegaba a la altura del pecho y que imitaba la forma de los humanos lo que parecía ser un muñeco de cristal. Observé con admiración la aurora boreal que se ondeaba en su interior. Estiró su delicado brazo, tomó las lágrimas que surcaban mis mejillas y las llevó a su boca, lamiéndolas. En ese momento, creció la figura humanoide, teniendo la misma estatura que yo. Su cuerpo comenzó a oscurecerse. No daba crédito a lo que mis ojos contemplaban. Me encontraba inmutado. En un suspiro, tenía piel, salió abundante cabello blanco como rizado de la cabeza y aparecieron unos grandes ojos, tanto que eran desproporcionadas al bonito rostro de facciones amenas. Vi en esos ojos un cielo despejado que transmitía mucha paz y amor.

—¡Hola, Alexandre! —saludó con una sonrisa enorme plasmada en su rostro.

Retrocedí unos pasos, tropecé con una piedra y me caí de las nalgas. El joven se acercó, estiró su mano, ofreciéndome ayuda. No llevaba ropa que cubriera su escuálido cuerpo. Vi que en su pecho había una especie de hueco y en este brillaba una pequeña esfera de luz palpitante.

 —¡Qué demonios! —grité asustado.

—No me tengas miedo, seré tu mejor amigo —dijo con una gentil entonación que acarició mis oídos.

Esbozó una tierna sonrisa.
Me desmayé de la impresión. 

Tu mentira desde el universo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora