Capítulo 1: El comienzo de una leyenda

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La historia comienza en el tranquilo y pintoresco pueblo de San Guardián del Ahuehuete, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido y las tradiciones se mantenían vivas como el árbol que daba nombre al pueblo. El ahuehuete majestuoso, con sus raíces profundas y su tronco imponente, dominaba la plaza central, siendo testigo mudo de generaciones de historias y secretos. Para los lugareños, sin embargo, su hogar era simplemente «El Ahuehuete». Allí, las voces cotidianas se mezclaban con los rumores de un gran evento: un evento de lucha libre que prometía sacudir la emoción del pueblo. Los carteles de colores vivos estaban pegados en cada esquina, anunciando el enfrentamiento entre dos figuras opuestas: el Chamuco y el Acróbata. Las expectativas crecían, y las conversaciones giraban en torno a la inminente contienda, algunos jóvenes y niños usaban máscaras de lucha libre por la emoción de ver el evento que tendría lugar más tarde en el pueblo. Entre la multitud, un niño enmascarado se movía con agilidad entre las calles corriendo por el tianguis y esquivando a los transeúntes mientras era perseguido por un puestero, traía entre las bolsas de los shorts unas gorditas de azúcar que se había hurtado del puesto de su perseguidor. Pronto, el niño encontró un callejón en el que al entrar desapareció de la vista del puestero.
Detrás suyo y en otro contexto, una madre venía de recoger a sus hijos de la escuela, y uno de ellos venía hostigando a su madre por ir al evento de más tarde.

—¿Por qué no puedo ir? –preguntó el niño–, Juan va a ir y yo no, no es justo ma'.
—¡No estés chingando, Lalo! Tu hermano tampoco va a ir, –interrumpió la señora–, no sé quién le dio permiso a ese chamaco, él no se manda sólo.

Los dos niños torcieron la boca en un gesto de disgusto que compartieron por un par de cuadras mientras contemplaban con una envidia apaciguada que varios niños ya estaban corriendo al lugar del evento, algunos ya tenían sus máscaras puestas, otros iban todavía con el uniforme de la escuela y otros más acompañados de sus padres. Lalo y Juan, disgustados, se miraban mientras parecían hablarse a través de la mente, ya sabían ambos qué es lo que planeaban hacer.

Al llegar a su hogar, Doña Lupita, madre de Lalo y Juan, avisó que iba a ir con su mamá porque había dejado el mandado ahí. Lalo y Juan se pusieron inmediatamente de acuerdo para escaparse y asistir al evento que tendría inicio en el pueblo en unos minutos, tenían que ponerse de acuerdo de inmediato porque de lo contrario llegarían tarde al espectáculo. Así que, después de ponerse unas máscaras que tenían escondidas debajo del relleno y entre los resortes de sus descosidos y viejos colchones, salieron a toda marcha corriendo hacia el evento.
Lalo y Juan disfrutaban del espectáculo, habían bandos entre la gente del pueblo, unos apoyaban al Chamuco y otros al Acróbata, los niños amaban al Acróbata por una razón obvia: sus movimientos eran muy vistosos, era un luchador de estilo aéreo y era conocido en los pueblos porque tenía movimientos muy fluidos y le había honor a su nombre. El Chamuco tenía un estilo más agresivo y sus golpes eran más fuertes, era visto por los niños como la encarnación misma del mal y al enfrentarse a el Acróbata, su héroe e ídolo, lo veían como un enemigo y lo abucheaban desde fuera. Juan y Lalo no estaban exentos de dicha posición, también estaban ahí por ver pelear a uno de sus ídolos.

La pelea comenzó como en cualquier otra: con la campana sonando en su típico tono agudo y con los oponentes tomándose de frente y con las manos con fuerza para intentar someter al otro hacia el suelo. El Chamuco trató de darle una patada directa al abdomen del Acróbata, pero este, con la agilidad que lo caracterizaba, esquivó el golpe con un ágil giro hacia la izquierda, recibiendo el viento de la patada sin ser tocado. Aprovechando el impulso de su evasión, el Acróbata rebotó en las cuerdas y se lanzó hacia su oponente con un plancha aérea. Sin embargo, el Chamuco, previendo el ataque, se agachó en el último segundo, dejando que el Acróbata cayera con fuerza sobre la lona. El público contuvo la respiración por un instante, y luego estalló en gritos de aliento para el luchador caído. Lalo y Juan se levantaron de sus asientos, preocupados por su ídolo. El Chamuco no perdió tiempo. Aprovechando que el Acróbata aún estaba aturdido por la caída, lo levantó con un movimiento brusco, preparando un suplex. El Acróbata, con la vista nublada por el golpe, apenas podía resistirse, y en un segundo fue lanzado al aire, aterrizando de espaldas contra la lona con un estruendo que resonó en toda la arena. El público aplaudía, algunos en favor del Chamuco, otros en apoyo al Acróbata que seguía en el suelo. Pero la pelea estaba lejos de terminar. El Chamuco se acercó lentamente al Acróbata, levantándolo una vez más. Pero esta vez, cuando intentó atraparlo, el Acróbata se recuperó con rapidez, dándole un golpe al abdomen que lo dejó sin aire. Con una rapidez sorprendente, el Acróbata subió al poste del cuadrilátero, balanceándose en lo alto. El público gritó en anticipación, sabían lo que venía. Con una destreza increíble, el Acróbata saltó desde la tercera cuerda, girando en el aire en un movimiento imposible de seguir para el ojo humano, ejecutando su movimiento especial, el "Vuelo de dos metros".

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