Tu mentira desde el universo (Completa)

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Lucien no habló durante todo el trayecto de regreso a casa, estaba sumamente pensativo, era inusual en él. No le di mucha importancia, la felicidad de haber logrado vender todos los postres me cegaba. Al llegar a casa, él fue corriendo y se encerró en el ático que era su cuarto. Hice la cena mientras pensaba en un futuro negocio: mariposas enmarcadas. Estaba más que feliz por la idea, tenía muchas hermosas mariposas muertas en la cesta, luciendo preciosas alas. Mi abuela salió de su cuarto y se sentó en el sillón, en el que ella ocupaba y tenía ahuecado con la forma de su cuerpo. Le conté lo bien que me fue con la venta de pastelitos. Ella se mostró orgullosa de Lucien y de mí por tener iniciativa. 

—Mi padre vendía gelatinas y así compró el terreno donde construyó esta casa —contó ella con una voz ronca y desgastada por la edad—. Heredaste su ambición, te irá muy bien en todo lo que te propongas, hijito.

Encendió la televisión, era la hora en que veía su telenovela de noche. Fui a buscar a Lucien, él también veía esa novela y no había cenado. Subí las escaleras que llevaban al ático, mientras lo hacía, percibí un dulce y agradable aroma a polen. Olfateé el aire, intentando reconocer el olor que me resultaba tan familiar, olía a dalias, mi flor favorita. Provenía el aroma del cuarto de Lucien. Toqué la puerta, no respondió. Extrañado, decidí adentrarme, justificándome que él hacía aquello seguido, se metía a mi cuarto sin solicitar mi permiso. Abrí la puerta, cientos de flores me recibieron. Estaba todo tapizado de dalias rojas, acompañadas de sus ramas, hojas y raíces que se agarraban con firmeza de la vieja madera del suelo. Lucien se encontraba acostado en la cama, bocarriba, absorto, miraba el cielo desde el tragaluz. Me quité los zapatos y caminé en puntillas, esquivando las flores. Asombrado como preocupado, me eché a su lado en la cama.

—¿Qué te sucede? —le pregunté en voz baja.

—Algo anda mal —habló ido y salieron un par de mariposas de su boca.

Llevó sus manos a su boca. Ladeé mi cabeza y observé su perfil, esperando encontrar respuestas en su rostro. Se veía tan decaído que no parecía ser él mismo. El fulgor de sus ojos pasó a una suavidad melancólica.

—¿Por qué salen mariposas de tu boca y hay flores en el cuarto?

—No lo sé con exactitud y tampoco nadie puede decírmelo. Ya no entiendo el idioma de las estrellas —contó cabizbajo.

—¿El idioma de las estrellas? ¿A qué te refieres?

—Las estrellas siempre están hablando entre ellas, su idioma no es como el de los humanos, es diferente, es indescriptible en palabras humanas.

Me asombró tanto lo que dijo que no podía tomarlo como algo real.

—Tal vez no las puedes escuchar porque muchas de las estrellas que vemos, desde aquí, ya están muertas. La distancia que hay es de años en luz, es tan larga que aún parecen vivas, pero muchas ya no lo están.

—Que tristeza —expresó con la voz quebrada.

—Ánimos. —Llevé mi brazo debajo de su cabeza, en un intento de un abrazo.

Salieron más mariposas de su boca y volaron hacia las flores. Lucien se incorporó de golpe, asustado. En sus ojos habitaba un miedo irracional.

—Esto está mal... muy mal, algo está muy mal conmigo. —Cubrió su boca con sus nacaradas manos.

—Mariposas en la panza... —permanecí pensativo—. ¡Ya sé! —Tomé asiento—. Estás enamorado, es así como los de tu especie lo expresan. Hugo lo logró... vaya —dije algo decepcionado.

—Las personas —Vomitó más mariposas—, son como las estrellas —Salieron más mariposas y respiró hondo, por la expresión de su rostro, parecía que le estaba causando dolor vomitar tantas mariposas—, hay un hermoso brillo interno en su ser, lo que llaman alma, pero tienen un cuerpo de carne controlado por extrañas sensaciones y emociones.