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Lucien leyó una vieja revista de la abuela que enseñaba a hacer pastelitos pequeños. Compró ingredientes en el mercado y se puso manos a la obra. Le ayudé en todo y así aprendí a hornear esponjados pastelitos pequeños. Olían, se veían y sabían deliciosos. Los pastelillos tenían encima del pan de sabor vainilla un betún blanco, esponjado y brilloso que los hacían lucir como novias, y lo mejor eran las chispas de colores y pequeñas en forma de estrellas y flores. Los quería comer todos, pero eran para vender. Una brecha de esperanza se abrió ante mi negatividad. Decidimos vender pequeños pastelitos los fines de semana, no queríamos atrasarnos con las tareas y los exámenes que cada día me resultaban imposibles.

Nos fuimos a la zona más concurrida del pueblo, donde las luces de las farolas teñían todo a su paso de manera fantasiosa, resonaban las risas de los turistas y en el ambiente se paseaba el aroma del café recién molido junto con un frío húmedo que me acariciaba las mejillas. Para abarcar más clientes, nos dividimos. Lucien no tuvo problemas en vender los pastelitos que llevaba en su cesta. Las personas se derretían de amor y cariño ante él, al fin de cuentas, estaba hecho para conquistar a los humanos. En mi caso, me costaba vender los que llevaba, era tímido y los ofrecía en voz baja. Caminé en los andadores, murmurando sobre los ricos pastelitos que vendía. De manera mágica, un amable turista, alto como un poste y con una sonrisa fija en su rostro blanquecino como fantasma, me compró un par. Con su acto, se me iluminó el corazón y me dio más confianza para seguir ofreciendo los pastelitos. Hasta el frío me caló menos. Más animado y motivado, comencé a vender. A la gente le atraía mi buen ánimo y como ofrecía, feliz, los pastelitos. Aprendí en ese momento que mi manera de actuar influía mucho en cómo me respondían las personas. De no haber sido por el turista que vio en mí la necesidad de esperanza, hubiera continuado avergonzado. Entendí que, las emociones se comparten y unen a las personas de una manera invisible y mística.
—Oh, se ven deliciosos —comentó una chica al acercarse detrás de mí.

Al girarme en mí mismo y mirar, me percaté de que se trataba de mi compañera Alicia. Vestía un grueso abrigo afelpado, una larga falda amarilla y calcetas negras debajo de la rodilla. Llevaba su largo cabello en dos trenzas, enmarcando de manera encantadora su juvenil rostro. Había algo diferente en su cara, bondad, amabilidad, dulzura... sentimientos que la embellecían y antes no había apreciado en ella. Me sonrojé. Con ella nunca tuve problemas, siempre se mantuvo alejada de chismes y conflictos en la escuela.

—Lo están. —Sonreí avergonzado, pesándome las mejillas en la cara de tanto sonreír—. Lucien me enseñó y me ayudó a hacerlos.

—Lucien es genial, desde que son amigos sonríes más. Te hace muy bien. Me llevaré tres, por favor. Si saben como se ven y huelen, le diré a mi mamá que los venda en su tiendita —contó plena y esbozó una tierna sonrisa que dejó a la vista los frenos que usaba con ligas de colores.

—No, no hace falta que molestes a tu mamá. —Negué con la cabeza sin dejar de sonreír.

—No es molestia alguna, mi madre ama vender productos locales, y es lo mínimo que puedo hacer por ti, sabes... —guardó un largo silencio, fue como si pensara lo que iba a decir. Enserió repentinamente—. Nunca dije nada cuando te molestaban, pude haber dicho paren, o no sé. —Nerviosa, jugó con las trenzas de su cabello.
Enmudecí ante su actitud. No era natural y normal.

—No te preocupes —dije pensativo—. No era tu problema.

Le entregué los pastelitos, pagó y se marchó feliz, prometiéndome hablar con su madre. Sonreí triste. Tenía un horrible presentimiento. Mis compañeros de clases habían cambiado de manera drástica, ellos eran groseros, indiferentes, todo, menos amigables y cooperativos. Necesitaba respuestas ante mis suposiciones. Busqué a Lucien por el mar de personas que había en el andador. Lo encontré hablando con un turista. Enojado, lo tomé del brazo y lo llevé conmigo a un lugar alejado del andador y tanto bullicio. Me adentré con él en un desolado pasillo, que llevaba a las puertas traseras de los negocios. Olía a drenaje y basura.

Tu mentira desde el universo (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora