Director

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—¿Vas a salir con mi otro papá? —pregunta Max, mientras ato mis cordones.

Se supone que debería estar abajo, con Betty. Le pedí que lo cambiara ya que se puso a jugar con los marcadores de su hermana y toda su ropa y cara están manchadas.

—Sí, hijo —respondo, de pie tras finalizar, para luego hurgar en el clóset—. ¿Por qué no te has cambiado la ropa? ¿Dónde está Betty?

—Está terminando la cena. Maggie la está ayudando. ¿Puedo ir con ustedes?

—No. Será una ocasión especial entre el mayor y yo.

—¿Por qué no me dejas ir? —chilla.

—Max, ahora no. No encuentro la ca-camisa que él me obsequió. Qué frustrante.

—Quiero ir —solloza, y lo cargo en brazos, con el torso denudo, para llevarlo abajo—. Deja de llorar. Mañana te llevaré a la feria.

—¿A la feria? ¿Y habrá pizza?

—¡Betty! —me dirijo a la cocina, y allí está, picando verduras—. Betty, ¿has visto mi camisa? La de... la que tiene un pequeño pez en el pecho.

—La doblé en su tercer cajón.

—Gracias. Te encargo esto —siento a Max en la barra de la cocina—. ¿Dónde está Joey?

—¿Dónde más? En su cuarto. Se molestó porque no comeremos lo que pidió —responde con fastidio.

—Por favor, trata de que coma. Estos berrinches son molestos.

—Hable con él.

—Ahora no.

—Papá, sigo molesta con Max por mis marcadores. Tráeme unos. Los necesito para la escuela.

—Hija, no iré a una papelería ahora —respondo, rascándome la cabeza y volviendo arriba.

—¡Pregunta al señor Duncan si tiene algunos!

Ya en mi alcoba, suspiro, y busco la camisa. Una vez puesta, la fajo y remango. Un poco de colonia, cepillo mi cabello, y nuevamente arrugo el entrecejo al ver mis ojeras.

Bajo las escaleras mientras le envío un mensaje a Harold avisando que estoy por salir. Me despido de todos, ignorando su bullicio final, y al salir respiro aire fresco.

Acordamos vernos en su hogar, adonde conduzco ahora. Prometió preparar una gran cena. Honestamente, desconocía que era tan bueno cocinando; hasta hace poco, cuando me dio a probar de su pato a la naranja. A veces me pregunto si hay algo que no pueda hacer. Es perfecto.

Estaciono el auto frente a su casa. Traigo una botella de vino que me obsequió una tía hace tres años en Navidad. Quisiera relajarme aunque sea con alcohol. Espero que tengamos sexo. No lo hemos hecho en una semana por trabajo y cansacio de mi parte. Qué frustrante.

—Hola hola —sonrío cuando me abre la puerta. Viste una camisa que yo le obsequié, que es de color rojo. Le queda perfecta—. Se ve muy bien.

—También tú —sonríe, y se inclina para besarme—. Adelante.

—Traje una botella porque eso hace la gente normal cuando es invitada a cenar.

Ríe, y recibe el vino, para luego dirigirse a la cocina. En el comedor ya está montada la vajilla, y hay un par de velas encendidas. Siempre se esmera y es bastante detallista. Soy afortunado. A veces me frustra no ser así. Quisiera hacerlo sentir igual de especial.

—Usted siempre tan dedicado. Huele delicioso —digo, acariciando a Robert, que se acercó a saludar.

—Se llama no tener nada más que hacer —bromea, y reímos.

Harold!!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora