Capítulo 007: Ocho de diciembre

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Caminamos en silencio a la salida del aeropuerto, ambos estábamos muy cansados cómo para mantener una conversación mínimamente coherente. Salimos y el frío invernal acarició nuestras pieles de forma áspera. Definitivamente estamos en Nueva York.

—Pequeño gruñón, si quieres te llevo a tú casa. —dijo Milo rompiendo el cómodo silencio qué ambos compartíamos. 

Asentí y caminamos a su auto sin dirigirnos ni media palabra.

Milo desbloqueó el auto con el control remoto, y las luces parpadeantes revelaron su modesto pero confiable vehículo. Nos acomodamos en los asientos, y Milo inició el motor. El calor del automóvil nos envolvió, un alivio bienvenido al frío exterior.

Durante el trayecto, el bullicio de la ciudad nocturna se mezclaba con el suave ronroneo del motor. Aunque estábamos físicamente juntos, nuestras mentes parecían vagar en diferentes direcciones, absorbidas por la transición de un mundo a otro. Miré por la ventana, observando los rascacielos iluminados que se alzaban hacia el cielo invernal.

Llegamos a mi departamento, y Milo detuvo el auto frente al edificio. Apagó el motor, y el silencio descendió nuevamente entre nosotros. Miré a Milo, sus ojos reflejaban el cansancio de un día lleno de emociones y viajes.

—Gracias por llevarme, Milo. Estoy agotado —comenté con una sonrisa agradecida mientras salía del auto.

—No hay problema, Piper. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme —respondió Milo, también sonriendo.

Nos despedimos con un gesto y cerré la puerta del auto. Observé cómo Milo se alejaba en la oscuridad de la noche antes de entrar en el edificio. Al subir en el ascensor, reflexioné sobre la extraña pero emocionante serie de eventos que habían ocurrido en Sicilia.

Al llegar a mi departamento, dejé caer mi maleta y me recosté en el sofá. La tranquilidad del lugar contrastaba con la agitación de los últimos días. Mientras cerraba los ojos, reviví momentos, risas y miradas compartidas en la isla lejana.

El teléfono sonó, interrumpiendo mis pensamientos. Era un mensaje de Milo.

"Descansa bien, pequeño gruñón. Nos vemos pronto."

Sonreí y respondí con un simple "Gracias, Milo. Nos vemos pronto." Con eso, dejé que la fatiga y la satisfacción de la jornada me envolvieran en un sueño reparador, esperando el mañana con la certeza de que algo en mí había cambiado, y que lo mejor estaba por venir.

En ese instante una loca idea cruzo mi mente, debía estar muy mal, en toda la extensión de la palabra por qué para cuando me di cuenta ya podía escuchar la voz cansada de Milo salir por las bocinas de mi teléfono.

—¿Aún estás en el área?

—Si, te dejo solo dos minutos y ya me extrañas.

No se por qué pero escuchar a aquello, me hizo sonreír cómo un estúpido.

—Ya fuera de bromas, ¿qué necesitas bebé?

—¿Bebé? 

Lo escuche reír. Decidí arriesgarme y vocalice aquello qué tanto miedo y vergüenza me daba: "¿Puedes venir y dormir conmigo?"

La risa de Milo se desvaneció en un tono suave y comprensivo.

—Claro, Piper. ¿Todo bien? ¿O es que extrañas mi ronquido encantador?

Sonreí ante su respuesta y dejé escapar una risa nerviosa.

—No es eso, solo... no sé, creo que después de todo lo que pasó en Sicilia, estoy un poco inquieto. ¿Es tonto, verdad?

—No es tonto en absoluto. Estuve pensando lo mismo. Dame unos minutos, ya voy.

La llamada terminó, y me encontré a mí mismo con una mezcla de emociones: nerviosismo, anticipación y un toque de alivio. Mientras esperaba, me di cuenta de lo rápido que latía mi corazón. La idea de compartir mi espacio con Milo, incluso solo para dormir, creaba un nudo en mi estómago.

No pasó mucho tiempo antes de que escuchara un golpeteo en mi puerta. Al abrir, me encontré con Milo, su expresión cómplice y amistosa. No era la primera vez que compartíamos espacio, pero esta vez, algo se sentía diferente.

—Bienvenido a mi modesto hogar, Milo —dije, tratando de disimular mi nerviosismo con una sonrisa.

Milo entró con naturalidad, como si estuviera acostumbrado a estar allí. Nos dirigimos al área de descanso, y Milo se instaló en el sofá mientras yo preparaba un pequeño espacio para él con mantas y almohadas.

—Esto se siente extraño, ¿verdad? —comentó Milo, observando el espacio improvisado.

—Sí, pero en un buen sentido. Gracias por hacer esto, Milo.

Cada uno tomó su lugar, y el silencio se instaló entre nosotros. La luz tenue de la lámpara creaba una atmósfera acogedora. Milo rompió el silencio.

—Sicilia nos cambió de alguna manera, ¿no crees?

Asentí, sumido en mis pensamientos.

—Definitivamente. Y no estoy seguro de cómo explicarlo, pero siento que esto es exactamente lo que necesito ahora.

Milo sonrió y apagamos la luz, sumiéndonos en la quietud de la noche compartida. Entre la oscuridad, las risas y las historias compartidas, la idea de Milo y yo acurrucados en mi pequeño espacio se volvía cada vez más reconfortante. Y mientras cerraba los ojos, me di cuenta de que tal vez, en medio de la quietud de la noche, encontraría algo que estaba buscando sin saberlo.

En medio de aquella oscuridad sentí los brazos de Milo sobre mi cuerpo, atrayéndolo al suyo, envolviéndonos en un cálido abrazo. 

La calidez de Milo se convirtió en un refugio en la penumbra de la habitación. Sus brazos ofrecían una seguridad que no sabía que necesitaba. En silencio, nos acurrucamos más cerca, compartiendo el espacio entre sueños y susurros de la noche.

Cada latido de mi corazón resonaba en el silencio, como si estuviera marcando un compás tranquilo y sereno. Aquel abrazo no solo disipaba las inquietudes, sino que también tejía una conexión más profunda entre nosotros. La amistad que floreció en Sicilia parecía haber encontrado un rincón especial en la penumbra de mi pequeño estudio.

Mientras me sumía en la tranquilidad de ese momento compartido, entendí que, a veces, las conexiones más significativas no necesitan grandes palabras o gestos elaborados. A veces, la simple presencia de alguien es suficiente para iluminar incluso la oscuridad más profunda.

Con los brazos de Milo alrededor, me dejé llevar por la serenidad del instante, permitiendo que el abrazo se convirtiera en un anclaje en medio de la noche. Entre susurros de sueños y la suave melodía de la oscuridad, cerré los ojos, agradecido por la compañía inesperada que se había convertido en un faro en mi noche solitaria. Y así, en el abrazo de Milo, me dejé llevar por la calma, permitiendo que la oscuridad se disolviera en la promesa de un nuevo día.

Una navidad para conquistarteWhere stories live. Discover now