⁞ Capítulo 13: La perseverancia de Sira ⁞

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Había peces de todos los colores nadando a su alrededor y hermosas anémonas, estrellas de mar, esponjas y mil ejemplares de algas decorando las gigantescas rocas que sobresalían del suelo

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Había peces de todos los colores nadando a su alrededor y hermosas anémonas, estrellas de mar, esponjas y mil ejemplares de algas decorando las gigantescas rocas que sobresalían del suelo.

Marina no recordaba haber visto jamás un espectáculo tan maravilloso. Vivió cuatro años sumergida en el el mar en compañía de selkies, sirenas, cecaelias, ondinas, nereidas, hipocampos y cualquier otro tipo de criatura acuática, no obstante, apenas quedaban retazos en su memoria de aquellos tiempos; parecía más un sueño que parte de su pasado. Era muy pequeña cuando el Monarca de la Noche masacró Meridia y su crianza se había llevado a cabo en reinos distintos con costumbres terrestres.

Le extrañó oler de nuevo a humedad y agua salada. Se giró sorprendida preguntándose cómo había llegado hasta allí, al fondo del océano. Miró en todas direcciones, tratando de encontrar claves que resolviesen sus interrogantes.

Distinguió una silueta aproximarse hacia ella, nadando con lentitud. Su cuerpo era humano, de piel clara y suave. Cuando se detuvo frente a ella, pudo apreciar un par de zafiros por ojos y un precioso vestido azul fruncido que imitaba el aspecto de las olas. La mujer era preciosa y, al contrario que Marina, tenía el cabello azul celeste recogido meciéndose al son de las corrientes marinas. Sobre su frente se coronaban una pluralidad de caracolas y colgaban de sus orejas unos enromes pendientes en forma de conchas de mar.

—Hola —saludó Marina—. ¿M-me puedes ayudar? —Desvió la mirada de aquella presencia hipnotizante—. No sé qué hago aquí, yo pensaba... Anoche dormí en mi cuarto, en Pyros... Estoy confundida.

La mujer esbozó una ligera sonrisa que enterneció el corazón de Marina. De su expresión emanaba pureza, cariño y dulzura. Ella le correspondió instintivamente, pero no obtuvo ninguna otra clase de respuesta. Analizó su aspecto una vez más.

—¿Nos hemos visto antes? —preguntó.

La joven, pues aquel espíritu marino apenas podría superar la veintena, asintió ilusionada. No soltaba palabra, únicamente sonreía, aunque sus ojos transmitían un torbellino de emociones que Marina no alcanzaba a comprender. A la princesa le pareció que la mujer se entristecía de golpe. ¿Quizá había hecho algo que la ofendía? 

—Siento no recordarte —se disculpó.

Su opuesta sacudió la cabeza y se encogió de hombros. Se resignaba a aceptar la realidad, por mucho que no la disfrutase. Volvió a esbozar la misma cálida sonrisa de al principio y de pronto hizo algo inesperado: acercó una de sus suaves manos al rostro de Marina y le acarició la mejilla. Fue un acto tan dulce y natural que la primordial ni siquiera la detuvo. Se quedó quieta, flotando en el mar, perdida en una repentina sensación de nostalgia.

—Nosotras te ayudaremos, hermana —habló el espíritu.

Marina se despertó ahogando un grito de angustia. Sintió el horror de volver a perder lo más querido de su vida al verse rodeada de los muebles de metal y pintura roja que constituían sus aposentos en el Palacio de la Llamarada. Ya no estaba en el mar; ya no estaba con ella. Una doncella abría las cortinas para permitir que la luz del sol entrase a través de las ventanas.

Los Primordiales: Gotas de esperanza (EN CURSO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora