Capítulo 2: Un nuevo día

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El viento que soplaba en la mañana era de verdad una delicia, el río que cruzaba detrás del pueblo soltaba una fresca brisa que brincaba y que creaba corrientes agradables de aire que se colaban entre los árboles y recorrían todo el cerro. Entre la tranquilidad de la mañana y el canto de las aves, se encontraba alguien haciendo un duro entrenamiento que ya era una rutina diaria. Se trataba de El Coyote, quien se encontraba haciendo un duro entrenamiento matutino. El Coyote estaba colgado de la rama de un árbol haciendo dominadas con peso amarrado a sus piernas, estaba haciendo una rutina un tanto curiosa: primero alzaba todo su cuerpo con el brazo derecho lo más lento y controlado posible para posteriormente subir por encima y hacer un levantamiento de todo su torso por encima de la barra, luego, comenzaba a bajar con el mismo cuidado, esto hacía que El Coyote tuviera la mayor parte del tiempo sus músculos totalmente trabajando. Después de bajar y tener el cuello entre sus hombros, subía de nuevo, pero está vez lo hacía con ambos brazos y trataba de hacerlo lento y controlado, posteriormente lo intentaba nuevamente pero con el otro brazo. Después, pasó a hacer flexiones en el suelo con un tronco encima suyo como peso para permitirse trabajar con más peso en su entrenamiento.

Lo siguiente era correr cuesta arriba cargando dos troncos cruzados en sus hombros, por su mente pasaban recuerdos de quien le había enseñado que no sólo se trataba de fuerza, sino de mantener el equilibrio y la paciencia. Mientras corría, los pensamientos de El Coyote vagaban hacia sus recuerdos. Recordaba una conversación que tuvo en el pasado, esas palabras no dejaban de resonar en su cabeza. "Saca todo tu coraje, cabrón. Trais (traes) la sangre de los más chingones de México" Esas palabras se repetían en su mente como un mantra mientras empujaba su cuerpo al límite. Al llegar a la cima del cerro, con el sudor goteando por su frente, El Coyote cayó rendido en la cima con el rostro directo a estrellarse en el suelo, ya relajado y después de haber cumplido la subida y aún tirado en el suelo, se detuvo a mirar el amanecer. Era un momento de paz que le permitía reconectar con su propósito. Pero antes de que pudiera relajarse, escuchó un crujido entre los arbustos. Alguien lo estaba observando. El Coyote reaccionó rápidamente y se levantó usando toda la fuerza de un solo brazo para impulsarse del suelo mientras con la otra recogía una piedra del suelo para que al ponerse de pie pudiera arrojarla con fuerza hacia el lugar de donde provino aquél ruido. Pero se trataba de un ave, pues ésta salió volando al escuchar la piedra impactar contra las hojas del arbusto.

El Coyote se relajó entonces y dejó caer los troncos cuesta abajo de la colina para subirlos al día siguiente. Lo siguiente que El Coyote hizo fue buscar un árbol grande para trepar con peso atado a sus piernas, decidido entonces, comenzó su caminata por las veredas del cerro y llegó pronto a su destino, la meta ahora era subir y bajar cincuenta veces, y como pronto estaba por salir el sol por completo decidió empezar lo más pronto posible.

El Coyote continuó su ascenso y descenso, contando cada repetición en su mente, con la respiración pesada y los músculos ardiendo por el esfuerzo. "Veinti cinco... Veinti seis...", cada número lo acercaba más a su límite, pero también a su objetivo. Mientras bajaba por la trigésima octava vez, el sol ya comenzaba a elevarse en el cielo, y las sombras de los árboles se alargaban, creando un paisaje de contrastes. Cuando finalmente llegó a la cuatrigésima repetición, se dejó caer al pie del árbol, jadeando. Sus músculos estaban agotados, pero su mente seguía enfocada en ese objetivo: quería estar preparado para el torneo municipal. Se sentía inútil, aún no lograba llegar a las cincuenta escaladas. Impotente y debilitado por el ardor de sus desgastados musculos solamente pudo darse vuelta para golpear el suelo demostrando su inconformidad con sus resultados actuales. Quería estar aún más por encima de lo que ya estaba.

El Coyote cayó por el cansancio y se durmió por unos segundos, por fin su cuerpo ya relajado pudo darle la oportunidad de recuperarse y de darle oportunidad a sus músculos de respirar y aliviar la tensión. Se sentía en sintonía con su entorno y el canto de los pájaros le mantenía conectado con la paz interna que sentía mientras dormía, sentía la fresca tierra bajo sus pies y el cielo que se abría sobre él le daba una dosis buena de luz de sol que le ayudaba a relajarse. De repente, un silbido agudo rompió la tranquilidad del momento. El Coyote levantó la cabeza rápidamente, el silbido puso sus sentidos en alerta, reconocía el silbido donde fuera que lo escuchara. Provenía de la dirección del pueblo. Se levantó de un salto, dejando atrás el árbol y sus pesas improvisadas, y comenzó a correr hacia el sonido. Comenzó a sentir una ansiedad ambivalente, no sabía si esconderse o dejarse ver, decidió quedarse inmóvil.

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