capitulos 8 y 9

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Capítulo 8

SIMÓN llegó cuando estaban todos alrededor de la enorme mesa de la cocina desayunando. Cuando vio a los huéspedes puso cara de alucinado..

-Siento interrumpir, pero necesito hablar con Anna.

-Siéntate y desayuna con nosotros -le invitó su pa­dre-. Anna apenas ha probado bocado.

Anna había esperado que su falta de apetito pasara inadvertida. Estaba segura de que los gemelos comenta­rían con inocencia lo que habían visto y tenía los ner­vios a flor de piel.

Kate ya la había mirado con gesto especulativo cuando había vuelto a la habitación.

-La verdad es que es bastante urgente y me gustaría ver a Anna a solas.

-He terminado -anunció Anna con rapidez-. Vamos a dar una vuelta por el jardín -dijo apartando la silla.

-¡Estupendo!

Simón le dirigió una mirada de agradecimiento.

-Disculpadme todos.

No pudo evitar dirigir la mirada hacia Adam, que es­taba sentado entre los gemelos, cada uno con un cojín bajo el trasero. Había perdido su aspecto profesional y llevaba unos vaqueros y una camiseta negra. El negro resaltaba su pelo rubio y piel morena y los vaqueros se amoldaban a sus caderas y muslos de una manera que le secaba la garganta.

Adam no la estaba mirando, pero como si intuyera que ella tenía la vista clavada en él, ladeó la cabeza hacia ella. Su mirada era tan fría y hostil que Anna se es­tremeció.

¿Cómo se atrevía a condenarla?, pensó con furia.

Intentó apartar a Adam de sus pensamientos mien­tras conducía a Simón al jardín vallado de hierbas aro­máticas que era el orgullo de su madre. Simón emanaba tensión por todos los poros de su cuerpo.

-¿Y bien?

-He estado pensando en lo que dijiste... acerca de mi matrimonio. Y tenías razón.

-¿Puedo ayudarte en algo?

-Esperaba que dijeras eso.

Simón capturó sus manos entre las de él.

-El asunto es, Anna, que este fin de semana es el cumpleaños de la pequeña Emily. Quería darle una sor­presa. A las dos.

-Parece un buen comienzo -dijo ella sin entender para qué necesitaba su ayuda.

-Mi madre se ha ido a Escocia a quedarse con la tía May. Son sus vacaciones anuales. Ha buscado a alguien para el estanco y yo me quedo en la casa en su ausencia. Es por motivos de seguridad. El seguro insiste.

-¿Quieres que te cuide la casa? ¿Eso es todo?

-Entonces, ¿lo harás? -esbozó una sonrisa radiante y le dio un abrazo de oso-. ¡Eres un ángel!

-Simón, ya he tenido un accidente hace poco como para que me rompas ahora las costillas.

-Perdona, ¿crees que estoy haciendo lo correcto?

-Estoy segura.

Fue recompensada con una sonrisa que le recordó al chico que había sido en otro tiempo.

-En cuanto a lo otro -empezó con torpeza-. Odio que creas que te he estado utilizando... Siempre te he encontrado muy atractiva...

-Olvídalo. Yo ya lo he olvidado.

Lo vio alejarse y deseó que sus problemas tuvieran tan fácil solución.

-¿No entra Simón?

-Hoy no. Tiene muchas cosas que hacer -dijo aga­rrando el plato limpio que le pasaba su madre. En vez de guardarlo en el armario, se lo quedó mirando largo rato.

Salvaje y ArdienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora