capitulo 3

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Capítulo 3

A ANNA le despertó el teléfono. Ella, que no se había puesto nunca enferma, había pillado una buena gripe y había tenido que pasarse la se­mana siguiente encerrada en casa. Físicamente estaba empezando a sentirse mejor, pero la agitación que es­taba experimentando era tan debilitante como la enfer­medad.

-Hola, Anna.

Era la voz de Rosalind.

-¿Cómo estás, Lindy?

-Eso es lo que quería preguntarte a ti.

-Sobreviviré -la pausa al otro lado de la línea la hizo fruncir el ceño-. ¿Estás bien?

-¿Has visto a Adam?

Su tono casual sonó completamente falso.

-No, si puedo evitarlo.

Escuchó un suspiro al otro lado de la línea.

-Por supuesto que no. Sólo me preguntaba si debe­ría... No, ha sido una mala idea. Solucionaré las cosas por mí misma. Sólo creí que podrías aconsejarme, pero tienes razón. Arreglaré esto sola. Gracias, Anna.

-¿No puedes decirme qué es lo que va mal?

Raramente había escuchado a su calmada hermana tan confusa y agitada. Algo iba muy mal.

-No es nada -contestó Rosalind más animada-. Tengo algunos problemas con el nuevo jefe de departamento. Nada que el tiempo no pueda arreglar. Adam nos tenía muy mal acostumbrados; es tan maravilloso. No tienes idea de cuánto lo echo de menos.

Anna gimió para sus adentros con la mente en un re­molino. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? Ella no era la única Lacey que había sucumbido a sus encantos. Lindy lo conocía mucho mejor que ella. Había trabajado con él durante casi un año. ¡Un año tan cerca de Adam Deacon a ella la volvería loca!

-Dale mi cariño a mamá y papá y cuídate. Te lla­maré pronto.

Aturdida, Anna colgó el teléfono y se maldijo a sí misma por haber sido tan estúpida y ciega. Ni siquiera había pensado por un momento lo que su hermana po­día haber sentido por Adam. Al fin y al cabo, él había ido a la fiesta con Rosalind. Eso debería haberle dado alguna pista.

Para cuando se puso las zapatillas y la bata y se miró al espejo, estaba completamente convencida de que su hermana estaba profundamente enamorada de Adam. La única cuestión que permanecía en su mente era hasta dónde habría llegado su relación.

Se preparó una taza de té para subirla a la habitación. ¿Dónde estaba su madre? Debería haber vuelto hacía una hora. Entonces la oyó en la sala.

-No sabía que ya...

Se detuvo con la boca abierta en el umbral de la puerta.

-Ya estás despierta, cariño. Dios, tienes un aspecto horrible, ¿verdad, Adam?

-Lo cierto es que sí.

Anna tenía profundas ojeras y los pómulos parecían mas pronunciados en la palidez de su fina cara.

Al ver la vulnerabilidad de su cara enferma, Adam sintió un inexplicable impulso de protegerla. Se estaba buscando problemas al haber ido allí, lo sabía.

-Ese maldito coche mío se ha vuelto a estropear y Adam ha tenido la amabilidad de traerme. Pasa a salu­darle.

-No puedo -era consciente de que su aguda miradano perdía detalle de su aspecto desastrado y había que­rido estar digna y fría la siguiente vez que lo viera-. No quiero contagiar mis virus al señor Deacon.

Salvaje y ArdienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora