⁞ Capítulo 19: Los terrores de Enya ⁞

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No sabía decir en qué momento exacto se enamoró de Aidan

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No sabía decir en qué momento exacto se enamoró de Aidan. Puede que le amase incluso antes de conocerle.

Cuando era tan solo una niña, todo el mundo hablaba del segundo hijo del Rey Kedro que se había visto obligado a suplir a su hermano muerto en combate. Pobre Dimon, tan bueno y noble. Pobre Aidan, que jamás le llegaría ni a la suela de los zapatos. Decían que el chico de cabellos cobrizos era rebelde y problemático. Al parecer, no había sido educado para gobernar y se tomaba la vida en el Palacio de la Llamarada como una juerga interminable. Una larga lista de cortesanas habían visitado sus aposentos, los altos nobles de Pyros perdían la paciencia con él a menudo y sus propios padres le llamaban la atención cada poco tiempo.

Aidan el caso perdido.

Pero era implacable luchando; un guerrero imbatible. En eso no admitía discusión. Incluso había quien se atrevía a afirmar que su habilidad con la espada era mucho mejor que la del propio Dimon. Aunque, claro, Aidan no tenía dragón, así que no era tan impresionante como su difunto hermano.

Enya recordó la primera vez que habló con él. Ella tenía catorce años, era la hija favorita del actualmente fallecido Duque Électran, quien durante mucho tiempo también fue Capitán del Ejército de Pyros. Su casa era de las más poderosas de la corte del fuego y por ello, desde su nacimiento, la mano de Enya había estado tremendamente solicitada. Por suerte su padre tenía planes mejores para la mayor de sus hijas. Siempre había deseado que su primogénito siguiese la carrera militar, como él, que fuese un gran guerrero y se hiciera paso entre cadáveres y llamas hasta ocupar el cargo de Capitán del Ejercito de Pyros. Cuando Enya nació, el Duque Électran no lamentó que su primer descendiente fuese una niña. Tan pronto Enya aprendió a caminar le puso una espada en las manos y le asignó un instructor de esgrima. Al poco tiempo se habló de la pequeña noble de bucles negros y mechas púrpuras que luchaba con la fiereza de un dragón. Su padre se enorgullecía de ella.

No obstante, por muy buena guerrera que fuera, sus proezas no tenían nada que envidiar a las del Príncipe Aidan. Con tan solo siete años, el segundo hijo de los monarcas había sido bendecido con el poder del fuego por el Dios Brass. El paso del tiempo solo había hecho que endurecerle y potenciar su poder. A los dieciséis, El Primordial del Fuego daba miedo. Enya tuvo la suerte de poder verle combatir en campos de entrenamiento contra soldados mucho mayores que él y más experimentados. Les vencía a todos: era ágil, listo, un poco arriesgado y muy engreído. A veces ni siquiera usaba la magia de Brass para ganar: su espada era lo único que necesitaba.

Enya lo admiraba con tanta intensidad que en algún momento sus sentimientos se convirtieron en amor.

Un día, después de su decimocuarto cumpleaños, a Enya le autorizaron a formar parte de una misión peligrosa. Hasta ahora el Duque Électran se había asegurado de que su niñita solo pelease en lugares medianamente seguros, pero ella quería asumir los mismos riesgos que cualquier otro soldado y se las apañó para solicitar que la incluyeran en el grupo de diez que se enfrentaría a Murgog, la criatura verde. El Rey Kedro había encomendado a algunos de sus mejores guerreros aproximarse a la frontera con Velentis para internarse en una profunda cueva y vencer definitivamente al monstruo del veneno negro, una criatura nocturna de escamas verdes, colmillos puntiagudos y ojos saltones que había asesinado en las últimas semanas a veinte viajeros. La gente había empezado a llamarle Murgog y las ciudades próximas vivían aterrorizadas.

Los Primordiales: Gotas de esperanza (EN CURSO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora