capitulo 4

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Capítulo 4

QUÉ estás haciendo tú aquí? -preguntó Anna con  hostilidad ante la invasión de su santuario privado.

-Tu madre me ha mandado con tu té. Te lo olvidaste -dijo Adam con calma dejando la taza en la mesilla an­tes de mirar a su alrededor con interés.

-No dejes que te entretenga.

-No eres muy ordenada, ¿verdad?

Recogió un delicado sujetador del suelo y lo agitó ensu dedo.

-Devuélveme eso -gritó ella intentando alcanzarlodesde la cama.

Adam dio un paso atrás sujetando la tela de encajefuera de su alcance.

-Se dice por favor.

-¡Vete al infierno!

-Muy poco educada.

-¿Qué te crees...? -empezó a decir con furia cuando Adam se sentó al borde de la cama.

¡Qué descaro tenía aquel hombre! Sintió una oleada de alarma cuando el colchón crujió bajo su peso. La cama y su peso se aliaron en su subconsciente para dar nacimiento a una serie de imágenes conectadas que es­peró con ansiedad que no se reflejaran en su cara.

-Cuéntame lo de Simón -dijo Adam de repente eno­jado por haber fijado la atención en sus labios.

Adam no podía explicarse la animosidad que sentía por aquel hombre al que no conocía. Los amantes de aquella mujer no tenían nada que ver con él.

-No hay nada que contar -dijo ella con frialdad-. ¡Eres un lascivo!

-Seguro -exclamó Adam con gesto irónico-. Debe­rías haber visto la cara que pusiste ahí abajo. ¿Te dejó él? ¿O no tienes capacidad de durar?

-Para tu información, Simón y yo sólo éramos...

-Buenos amigos -terminó él con sorna-. Nadie sufre tal conmoción al enterarse de que un amigo ha vuelto al país. Si en aquella época mostrabas las emociones tan desnudas ese Simón debió ser muy torpe para no no­tarlo.

-¡Simón no es torpe! —respondió enfadada ante su aire de superioridad.

-Sólo disponible.

Adam no sintió ningún consuelo ante el sonrojo de culpabilidad de la cara de Anna. ¿Por qué diablos no po­día apartarse de Anna Lacey?, se preguntó con enfado. No tenía derecho a estar pensando en ella.

-Siento que tenga dificultades matrimoniales, pero seguro que las resolverán.

Cuando Adam deslizó su dedo por el empeine de su pie, Anna retrocedió con un respingo.

-¡Qué generoso por tu parte!

-No sé a donde quieres llegar preguntándome por mis relaciones.

-Pensé que se trataba sólo de una pura y platónica amistad no contaminada por el espectro del sexo.

-¡No seas infantil!

-Entonces en eso se quedó, ¿verdad? -se burló él re­cogiendo una muñeca de trapo del pie de la cama-. Sólo te devuelvo el cumplido. Tú mostraste mucho interés por mi vida personal y me parece educado demostrar el mismo por la tuya. Tengo que admitir que te había ima­ginado con sábanas de seda y lencería transparente, no con una colcha hecha a mano y pijama de franela.

Emitió una grave carcajada.

-¡Es de algodón! -protestó ella herida en su orgullo.

Por mucho que le molestara que la considerara una vampiresa hambrienta de sexo, todavía le molestaba más que pensara que era una desaliñada.

Salvaje y ArdienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora